sábado, 3 de noviembre de 2007

Crítica | HEREDEROS; Concha Velasco no ha hecho un buen negocio (ni falta que le hace)

Hasta hace algún tiempo, una RTVE endeudada hasta extremos solía tirar la casa por la ventana sólo ante adaptaciones de clásicos literarios españoles, que eran de las pocas cosas en ficción que podían justificar como servicio público. La jugada, por cierto, a veces salía bien (‘Arroz y tartana’) y otras muy bien (‘La regenta’). Ahora, una RTVE convertida en Corporación RTVE que, se supone, ha eliminado el endeudamiento de su política de gastos, firma su cheque más cuantioso a ‘Herederos’, o la historia de una familia rica por la que cuesta llorar, con la que cuesta reír, a la que cuesta comprender...
Félix Gómez y Cristina Brondo en 'Herederos'
‘Herederos’ no cumple ningún servicio público y tampoco le reporta a La 1, por ahora, audiencias demasiado importantes. Pero está visto que a TVE le rondaba desde hacía tiempo la idea de dar con una serie que se convirtiese en su ‘Falcon Crest’ particular. Lo intentó con ‘La dársena de poniente’, que disfruto de una vida fugaz. Ahora le toca a ‘Herederos’.

¿Qué tiene ‘Herederos’ que no tuviese ‘La dársena de poniente’? Primero, un día de emisión mucho mejor que la serie de Sancho Gracia. Segundo, un presupuesto más holgado y mejor aprovechado (lo que se traduce en decorados con más clase, más exteriores...). El reparto también es más redondo en ‘Herederos’. Pero, por lo demás, los ingredientes son casi clónicos. Y cuando no lo son, como si lo fuesen. No hay más historia que la familia y alrededores.

Familia con negocio próspero, muy próspero, una lista de enemigos declarados y por declarar que llenaría cuatro agendas, unos padres más que defectuosos y unos hijos que no son lo que quieren ser, ni lo que sus padres quieren que sean.

Está la matriarca, Carmen Orozco (Concha Velasco), que aun no despeinándose ni en camisón de noche, defiende con uñas y dientes (y con otros medios más sofisticados) lo que es suyo. Y suyo es el negocio (un holding que abarca negocios con toros, inmobiliarias y demás fauna) y también, por lo que parece, la familia, a la que controla, prohíbe, persigue, presiona y, por supuesto, ama con locura.

Después tenemos al inevitable marido infiel (Helio Pedregal), que no es tan censurable a ojos de su mujer siempre y cuando sus juergas no repercutan en el negocio familiar. Incluso un lío (y no precisamente pasajero) con la hermana de su esposa, Julia (una estupenda Mar Regueras), puede ser el mal menor si no levanta polvareda.

Los hijos, Jacobo (Félix Gómez, bastante más creíble como hijo de Velasco que como su amante, si no véase ‘Las cerezas del cementerio’) y Verónica (Lidia Navarro), son los típicos niñatos por los que el guión se tiene que aplicar a fondo para que despierten en nosotros algún sentimiento que no sea antipatía o la más absoluta indiferencia. Así es que, antes de darnos cuenta, Jacobo se enamora de lo que parece una buena chica (Cristina Brondo) y a Verónica la viola un viejo conocido (Octavi Pujades).

No es una sorpresa el que las tramas y personajes de ‘Herederos’ no lo estén teniendo fácil para atrapar al espectador. Por un lado, es cierto que competencia hay para rato, ya que los martes parecen haberse citado, en diferentes canales pero a la misma hora, casi todas las ficciones nacionales del momento. Pero también es cierto que la serie no se deja la piel en crear una historia que tenga vida más allá del interés que puedan suscitar las miserias de una familia bien.

La puesta en escena tiene su nivel y los guiones tampoco están mal hechos, pero la historia que se afanan en tejer es todo menos original. A esta familia ya la conocíamos. Por eso, al final, casi todo lo que brilla (a excepción de ese gran reparto) resulta ser aquello que depende de un desembolso masivo de dinero.

Lo mejor es Concha Velasco. Por más que ella diga lo contrario, no creo que ‘Herederos’ le pueda suponer mayor dificultad que la de tener que esquivar a su paso todo ese carísimo mobiliario. A esta gran actriz, que ha hecho de todo en su carrera y siempre lo ha hecho tan bien, este enorme culebrón le queda pequeño. Pero, así y todo, sigue brillando.

Lo único que aspira a enseñarnos ‘Herederos’, en definitiva, es que hay que escapar de mamá cuando tiene un gran negocio, o lo que es lo mismo, que el dinero quema, corta, escuece, pervierte y degenera.

miércoles, 31 de octubre de 2007

Crítica | DESAPARECIDA; En un lugar ficticio, pero a la vez tan cercano a nosotros

Terror, impotencia, solidaridad y, después, el dolor que causa ese olvido paulatino por parte de los medios. ‘Desaparecida’, la impactante nueva serie para los miércoles de La 1, recoge bien en su argumento las fases y sentimientos que suelen rodear a los familiares de las personas desaparecidas.
Carlos Hipólito y Luisa Martín en 'Desaparecida', de La 1
Nunca cesan los casos. Serán más sonados o menos, pero es un goteo incesante (por eso esta serie no es oportunista ahora, como no lo sería dentro de dos años, desgraciadamente). La serie de TVE-1, estrenada el pasado día 3, no toma uno concreto como fuente de inspiración. Son todos y, a la vez, parecen intentar insinuar que es uno solo: ese en el que podríamos estar implicados.

La serie nos pone ante los ojos la posibilidad de que algo tan terrible nos puede pasar a nosotros, que la pesadilla se puede hacer realidad. Porque en eso intentan convertir a la familia de Cristina Marcos (Beatriz Ayuso), intentan convertirla en la nuestra propia o, al menos, en una que se le parezca de forma casi dolorosa.

Para eso están ahí esos padres destrozados, Alfredo (Carlos Hipólito) y Lola (Luisa Martín), que vieron marchar a su hija a las fiestas de su pueblo para no volver. Para eso están el hermano mayor de la desaparecida, el joven Diego (Francesc Tormos), y la hermana pequeña, Sonia (Bárbara Meier), entre otros. Los guionistas nos los ponen delante, quizás con la esperanza de que nos recuerden a alguien cercano. Y no es algo agradable, pero es imposible imaginar una serie como ‘Desaparecida’ sin que el argumento intentase invocar una cierta implicación por nuestra parte. De no hacerlo, la serie sería un cuento más sobre detectives modélicos y víctimas desgraciadas.

Es una pena que, al igual que los casos reales van desapareciendo (aun no siendo resueltos) de las pantallas, la serie de La 1 esté experimentando una suerte paralela en materia de audiencias. ‘Desaparecida’ empezó fuerte (un 18,6% de share es una cifra importante para cualquier cadena en el panorama competitivo actual), pero se ha ido debilitando.

No lo merece, desde luego. La serie tiene una factura impecable, con ese tándem fotografía-iluminación que transmite un desasosiego tan eficaz, y un plantel de actores en plena forma, que se enfrenta, además, al reto de hacer de este dramón un ejercicio de control constante.

De lo mejor de la serie es esa dosificación de los datos que se nos dan a conocer. Sabemos que el paradero de Patricia Marcos no se puede esclarecer en el tercer episodio, por ejemplo, pero los trucos que despliega el guión (que nos llevan a pensar que el final puede estar a la vuelta de la esquina) no nos hacen sentir manipulados. Cada giro, cada paso en falso, cada decepción (la de los padres de la serie y, por tanto, la nuestra misma) está perfectamente convertida en parte de la historia.

La serie es muy dura, sí, y da miedo pensar en el desenlace más probable de una historia que se ha perfilado de forma tan real, pero es tan buena, tan redonda...

lunes, 24 de septiembre de 2007

Crítica | RIS CIENTÍFICA; Introducir a la oveja negra en el equipo consagrado a detenerlas

Si le perdonamos un primer episodio con un villano al que se le veía venir y la utilización del clásico atajo de “chica nueva en equipo asentado” como excusa para presentarnos a los personajes de forma rápida y esquemática, podríamos decir que ‘RIS Científica’ promete mantener la cabeza bastante alta ante los comentarios sarcásticos que anuncien el nacimiento de ‘CSI Madrid’. Telecinco va a terminar necesitando días de 25 horas para meter en su parrilla, junto a esta nueva, a ‘CSI Las Vegas’, ‘CSI Miami’, ‘CSI Nueva York’ y ‘Mentes criminales’.
El septeto protagonista de 'RIS Científica'
Estrenada anoche a las 22:00, ‘RIS Científica’ no lo tuvo precisamente fácil. No solo estuvo precedida en su estreno por esa otra ficción criminalística de zapatilla de andar por casa y pijama que es ‘Escenas de matrimonio’, sino que encima tuvo una hora escasa para intentar justificar su existencia. ¿Hay algo nuevo en ella que no hayamos visto anteriormente en otra serie sobre unidades de la policía científica? Después de todo, lo hay.

Las cosas claras. Una serie sobre periodistas, negocios familiares o cualquier otro sector que haya sido olvidado últimamente por la pequeña pantalla hubiese resultado más novedosa en un momento (y en un canal) como éste. Es cierto, además, que ‘RIS Científica’ no tiene un ritmo más frenético, ni escenas de acción más conseguidas ni un protagonista más carismático que ‘CSI Las Vegas’ (sí supera en uno de los apartados a ‘CSI Horatio’), por ponernos exigentes.

Ahora bien, la nueva serie, aunque sentando sus bases en los ingredientes habituales de este género, viene a introducir un nuevo e inquietante elemento al cóctel: la oveja negra.

Si algo caracteriza a las unidades de la policía científica que protagonizan series como ‘CSI’ o ‘Génesis, en la mente del asesino’ es la entereza moral de sus miembros. Los protagonistas son policías que dominan la ciencia pero también la psicología humana (lo que les ayuda muchas veces a adelantarse a los pasos del criminal de turno) y todo lo que saben, todo, lo utilizan para hacer el bien. Y nosotros, acostumbrados ya, y a expensas de que nos llegue ‘Dexter’ desde el otro lado del charco, ni nos planteamos que en una serie de este estilo pudiese ser de otra manera.

Ayer, en el primer episodio, el personaje de Juan Fernández, que se perfilaba inicialmente como una versión menos agresiva del personaje al que dio vida en ‘Jugar a matar’ (Isidro Ortiz, 2003), daba un giro interesante al tomarse la justicia por su mano para acabar con el villano de una de las dos tramas que vertebraban el episodio (la más flojita, por cierto). El mismo hombre que ayudaba horas antes a sus compañeros a resolver un caso se convertía por sorpresa en el creador de otro caso, uno que podría convertir al equipo de criminólogos en objeto de preguntas no tan frecuentes entre esos eficientes profesionales e intachables ciudadanos que suelen ser los Horatios que conocíamos.

Beba o no el personaje de Fernández de la estadounidense ‘Dexter’, lo cierto es que Telecinco ha estado lista. Es algo ya inventado pero que aquí no habíamos visto.

Lo que si que habíamos visto es a un reparto sin fisuras. Pues ahí va otro: a los imparables José Coronado y Belén López, que ya demostraron compenetrarse bien en el telefilme ‘Masala’ y cuyos actuales personajes parecen contar con aspectos aún por descubrir, les acompañan la atractiva Irene Montalà (‘Una casa de locos’), el también cantante Carlos Leal, un simpático Ismael Martínez (‘Amistades peligrosas’) y Pedro Casablanc (‘Policías, en el corazón de la calle’), más sólido que el acero.

Con el personaje de Juan Fernández, el de ‘RIS Científica’ ya no es un triángulo perfecto de profesionales de la criminología, sino más bien un heptágono defectuoso pero muy sugerente.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Crítica | BIG LOVE; En familia (polígama)

Pocas series merecen la atención que ha suscitado ‘Big Love’ desde su estreno en Estados Unidos. Creada por Mark V. Olsen y Will Scheffer, se trata de una curiosa y original propuesta, centrada en la agitada rutina de una familia polígama residente en Utah. La historia está contada sin prisas pero con intensidad, y se nota que, al igual que el protagonista tiene siempre un ojo puesto en su inmensa familia, hay un equipo a cargo de esta ficción que no descuida un solo aspecto de la realización.

Es un nuevo concepto de familia televisiva, como si ser ‘Padre de familia’, tener ‘Cinco hermanos’ o sobrevivir a una jungla residencial llena de ‘Mujeres desesperadas’ no fuese suficiente. Los responsables de ‘Big Love’ van más allá y nos acercan a una familia polígama, formada por un hombre (un paciente y cariñoso pater familias con una sobredosis de estrés familiar), sus tres esposas y los hijos que tiene en común con cada una de ellas.

La primera mujer con la que se casó, Barb (Jeanne Tripplehorn, ‘Instinto básico’), es la única legal, una mujer cariñosa y comprensiva con su marido pero crítica con la familia de él, que vive en una comunidad rural regida por “la ley divina”. La manipuladora y absorbente Nicki (Chloë Sevigny, ‘Los chicos no lloran’) entró en el hogar de Bill Henrickson para echar una mano a una entonces enferma Barb y acabó también echando raíces. La tercera mujer, Margene (Ginnifer Goodwin, ‘En la cuerda floja’), fue en su día la niñera hasta que las cosas empezaron a ir a mayores con el hombre de la casa.

Todos estos datos se van sabiendo poco a poco, ya que en el episodio piloto no se paran a explicar antecedentes. Y hacen bien. Se nos hace testigos de la vida que lleva la familia, repartida en las tres casas que le sirven de escenario principal a la serie (todas conectadas por un patio común con piscina), pero se da tiempo al tiempo, para que sea el espectador el que vaya conociendo poco a poco a los personajes.

No estamos ante una apología de la poligamia ni mucho menos. De hecho, ‘Big Love’ retrata a una familia y, en especial, a un padre completamente desbordado por la responsabilidad, por la presión de ganar el dinero a repartir, por los datos a retener y por el amor a racionar.

Bill Henrickson, que está interpretado por Bill Paxton (‘Mentiras de guerra’) con exquisita naturalidad, puede que sea lo más cercano a un equivalente masculino a las ‘Mujeres desesperadas’. Está convencido de que la vida que lleva es la correcta de acuerdo con su condición de mormón (a pesar de que la poligamia es ilegal en Estados Unidos y la propia Iglesia Mormona la prohíbe desde 1890), pero lo de tener a más de una mujer para él, por así decirlo, no es una fantasía hecha realidad.

El protagonista sufre las consecuencias de su singular opción a cada paso que da: su negocio de tiendas de artículos para el hogar no le permite hacer frente a las necesidades (ni mucho menos a los caprichos) financieros de sus esposas ni a las de sus siete hijos y, por si fuera poco, cada vez se ve más incapaz de satisfacer sexualmente a sus mujeres, lo que le empuja a recurrir a la viagra.

Ellas, por su parte, no tienen las cosas mucho más fáciles. Trabajan sin parar, sobreviviendo a esa incómoda superpoblación de críos y esposas en la que viven, no tienen siempre un hombro sobre el que llorar y surgen entre las tres, muy a pesar de Bill, las envidias y los celos. Se dicen libres (“No estamos atrapadas, hemos decidido estar aquí y convertirnos en una familia”) pero se sienten muchas veces abandonadas y hasta desgraciadas.

Jeanne Tripplehorn nunca ha estado más acertada en su carrera que con su papel de Barb, una mujer que ve cómo su hogar y su papel en él han mutado de la forma más insólita. Chloë Sevigny, por su parte, sabe muy bien cómo acercarnos esa mujer compleja y muchas veces odiosa para demostrar que sí, que ella también sufre y que su consumismo, por ejemplo, no es sino un refugio más. Ginnifer Goodwin cierra el círculo con un trabajo muy aceptable.

‘Big Love’, que se emite ahora los lunes a las 22:00 en Canal+2, es una serie que vale la pena. Es un drama diferente y equilibrado, que nos permite adentrar y pasear nuestra mirada tranquilamente por un ambiente diferente y lejano, sin ser empujados a juicios fáciles.

(Foto: Bill Paxton y Jeanne Tripplehorn en 'Big Love')

lunes, 17 de septiembre de 2007

Crítica | SHARK; Los nombres y la serie que acabará habiendo delante de ellos

La semiolvidada Melanie Griffith (‘Armas de mujer’, ‘De repente, un extraño’) dijo una vez que trabajar con James Woods era como estar embarazada: “Primero lo disfrutas, después quieres que se acabe y cuando se ha acabado olvidas lo malo que fue”. Sabiendo del carácter difícil de Woods, podríamos aventurarnos a decir que el papel que interpreta en ‘Shark’ no es tanto una creación sino un esfuerzo de búsqueda interior. Para la serie, el actor representa la típica figura que se pone en medio sin dejar que el espectador vea toda la pantalla.
Jeri Ryan y James Woods en 'Shark'
Si abrimos el archivo de series de abogados que están recientes en nuestra memoria, podremos decir que ‘Shark’ no es más divertida que ‘Ally McBeal’ ni más apasionante que ‘El abogado’. El protagonista de la que nos ocupa es más acaparador pero, ¿y más realista? Es muy posible que el mundo de la abogacía esté más lleno de tiburones que de adorables metepatas y profesionales cautivadores. Quizás por eso, yo me sigo quedando con esos abogados de archivo, abogados para el recuerdo.

Sebastian Stark (James Woods) es el jefe severo, el compañero implacable y el abogado despiadado de ‘Shark’ (a parte de un firme aspirante a miembro de honor del club de imitadores del doctor ‘House’). Pero es también –y más le vale serlo si quiere lograr esa ansiada conexión con el público– el afectuoso padre de familia, el ex esposo cordial y el hombre a ratos vulnerable a ratos rígido. El de este abogado defensor metido a fiscal (el salto lo da ya en el episodio piloto) es un papel hecho para uno de esos actores de renombre que a veces aceptan pasarse a la pequeña pantalla.

Creada por Ian Biederman, ‘Shark’ nos muestra al protagonista (y vaya si nos lo muestra) como un hombre arrogante y difícil, capaz de comenzar una escena derrumbado por el asesinato cometido por el tipo al que puso en la calle y acabarla soltando perlas del estilo de “soy un genio”, “yo me meriendo a los fiscales, son la base de mi dieta” o “soy un déspota”.

¿Cuánto hay de orgulloso y cuánto de bromista en Sebastian Stark? Probablemente ni los guionistas lo supiesen todavía en el episodio piloto, emitido el pasado jueves por La Sexta.

En él ya veíamos en ‘Shark’ una serie entretenida y bien hecha, pero también podíamos advertir que lo que aspira a atrapar al espectador no son los nombres (ni Woods ni el director Spike Lee, que firmaba el piloto tan bien como los suelen firmar los directores más asiduos al medio televisivo) que intentan posicionar delante de la serie con fines publicitarios, sino esa misma serie, que con el tiempo, con cada nueva trama y cada nuevo episodio, ira ganando terreno hasta colocarse en primer plano.

martes, 11 de septiembre de 2007

Crítica | HERMANOS Y DETECTIVES; Juegos de mayores

‘Hermanos y detectives’, remake de la serie argentina del mismo nombre, empezó su andadura en Telecinco el martes pasado con audiencia prometedora y un nivel más que aceptable. Hoy se emite su segundo episodio, y si obviamos una cierta tendencia a llevar a extremos esa mezcla de serie infantil y criminal, puede que merezca la pena darle otra oportunidad.
Eusebio Poncela y María Garralón en
'Hermanos y detectives: El profesor Fontán'
El trabajo del reparto tiene su gracia, el ritmo es ágil, la dirección correcta y el guión mantiene el interés. Pero pronto asoma una pregunta algo incómoda: ¿es una serie familiar (casi tirando a infantil) o una para adultos?

El primer episodio, ‘El profesor Fontán’, comenzaba con lo que podríamos llamar la candidatura del día a crimen perfecto. Un profesor universitario de literatura (Eusebio Poncela, ‘Viento del pueblo: Miguel Hernández’) visitaba a su alumno más aventajado para, en principio, comentar los puntos fuertes y flacos del borrador de una novela escrita por el joven. Después el profesor mataba al chico para apropiarse del texto original.

No era un repentino arrebato de histeria o envidia. El asesino demostraba tenerlo todo preparado a conciencia y no titubeaba demasiado a la hora de llevar sus planes a la práctica. Además, el crimen se orquestaba en pantalla de forma bastante gráfica, en una atmósfera deprimente y perversa. No se sugería, vamos, se mostraba. Para cuando llegaba la madre de la víctima (interpretada por María Garralón, ‘Verano azul’) el profesor ya lo había preparado todo para simular un suicidio.

En otro punto de la ciudad dos hermanos que hasta entonces no sabían el uno del otro (Diego Martín y el argentino Rodrigo Noya, ambos estupendos) se conocían por primera vez. Sorpresa, frustración, rechazo y cierta curiosidad. Después, el mayor, un policía algo amargado, acababa acogiendo al pequeño, un superdotado con gafas y encanto.

A partir de entonces, ‘Hermanos y detectives’ venía a confirmar que algunos caminos que toma son algo dudosos. Primero, durante un contacto inicial entre ambos hermanos, el mayor, Daniel, permitía al pequeño, Lorenzo, ver las fotografías del cadáver de su caso (un joven con un disparo en la cabeza no parece la visión ideal para un niño que se está tomando un batido).

Después, en un aparente intento de alejar a su hermano pequeño del ambiente hostil de una comisaría (¡hasta travestis había por allí!), Daniel se lo llevaba consigo a la casa donde se había cometido el asesinato, donde les esperaba el propio criminal. Buen movimiento. Más tarde, para rematar, dejaba al niño a solas con el asesino.

Antes de darnos cuenta, el niño estaba en medio de la vía del tren con el psicópata. Acto seguido, era el psicópata el que estaba en la vía y el niño casi presenciando un suicidio, éste ya de verdad.

Pues sí, tensión ya había, pero quizás hubiese sido mejor construirla alrededor del asesino y el hermano mayor. Las escenas en las que el autor del crimen observaba, perplejo, cómo un mocoso iba descubriendo, y a velocidad de vértigo, cada uno de los pasos que había seguido para matar al talentoso alumno, eran más que divertidas inquietantes, por mucho que el joven actor tenga una gracia innata capaz de suavizar las cosas cuanto más oscuras se ponen.

Hermanos y detectives’ daba la impresión de no saber dónde empezar con la comedia y dónde con la parte más seria. Y es una pena, porque la serie tiene posibilidades.

Ya en las primeras escenas, al asesinato le seguían unas cómicas secuencias en las que los agentes, en plena escena del crimen, aplaudían ascensos y hablaban sobre tartas a las que les encantaría hincar el diente. Después, teníamos a una madre, viuda para más señas, destrozada ante el posible suicidio de su único hijo.

No es una serie necia como ‘Los hombres de Paco’ ni mucho menos, pero tiene cosas que no cuadran. No puede uno dejar de pensar que el niño protagonista está inmerso en un mundo de mayores en el que no hay tiempos muertos. Hay muertos, sin más. Eso sí, ‘Hermanos y detectives’ parece bastante más inofensiva para la infancia que ‘Ana y los siete’ o ‘Los Serrano’.

Su segundo episodio se emite esta noche a las 22:00 en Telecinco.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Crítica | CASO ABIERTO; Cuando seguir adelante es mirar al pasado

Eso ocurrió hace siglos”. Era la respuesta que obtenían Lilly Rush (Kathryn Morris) y Nick Vera (Jeremy Ratchford) ayer en ‘La llave’, el episodio de ‘Caso abierto’ (‘Cold Case’) emitido en La 2, al preguntar a un sospechoso por un apuñalamiento ocurrido en 1979. La contestación de Vera al interrogado resumía bastante bien la motivación que impulsa al equipo de detectives protagonistas a no darse nunca por vencidos: “Para usted, pero para otros parece que fue ayer”.
Danny Pino y Kathryn Morris en 'Caso abierto' ('Cold Case')
La frase con la que se suele promocionar la serie puede ser excesiva y engañosa aplicada a la realidad (“La esperanza sobrevive... pues la evidencia nunca muere”), pero en esta ficción funciona como sinopsis perfecta del argumento. Los profesionales encargados de estos casos congelados no tienen inconveniente en llenarse ojos y manos de polvo buscando entre viejas cajas de pruebas, revisar archivos y hemerotecas o darse a la búsqueda de antiguos sospechosos. Hasta que el caso queda cerrado (y la mayoría se cierran con éxito), el pasado está de rabiosa actualidad.

Ese interés imperecedero en dar con la verdad, ya sean años o décadas los que separan a los investigadores de la fecha del crimen, provoca en el espectador una simpatía y admiración especiales hacia los agentes de ‘Caso abierto’. Ya dentro de la pantalla, también provoca gratitud en aquellos que nunca vieron hacerse la luz y, cómo no, inquietud en aquellos personajes que creían enterradas las posibilidades de tener que pagar por sus actos.

Conocido su argumento, ‘Caso abierto’ tiene mucho con qué jugar. Por un lado está la gran cantidad de personajes episódicos que pueden pasar por la serie. Hemos visto, entre otros, a Samantha Eggar, Chris Sarandon, Piper Laurie, Natasha Gregson Wagner, Veronica Cartwright y Meredith Baxter.

Lo cierto es que esa gran cantidad de episódicos que ‘Caso abierto’ está obligada a congregar es también un arma de doble filo. No todos los actores episódicos son sobresalientes. Pero es ahí donde la serie se crece y empieza a jugar con el maquillaje (que hace posible que actores de hoy parezcan salidos de las bobinas de filmes de los 40, por ejemplo), el vestuario, la fotografía (otra de las grandes y más variadas bazas técnicas de la serie), los flashbacks y una original planificación de las escenas de investigación e interrogatorio (en las que se hace coincidir –muy hábilmente por cierto– a los actores que interpretan a los personajes en la actualidad y a los que les dan vida en su juventud).

El resultado de esas técnicas, los cuidados guiones, la amplia banda sonora y la atenta dirección de la mayoría de episodios hacen de ‘Caso abierto’ una serie muy interesante. Además, el reparto principal, que no siempre ha obtenido el respaldo que merece, está muy por encima de lo estrictamente eficiente.

Kathryn Morris le imprime a la protagonista una serenidad (y no pasividad) que no hace sino aumentar la credibilidad de su trabajo. Es el mejor ejemplo que podíamos tener de la interpretación de una detective eficaz: Lilly Rush cumple con su deber y no se muestra ni excesivamente autoritaria ni heroica. Morris sabe cuándo hacerla pasar a un segundo plano y dejar el escenario en manos de los secundarios y, además, lo sabe hacer de una forma sorprendentemente elegante. Nunca se sobreexpone. Nunca aburre.

Resulta difícil de entender que una serie como ‘Caso abierto’ sólo haya recibido una nominación a los Emmy en las cuatro temporadas que lleva emitidas. Los casos de este equipo de detectives (dedicados a hacer justicia, eso a lo que algunos llaman reabrir heridas), como la calidad de la serie, están de rabiosa actualidad.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Crítica | QUART, EL HOMBRE DE ROMA; Entre el sacerdocio y la guardia vaticana

Habrá quien no vea con buenos ojos la historia de un sacerdote decidido a destapar los negocios oscuros que hay dentro de su propia iglesia, pero en una época en la que nuestra ficción televisiva no acostumbra a pedirnos otra cosa que nuestra presencia física frente al televisor, ‘Quart, el hombre de Roma’ se revela como una sorpresa agradable.

Roberto Enríquez y Biel Durán en 'Quart, el hombre de Roma'

Producida por Endemol en colaboración con Origen PC para Antena 3, ‘Quart’ es una serie más elaborada que la mayoría de las creaciones españolas. También nos pide más atención que el resto de esas creaciones. La trama no está hecha para aquellos que lleguen medio dormidos al sofá del salón. Es la clase de producción en la que hay que esperar para obtener respuestas, y las que se obtienen no son siempre lo satisfactorias que quisieran los consumidores de las ficciones más comerciales.

La serie se basa en los personajes de la novela ‘La piel del tambor’ (Arturo Pérez Reverte, 1995). Pocos de los que nos presentaba el primer episodio, emitido ayer a las 22:00, eran monedas de una sola cara. Tampoco había estereotipos de esos que se delatan antes de presentarse por su nombre de pila. ‘Quart’ va bastante más allá de todo eso.

El relato sigue las investigaciones de Lorenzo Quart (bien interpretado por Roberto Enríquez), un sacerdote católico al que sus superiores parecen utilizar como una especie de chico de la limpieza al que envían allí donde la suciedad amenaza con manchar el (¿buen?) nombre de la iglesia. Tanto es así que sus aventuras ya le han reportado cierta fama de agente de policía eclesiástico. Tiene viejos amigos en la policía española, pero también hay personas que no aprueban su oficio ni maneras y otras que, directamente, parecen dispuestas a pararle los pies a cualquier precio.

En el primer capítulo, Quart tenía que ocuparse del robo de una valiosa cruz en una iglesia madrileña. Sus investigaciones le conducían hasta Monseñor Aguirre (perfecto José María Pou), Legado Permanente en España. El episodio nos presentaba también a los que se intuye serán los aliados de esa especie de Jean Reno con estola que es el protagonista –el inspector Navajo (Mingo Ráfols), Macarena Bruner (una Ana Álvarez a la que le falta cierta intensidad) y Judas Tadeo (Biel Durán)–. Otros miembros del bien conjuntado reparto son Daniel Grao y Manuel de Blas.

El hecho de que muchos de los personajes sean religiosos, el que la historia juegue un papel más importante de lo habitual en el rompecabezas y el que la atmósfera sea bastante oscura y enigmática, pueden ser razones para que algunos espectadores se echen atrás. Así, los detractores de ‘Quart’ estarán divididos en dos grupos: por un lado, los que crean que ‘Quart’ es el típico producto elevado pero espeso y se nieguen a darle una oportunidad y, por otro lado, los creyentes que vean en la serie un intento de código da Vinci español creado para atacarles.

La tabla de audiencias de ayer deja entrever que los espectadores buscan algo más ligero con lo que llenar sus prime times (fue superada por la comedia de estreno ‘Hermanos y detectives’), pero para aquellos que busquen una buena ficción (sin renunciar al entretenimiento) ‘Quart’ promete acción, amores prohibidos, intrigas religiosas y una factura muy presentable.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Crítica | MONK; Miedoso, maniático y muy profesional

Es uno de los milagros de la tele. Ningún otro medio puede darle a un actor la posibilidad de explayarse tanto en la definición de un personaje. En las seis temporadas de que consta (por ahora) la serie estadounidense ‘Monk’, su protagonista, Tony Shalhoub, ha tenido la oportunidad de desplegar un sinfín de recursos interpretativos hasta convertir a este desequilibrado detective en uno de los personajes más carismáticos y únicos del panorama televisivo.

Tony Shalhoub, protagonista de 'Monk'
Es cierto que la prolongación de la serie ha ralentizado el desarrollo del personaje protagonista en lo que a su progreso psicológico se refiere. Al igual que los náufragos de ‘Perdidos’ no pueden descubrir el secreto de su isla y las amas de casa de ‘Mujeres desesperadas’ no pueden encontrar una estabilidad duradera, Adrian Monk tampoco puede curarse y enterrar sus manías. Eso significaría el final de la serie, de modo que, por así decirlo, le deseamos lo peor.

El señor Monk tiene miedo a los gérmenes, a las multitudes, a las alturas, a la leche... A pesar de haber contado con la ayuda constante de dos asistentes-enfermeras-niñeras a lo largo de los años (la enfermera a la que interpretó Bitty Schram y la camarera a la que da vida Traylor Howard), a veces parece increíble que haya resuelto un caso en su vida.

Para aproximarse un poco a su figura hay que decir que Adrian Monk no siempre padeció ese desorden obsesivo compulsivo de la manera en que la serie lo retrata en cada nueva aventura. El detective llegó a su estado tras el asesinato de su esposa, todavía irresuelto, que desencadenó un verdadero huracán de inseguridades y fobias.

Pero lejos de significar el fin de su carrera (y a pesar de ser despedido del departamento de policía de San Francisco), Monk, ahora como detective privado, continúa sorprendiendo a su antiguo jefe (Ted Levine) y dando lecciones de investigación al que aspira a ser la nueva estrella del departamento (Jason Gray-Stanford).

Podríamos describir al personaje de Shalhoub como un cruce entre el escritor obsesivo compulsivo al que interpretaba Jack Nicholson en ‘Mejor imposible’ (James L. Brooks, 1997) y el Inspector Gadget.

Al igual que el primero (un personaje que, de entrada, parece simplemente odioso), Monk también sabe despertar una singular simpatía en el espectador. Puede sacarnos de nuestras casillas alguna vez, pero sabemos que, al fin y al cabo, está sólo y, sobre todo, enfermo. Por otro lado, y al igual que al personaje animado, a Monk casi todo acaba saliéndole bien.

Aunque hay que aclarar que por muy patológicamente maniático que sea el inspector protagonista, éste sigue siendo inteligente y despierto, y posee una especie de sexto sentido para encontrar el orden en el caos más rotundo. De ahí que no se le escape una sola prueba en el lugar del crimen.

Los avispados guionistas de la serie han mantenido el pulso en el relato a lo largo de las temporadas, pero como ocurre en la mayoría de series que pasan la barrera de las tres temporadas, hay espectadores que pueden empezar a encontrar repetitiva la serie. No es que hayan bajado la guardia, ni que las reservas de obsesiones y rarezas estén agotadas. Ocurre con el interminable sarcasmo de Hugh Laurie en ‘House’ y con la bordería aplastante de Jane Kaczmarek en ‘Malcolm in the middle’. Sí, con el tiempo se pierde cierta frescura. Es normal. Pero ‘Monk’, que se emite en Calle 13 y en algunas autonómicas, sigue siendo un producto superior y la interpretación de Tony Shalhoub un trabajo meticuloso y plausible.

viernes, 31 de agosto de 2007

Crítica | C.L.A. NO SOMOS ÁNGELES; Ni médicos, ni enfermeras...

En principio siempre será mejor un culebrón autóctono que una telenovela sudamericana, pero respecto a ‘C.L.A. No somos ángeles’ no hay mucho más que resaltar que la cantidad de actores locales a los que se puede dar trabajo, entre fijos y episódicos, al tratarse de una serie médica. Pero los asiduos a series como ‘Hospital Central’ o ‘MIR’, y cuánto más si lo son de sus versiones norteamericanas, se las verán mal para encontrarle alicientes a este serial.

Claudia Bassols, Alejandro Buzzoni, Ana Gracia y Verónika Moral
en 'C.L.A. No somos ángeles'

La nueva serie de Europroducciones para las tardes de Antena 3 parece haber tomado lo de la clínica más como pretexto que como estricta base física para sus historias. Hay pocas cosas que ocurren en ella que no ocurriesen ya en la empresa de elementos de energía eólica de ‘Obsesión’, de TVE-1, o entre las paredes de la empresa de perfumes de ‘Esencia de poder’, de Telecinco. Son los típicos líos de pasillo, engaños y tragedias, pero ahora los sujetos llevan batas blancas o uniformes azules y, supuestamente, tienen los sentimientos más a flor de piel.

Es una historia de profesionales de la medicina, pero bien diferente a las series de prime time. ¿Por qué? Pues porque a parte de no transcurrir en urgencias (olvidémonos de un ritmo rápido en la narración) los personajes que cogen el timón son ahora las enfermeras. Y esto, en una serie española, en Antena 3 y justo antes de ‘El diario de Patricia’, significa que los bisturís y la sangre dejan paso al constante lloriqueo y a uniformes indisimuladamente ajustados. No es high drama precisamente.

Así, las enfermeras, en especial las interpretadas por Verónika Moral y Claudia Bassols, parecen ser modelos que, en un intento por abrirse paso en el mundo de la interpretación, hayan enviado por error su curriculum a una clínica y hayan sido admitidas. Sólo Ana Gracia (‘Motivos personales’) parece hacer algún esfuerzo por creerse su papel de enfermera y hacer que otros se lo crean.

Los médicos, por su parte, no están mucho más metidos en sus batas. Mariano Alameda y William Miller siguen tan carilindos como siempre, pero en sus papeles de neurocirujano y ginecólogo, respectivamente, no parecen haber visto jamás un muerto. Ni ninguna otra cosa. Pilar Punzano y Héctor Colomé están más centrados, pero les falta vida, como a la propia serie.

La recepcionista dicharachera (Ángela Fuente), la luchadora chica de la limpieza (Lorena Vindel) y el manitas de turno (Daniel Fuster) ya son demasiados maniquíes para un mismo escaparate.

Al igual que personajes, problemas tampoco faltan. El guión y las aptitudes del reparto no parecen casar del todo bien. Por un lado nos quieren vender la historia de unas enfermeras que se implican demasiado en su trabajo y, por otro, vemos cómo esas mismas enfermeras dan la espalda a la cámara a la hora de llorar. La fluidez no se ve ni en los diálogos más convencionales, la tensión no ha hecho aún acto de presencia y los escenarios son de un colorista que a ratos la historia parece trasladarse a una galería de pintura contemporánea.

Esta aburrida deformación de la realidad de las enfermeras y médicos españoles tiene lugar en Antena 3 de lunes a viernes a las 18:15.

jueves, 30 de agosto de 2007

Crítica | ESCENAS DE MATRIMONIO; Otra vuelta de tuerca

Ninguna producción en la televisión española actual tiene tan poco que decir y, al mismo tiempo, tanta repercusión. Algo parecido ocurre con ‘Yo soy Bea’, ese culebrón cuyo final todos conocemos pero que tiene enganchados a millones de espectadores desde hace meses. Pero los que están detrás de la fea tienen más espacio sobre el que dar vueltas, es decir, más duración en sus episodios, más decorados, más actores, exteriores...

‘Escenas de matrimonio’ entretiene, pero nada más. Puede servir como pasatiempo, pero hay que tener en cuenta que nunca llegará a darnos más de lo que nos dio aquel primer día en que lo vimos.

Es el mismo tiovivo que nació en ‘Matrimoniadas’ (la tira cómica de José Luis Moreno en ‘Noche de fiesta’, de TVE-1), el mismo que servía de relleno en ‘La sopa boba’ de Antena 3. Ahora hay nuevos decorados, más sofisticados y completos, y algunos nuevos intérpretes, todos llevando un vestuario más variado y caro, pero en la base sigue habiendo igual de poco.

Los seis actores que protagonizan ‘Escenas de matrimonio’ dan vida a personajes sin fondo. Son como grifos que se abren con el comienzo de cada episodio y se cierran cuando empiezan a correr los créditos. En el intervalo se sueltan mutuamente todo tipo de burradas, algunas ingeniosas y otras sacadas del más viejo manual de la guerra de sexos. Pero el resultado siempre es el mismo: los personajes nunca evolucionan, siempre acaban llegando al sitio exacto en el que estaban antes del pistoletazo de salida del capítulo.

Es todo muy esquemático y simplón. Tres parejas, tres generaciones diferentes. Primero está la pareja joven (Dani Muriel y Miren Ibarguren), ilusionada y vital, que no tarda en descubrir sus primeras diferencias. La sonrisa de idiota ya no es marca de fábrica, como ocurría en la versión anterior del producto, pero el espectador sigue esperando la llegada de las parejas veteranas para que haya más furia, resentimiento y violencia verbal.

En ese sentido ‘Escenas de matrimonio’ no defrauda. Los insultos y humillaciones que se dedican los cuarentones Marina y Roberto están a la altura de lo que se espera de ellos. Además, Soledad Mallol (una de Las Virtudes y protagonista en solitario de ‘Ketty no para’, de Millán Salcedo) y David Venancio Muro (‘Los 80’) son mejores que los actores que daban vida a la pareja de mediana edad en la anterior etapa. No es humor inteligente lo que nos traen, ni mucho menos, pero se pasa el rato.

El desahogo mayor de ‘Escenas de matrimonio’ llega de la mano de los veteranos Marisa Porcel y Pepe Ruiz, que serán tristemente recordados como Pepa y Avelino por los televidentes cuando ya no estén entre nosotros. Es una crueldad para ambos, sobre todo para ella, perteneciente a una de las sagas de actores más longevas del país. En su favor hay que decir que son, con diferencia, lo más parecido a la solidez en esta pseudo-simpática pérdida de tiempo.

(Foto: Marisa Porcel y Pepe Ruiz en 'Escenas de matrimonio')

viernes, 24 de agosto de 2007

Crítica | DIARIO DE UN SKIN; En la jaula de los leones, fingiendo ser uno más

Entrar a discutir sobre los inconvenientes y ventajas que ofrece la cámara oculta en el periodismo de investigación es como meterse en un jardín de espinas. No seré yo quien defienda su uso en principio, pero hay que admitir que el telefilme ‘Diario de un skin’, que estrena Telecinco esta noche a las 00:00, hace un uso honesto de lo descubierto por Antonio Salas en el tiempo que pasó infiltrado en una banda de skinheads.

Tristán Ulloa en 'Diario de un skin' (Jacobo Rispa, 2005)

‘Diario de un skin’ se estrena, inexplicablemente, tres años después del fin de su rodaje y dos después de su estreno en DVD. Además lo hace en un horario intempestivo, detrás del estreno de una cinta comercial estadounidense cuyo público poco parece que vaya a tener en común con ese al que podría interesar esta tv-movie. Luego Telecinco dirá que en materia de audiencias estos telefilmes de producción propia no son rentables.

Tristán Ulloa, en una impactante interpretación, da vida a Antonio Salas, un periodista que, tras perder a su compañero de trabajo Víctor (Frank Spano) a manos de un grupo de neonazis, decide hacerse pasar por uno de ellos para encontrar a los culpables y llevarlos ante la justicia.

Además de un compañero y amigo, Víctor era también el hermano de su novia Mónica (interpretada por una estupenda Juana Acosta), lo que provoca que la implicación de Antonio en su búsqueda sea mayor en todo momento. Primero intenta introducirse en el universo de los cabezas rapadas a través de chats de internet, lo que no le resulta nada fácil a pesar de su habilidad para escribir. Pero para enfrentarse cara a cara con los verdugos de Víctor, Antonio se verá obligado a moldear su aspecto y su forma de expresarse de una forma más radical. Horrorizada, Mónica es testigo de los intentos de su novio por convertirse en un monstruo que pasaría desapercibido entre los asesinos que acabaron con su hermano.

Pedro Casablanc y Macarena Gómez ayudan a hacer creíbles algunos de los personajes más extremos y odiosos de ‘Diario de un skin’, cuyo guión firman Ramón Campos y Antonio Onetti, basándose en el libro de Salas ‘Diario de un skin, un topo en el movimiento neonazi español’.

Los guionistas tratan de no ofrecer un retrato truncado (se hace mención a los problemas emocionales que llevan a muchos skins a convertirse en tales) pero tampoco intentan dulcificar los actos de estos violentos, ni mucho menos justificarlos. En ningún momento tiene uno la sensación de estar siendo manipulado al visionar la película.

El buen hacer del equipo técnico de la cinta y la esmerada labor del director Jacobo Rispa (del que pronto veremos la serie ‘Quart’) no consiguen elevar ‘Diario de un skin’ al nivel de la factura que presentaba ‘Lobo’, el film de Miguel Courtois protagonizado por Eduardo Noriega, otra película sobre infiltrados, pero el esfuerzo se nota y se agradece. La tensión que se crea en algunas escenas, sin ir más lejos, es innegable, como en esa en la que el protagonista, ya infiltrado y armado con su cámara, es cacheado por la policía delante de una marabunta de skinheads.

Merecería un mejor estreno en televisión.

martes, 7 de agosto de 2007

Crítica | MÁS QUE HERMANOS; Historia de un accidente

El telefilme ‘Más que hermanos’ (que ha sido emitido en diferentes ocasiones en algunas de las autonómicas de la FORTA y en el Canal Internacional de TVE) puede parecer, por su trama, un intento de nuestras televisiones de competir en morbosidad con los subproductos estadounidenses y británicos que pueblan las sobremesas. Pero, en lo que se refiere a la ficción, parece que la televisión española todavía no ha perdido la vergüenza hasta tal punto. En ficción, repito.
Bea Segura y Félix Gómez
en 'Más que hermanos' (Ramón Costafreda, 2005)

‘Más que hermanos’ está inspirada en la historia real de una pareja gallega que a finales de los ochenta llegó a formar una familia sin saber que eran hermanos. En la película, Rosa (Bea Segura, ‘Hospital Central’) es una joven que se ha criado en un orfanato, que lamenta no haber conocido a su madre pero que no parece guardarle rencor alguno, convencida de que “tuvo que tener un motivo muy poderoso” para haberla abandonado.

Un día, en una de esas casualidades que no creeríamos si no hubiese un caso real detrás, Rosa conoce a un chico llamado Dani (Félix Gómez, ‘Amar en tiempos revueltos’) en una discoteca, ambos se enamoran y ella se queda embarazada. Todo sin ser conscientes de que tienen en común a una madre (interpretada por Mabel Rivera, ‘Mar adentro’) que quedará destrozada al conocer la verdad.

El telefilme se centra más en los acontecimientos que siguen al descubrimiento que en los que le preceden. A la joven e insólita pareja no tarda en llegarles toda una avalancha de problemas legales, familiares y sociales. Y es ante estos acontecimientos (más incluso que ante las escenas de cama de los primeros minutos) cuando se pone realmente a prueba nuestra tolerancia: Rosa y Dani han llegado a esa situación por accidente y han decidido, como adultos con capacidad de decidir por sí mismos, seguir adelante juntos.

Las cosas son complicadas, pero a la hora de la verdad uno ve difícil juzgar a esos personajes. ¿Cómo juzgar a Rosa, que ha crecido sin el amor de su madre y que al encontrarla por fin es cuando se sabe embarazada de su propio hermano? ¿Cómo juzgar a Dani, que después de saber la verdad se ve incapaz de dar la espalda a su hija y a la mujer de la que se enamoró? ¿Y cómo juzgar a Remedios, una mujer que se vio obligada a abandonar a su segunda hija para no morir de hambre y que años después descubre el cruel resultado de su decisión? Del mismo modo, también resulta difícil juzgar a Lola (Nuria Gago, ‘MIR’), la amiga de Rosa que, horrorizada ante el descubrimiento, corre la voz y precipita la alarma social.

Si bien las decisiones de algunos de los personajes se hacen difíciles de comprender, ‘Más que hermanos’ deja claro que no estamos ante una historia de buenos y malos. Ese es, seguramente, el mayor triunfo de esta producción.

A pesar de algunas arritmias (las escenas se siguen unas a otras un poco a trompicones) y una cierta falta de tensión, el telefilme de Ramón Costafreda (‘Abrígate’) está bien llevado, ya que mantiene la distancia correcta con los acontecimientos, sin caer en el melodrama ni mucho menos en la indiferencia. Del lado del director y la guionista Rosa Castro están las convincentes interpretaciones de Bea Segura (que tiene una de las pocas escenas de llanto creíbles en las que la hemos visto), Félix Gómez (con un conseguido acento gallego) y, sobre todo, de Mabel Rivera.

‘Más que hermanos’ es la historia de un accidente, narrada de forma respetuosa y nunca morbosa. Es un telefilme hecho con tacto y es por eso que recibe los frutos del (buen) camino elegido para su realización: su visionado no se hace desagradable y se advierte que se trata de un trabajo modesto pero más que correcto.

miércoles, 4 de julio de 2007

Crítica | CÍRCULO ROJO; Pobre familia rica

En las familias mafiosas no debe haber muchos más conflictos que en el clan protagonista de ‘Círculo rojo’, el último culebrón nocturno de Antena 3. Infidelidades, violaciones, intentos de violación, persecuciones, conversaciones escuchadas detrás puertas entreabiertas, engaño, traición, chantaje, asesinato, intentos de asesinato, supuestos suicidios, acusaciones de todo tipo, sexo, prostitución... El resultado del cóctel podría ser cómico si no resultase todo tan gratuito.
María Adánez y María Botto en 'Círculo rojo' (2007)
Como ‘Motivos personales’, que pertenecía a la misma productora (Ida y Vuelta), ‘Círculo rojo’ también arrancaba con una muerte en la familia. Todo apuntaba a que una influyente y misteriosa diseñadora de moda, Clara Villalobos (Paloma Mozo), había decidido quitarse de en medio, dejando destrozadas y ansiosas de respuestas a su hermana Patricia (María Adánez, ‘Aquí no hay quien viva’) y a su cuñada Andrea (María Botto, ‘7 días al desnudo’).

Pronto, en cambio, se empezaba a liar la manta: la muerta escondía sus propios secretos y compartía otros tantos con su hermana y su cuñada. Los flashbacks a la noche de San Juan de 1988 no se harían esperar.

El rompecabezas que plantea ‘Círculo rojo’ es de lo más molesto. Es enrevesado hasta decir basta, pero lo peor es que está repleto de detalles que no por muy grotescos son necesarios para el desarrollo del argumento. Toda la violencia que no pueden meter en las telenovelas de sobremesa parece estar concentrada en esta radiografía del oscuro mundo de la alta costura, y aunque la realización está más cuidada que en ‘Motivos personales’, las cosas van igual de mal: se dan demasiadas vueltas, se estiran los acontecimientos en exceso y la base sobre la que se levanta la historia es igual de floja e innecesaria.

Quien elija pasar una noche con ‘Círculo rojo’ no puede esperar aprender nada. Los comportamientos de los personajes no sirven ni como ejemplo a evitar, la banda sonora sólo acentúa el vacío de contenido de las imágenes, el intento de mantener un ritmo trepidante durante la eternidad que dura cada episodio acaba por hacer inmune al espectador y las interpretaciones, incluso eso, son del montón.

A María Adánez podríamos compararla con la Lydia Bosch de ‘Motivos personales’, lo que ya es medirse en un estadio bastante pequeño. No podemos culpar a la actriz por querer alejarse del registro cómico que tan bien le funcionó en ‘Aquí no hay quien viva’, pero la mudanza le ha salido mal.

Entre sus nuevos vecinos destacan, para mal, una María Botto que al intentar parecer torpe y frágil cae en lo perseverantemente risible y una Esmeralda Moya que no es precisamente una promesa. Marta Calvó tiene un hablar demasiado falso en esta ocasión, como si intentase dotar a cada frase que articula, por necia que sea ésta, de un trasfondo teatral. Carmen Maura también está bastante más falsa que de costumbre, demasiado elegante y recta, como si tratase de soltar sus diálogos sin quedar demasiado implicada en el asunto. Jorge Bosch resulta mucho más creíble, pero la parte que le toca en el guión es tan anodina...

Tratándose de una serie de suspense (qué grande le queda esta palabra) muchos preguntarán si engancha después de todo. Sus cifras de share y nueva ubicación en la medianoche de los lunes hablan por sí solas. Es tan fácil dejar de verla...

viernes, 8 de junio de 2007

Crítica| EL HABITANTE INCIERTO; Sólido debut, inquietante y entretenido

Se agradece de veras que una película apueste por el suspense psicológico dejando a un lado la galería de efectos especiales, ruidos ensordecedores y colores cegadores en que se han convertido en los últimos tiempos los géneros que van de la intriga al terror. Se agradece más aún viniendo de un debutante, porque es bien sabido que arriesgar lo que se dice arriesgar en el cine español se hace poco, y por eso es extraño (y bienvenido) que alguien que no tiene en su filmografía el colchón de otra película en la que apoyar su valentía se atreva a tirarse a una piscina como ‘El habitante incierto’. La película, que se emite mañana a las 22:00 en Canal+, es entretenida, interesante, inquietante y sorprendente. No todo a la vez, pero es que ante todo es un debut.
Andoni Gracia y Mónica López
en 'El habitante incierto' (Guillem Morales, 2004)

A Félix (interpretado por Andoni Gracia) acaba de dejarle su novia Vera (Mónica López) tras una relación de años. Las causas de la ruptura no están del todo claras, pero tampoco es eso en lo que ‘El habitante incierto’ quiere que reparemos. Los datos que tenemos sobre el fin de ese romance son pocos y están ahí para ponernos al corriente de algún otro asunto. Así, cuando Vera le habla al protagonista de su nuevo piso y le deja caer, con aires de reproche, que “en 40 m2 una pareja se encuentra a cada instante, ¿sabes?, y en tu casa es imposible encontrarse, es demasiado grande, demasiado ordenada, demasiado perfecta...” la película no está resumiéndonos el camino que ha llevado a los personajes a la separación, sino proporcionándonos algunos datos que quieren que retengamos: 1) La casa donde transcurre la acción es inmensa; 2) El protagonista es meticulosamente ordenado (la clase de persona que sabría reconocer un objeto que no está donde/como estuvo anteriormente).

Esos datos a retener merecen ser recordados cuando Félix deja entrar a un desconocido (Agustí Villaronga) a hacer una llamada telefónica y, tras marcharse a la cocina dándole un poco de intimidad, regresa al salón para descubrir que el hombre ha desaparecido. Félix no lo ha oído marchar, pero lo que sí empieza a oír a partir de ese día son ruidos extraños, ruidos que provienen de su propia casa y que le hacen sospechar que el hombre puede seguir allí, escondido en las sombras como un “hombre parásito”, aprovechándose de cada metro cuadrado y de la soledad del protagonista.

Si alguien piensa que puede adivinar por donde irán los derroteros de ahí en adelante, está muy equivocado. Si algo no es ‘El habitante incierto’ es predecible. De hecho, la segunda mitad del metraje parece pertenecer a otra película. En ella se habla, entre otras cosas, de las secuelas de una ruptura traumática, de lo fácil que es pasar de víctima a verdugo, de la falsa inocencia de las personas y de lo divertida de ver que puede llegar a ser una inquietante invasión de la intimidad.

La película de Guillem Morales comienza como un macabro juego del escondite para acabar convertida en una extraña intriga que llega a tomar tintes cómicos. Aunque si se le puede llamar comedia al comportamiento del protagonista en la segunda mitad del film se trata de una comedia de lo más negra, capaz de hacer sonreír al espectador al tiempo que se lleva las manos a la boca de espanto.

Desde que consiguiera en 2001 el Leopardo de bronce al mejor actor en el Festival Internacional de Cine de Locarno por ‘A la revolución en un dos caballos’, el bilbaíno Andoni Gracia no ha tenido demasiada suerte en los proyectos en los que ha ido participando (la desconocida ‘What Sebastian dreamt’, el telefilme ‘Jugar a matar’...). El de ‘El habitante incierto’ es el mejor protagonista al que se ha enfrentado últimamente, pero es una lástima que no lograse explorar con el personaje todo el terreno que tenía a su alcance. El actor logra convertirse en un Félix entre nostálgico y psicológicamente ambiguo pero no saca partido a muchas de las oportunidades que le brinda el guión, en especial en la segunda parte del film.

Mónica López (‘Intacto’, ‘En la ciudad’), galardonada con el premio a la mejor actriz en el Festival de Sitges por este trabajo, lo hace bien, doblemente bien si tenemos en cuenta lo que le exige el guión en una y otra parte de la película. Pero quien más reconocimiento merece es sin duda el responsable de la cinta, Guillem Morales, cuya nominación al Goya en la categoría de mejor dirección novel en la edición de 2006 está ganada minuto a minuto en ‘El habitante incierto’, con sus altibajos y sus errores (todos menores viniendo de un debutante) pero, sobre todo, con su corrección y sus ganas de arriesgar y sorprender.

domingo, 29 de abril de 2007

Crítica | LA NOCHE DEL HERMANO; La larga sombra del monstruo

En la lista de óperas primas firmadas por españoles en las que se dan cita protagonistas melancólicos o desesperados, personajes que pasan “una mala racha” y escenarios opresivos, ‘La noche del hermano’ no llama la atención de forma especial. La primera película de Santiago García de Leániz tiene un guión lo suficientemente interesante para que la cosa tire, pero los protagonistas, por llamativa o extrema que sea la situación de sus personajes, no transmiten todo lo que ese guión les exige.
Jan Cornet y Pablo Rivero
en 'La noche del hermano' (Santiago García de Leániz, 2005)

Álex (Pablo Rivero) entra en su casa una noche y mata a sus padres con la frialdad de un maníaco. Su hermano pequeño, Jaime (interpretado por Jan Cornet), no está en casa esa noche en contra de lo que Álex había calculado. Pero tiempo después, y una vez encarcelado, el parricida comprende que ese imprevisto en sus planes puede serle de gran ayuda.

Me alegro de no haberte matado”, le dice Álex a su depresivo hermano en un momento de la película. Es el tipo de frase que parece intentar dotar de una insensibilidad inquietante al villano de la función, pero al igual que el personaje de Álex, ‘La noche del hermano’ tiene que vérselas de frente con sus propios imprevistos. Y estos rara vez se ponen de su lado.

A pesar de contar con un guión con cierta fuerza (Josep Bonet, Tatiana Rodríguez y el propio García de Leániz son los autores) la dirección no es muy fluida. Aunque quizás lo peor resida en la falta de inspiración de sus dos protagonistas, Pablo Rivero y el debutante Jan Cornet, que dado el ritmo excesivamente pausado del filme, están expuestos a un análisis con lupa durante la mayor parte del metraje. Un análisis que no superan con nota precisamente.

Jan Cornet parece metido en su melancólico papel, pero no puede dejar de parecer tenso en los momentos en los que su personaje da rienda suelta a su ira o rencor, que aunque no son muchos son la prueba del algodón para el actor. A favor de Cornet podríamos decir que sus maestros han sido, entre otros, Lydia Bosch, Ana Gracia, Begoña Maestre y Ginés García Millán (todos en ‘Motivos personales’). Dicho esto, tal vez se le pueden perdonar todavía unas cuantas más al actor.

Pablo Rivero, en cambio, ha tenido buenos maestros en los años que lleva en ‘Cuéntame cómo pasó’ y, por lo tanto, no hay a quién desviar las culpas. En ‘La noche del hermano’ el actor confirma lo que ya apuntaba en los 60 y 70 de Bernardeau: es un actor de dos notas, y dos bastante desafinadas.

En el comprometido papel del parricida, Rivero no acierta a hacer cortante la atmósfera por mucha fría impasibilidad que dibuje en su rostro. Interpreta a Álex con seguridad, eso sí. Pero bajo la seguridad que parece tener sobre sus cualidades de actor hay una gran falta de visión objetiva sobre sus limitaciones, que son muchas más.

Salen mejor parados María Vázquez, Luis Tosar y, sobre todo, Joan Dalmau e Icíar Bollaín, por más que algunos de ellos no tengan personajes dotados con la profundidad necesaria.

‘La noche del hermano’, que camina con demasiada lentitud cuando pasa sobre algunos hilos predecibles del argumento, no se para lo suficiente en los cara a cara entre Jaime y Álex. La razón que lleva al mayor a masacrar a sus progenitores, el hecho de que el pequeño siga queriendo al monstruo después de todo, la influencia que Álex ejerce sobre los que le rodean, las secuelas que padece Jaime (esas llamadas a su antiguo hogar)... Hay hilos que hubiesen merecido un tratamiento más cuidadoso.

El final de ‘La noche del hermano’ no puede evitar ser predecible. Parece una página de sucesos a la que le faltan detalles. Pero a la película le sobran minutos y le faltan dos protagonistas de más solidez.

La película se estrenó ayer a las 22:00 en Canal+ y se repite esta noche a la misma hora en Canal+2.

domingo, 15 de abril de 2007

Crítica | KUTSIDAZU BIDEA, IXABEL; De Donosti al caserío, un singular viaje bochornosamente dirigido

Después de más de diez años sin ver estrenarse en euskera otra cosa que no fuese un episodio más de ‘Goenkale’ o la sitcom ‘Martin’, parece ser que vivimos un lento pero esperanzador renacer del euskal zinema: fue la divertida y entrañable ‘Aupa Etxebeste!’ la que dio el pistoletazo de salida en 2005, a la que siguieron ‘Kutsidazu bidea, Ixabel’ en 2006 y ‘Eutsi!’ en 2007. Esta de Fernando Bernués y Mireia Gabilondo es la peor de todas, una película en la que la escasez de medios, la completa falta de talento de sus directores y una poco acertada porción original del guión destrozan la que es una de las obras más divertidas y populares de la literatura en euskera.
Mikel Losada y Ainere Tolosa en 'Kutsidazu bidea, Ixabel'
ETB-1 estrena hoy (22:00) la versión para televisión de la cinta, que en su nuevo montaje constará de cinco episodios de unos 50 minutos cada uno. Pero viendo la versión que se estrenó en salas comerciales todo apunta a que ningún montaje, por meticuloso que sea, podrá hacer milagros con el material rodado. Aquellos que conozcan el libro de Joxean Sagastizabal (Eibar, 1956), que es a su vez uno de los autores del endeble guión, se verán profundamente decepcionados.

‘Kutsidazu bidea, Ixabel’ (‘Enséñame el camino, Isabel’) cuenta la historia de Juan Martin (Mikel Losada), un chico de diecinueve años que en el verano del 78 se dispone a pasar unos días en un caserío para aprender euskera. El chaval ya ha estado estudiando el idioma en su San Sebastián natal, pero pretende aprender el euskera “de verdad”, cosa que no resultará del todo fácil.

Ya de camino al caserío, el hombre (Angel Alkain) que le lleva en su Landrover advierte al pobre Juanma de que “los de Aranguren no hablan tan claro como yo, esos tienen fama de hablar mucho más ‘serrao’”. Aunque el incomprensible euskera de la familia que acoge al chico en su hogar al final resulta ser lo de menos. Nada más llegar el donostiarra es atacado por un pastor alemán, poco después tiene que empezar a soportar la maliciosa risa de la abuela del clan (Iñake Irastorza), queda en ridículo en la comida por ser el único incapaz de partir las nueces con la mano, pisa un regalito de vaca y, antes de darse cuenta, se ve durmiendo en la misma habitación que dos inmensos y rudos gemelos (Iñaki Zapirain y Xabier Zapirain), una abeja de película de ciencia-ficción y un calor desasosegante.

Aunque muchas de esas cosas se acaban por hacer medianamente soportables a ojos de Juan Martin, porque la hija pequeña de la familia, Ixabel (Ainere Tolosa), resulta ser la chica de sus sueños...

‘Kutsidazu bidea, Ixabel’ utiliza la fórmula de la comedia de malentendidos y, sobre todo, de situaciones ridículas, todas ellas con el protagonismo del incansable estudiante donostiarra, en una sucesión de tierra-trágames que han perdido prácticamente todo su encanto en su salto del libro a las imágenes.

Sagastizabal lograba en el libro que la incomprensión fuese el vehículo perfecto para el humor, haciendo que el choque de culturas (por llamarlo de alguna forma) no se hiciese asfixiante y despertando en el lector una sensación más de complicidad que de lástima hacia el protagonista. Era una especie de ‘Unico testigo’ en clave de comedia, con los baserritarras haciendo las veces de Amish desenfadados e impredecibles. Pero en la película (y, por tanto, a buen seguro en su paso a miniserie) las desventuras de Juan Martin se asemejan más a un programa de sketches humorísticos del tipo de ‘Vaya semanita’: el protagonista sufre una detrás de otra las consecuencias de sus meteduras de pata con un ritmo que no por rápido deja de resultar desinflado en contenido.

El guión, que firman ambos directores y el autor del libro junto a Carlos Zabala y Nagore Aranburu, carece de verdadero pulso. El mayor error, de todos modos, se debe al haber intentado estirar la trama sumando al enredo cómico un amago de retrato sociopolítico de la época. La línea argumental que tiene que ver con ese supuesto etarra escondido en los alrededores del caserío de Aranguren, los guardias civiles y la detención de buena parte de los personajes (inexistente en la historia original), está absolutamente impostada, un pegote como pocos se han visto en una película. Resulta difícil de entender que el autor del libro, siendo parte del equipo de guionistas, no se negase a semejante intrusión en el argumento, un patético intento de thriller político que no había forma de casar con esta historia.

Aunque el guión tampoco acierta a la hora de dibujar correctamente a los protagonistas, que parecen simples estereotipos y, lo que es peor, unos ciertamente planos.

Mikel Losada (‘Cuéntame cómo pasó’), aunque aparente bastante más que los diecinueve años de su personaje, es un actor que puede dibujar en su rostro el aspecto de ingenuo y despistado que era necesario. Lo que Losada no logra con este guión es evitar parecer un idiota de ciudad metido a tonto del pueblo, cosa que en el libro era impensable por muchas meteduras de pata que hiciese su personaje (en su papel de narrador de la historia, Juan Martin mencionaba entonces a Stephen Hawking, Walt Whiteman y Agamenón, entre otros muchos, demostrando tener cultura –aunque nunca el don de la oportunidad–).

La Ixabel de la debutante Ainere Tolosa tampoco está muy bien perfilada, y a la actriz, aunque sea lo suficientemente adorable, se la ve tirando a hipertensa en la mayoría de sus apariciones, demostrando no estar en el mejor de sus momentos. El resto de intérpretes principales se mueve en una tónica similar, con una Mireia Gabilondo incapaz de lucirse siquiera en su propia película y unos gemelos que parecen haber salido de un curso rápido de interpretación impartido por esta misma dama. Asier Ormaza y los veteranos José Ramón Soroiz y Teresa Calo, con sus breves apariciones, superan a todos los anteriores sin despeinarse lo más mínimo.

Algunos de los protagonistas del film de
Mireia Gabilondo y Fernando Bernués

Todo esto, claro está, no hubiese ocurrido con una dirección más cuidada que la de Fernando Bernués y Mireia Gabilondo: a ese guión se le hubiese podido sacar algo de partido, los actores hubiesen estado mejor guiados, las escenas mejor planificadas, los bellos paisajes más aprovechados... Ambos directores se muestran incapaces de controlar la situación desde que aparecen los créditos iniciales, con una poca mano que sorprende.

La falta de medios se sabe aplastante, no hay que ser muy astuto para advertirlo, pero una cámara ya tenían y también unos cuantos actores sobrados de buena voluntad. ¿Por qué no supieron mantenerlo todo, al menos, en los límites de la corrección? El resultado del trabajo tras la cámara deja claro un alto nivel de ignorancia, falta de experiencia y poca destreza en sus responsables. La dirección, tan descuidada como poco complaciente, es un pequeño desastre tras otro que invita al espectador a un visionado incómodo: la cámara de Bernués y Gabilondo rara vez enfoca a lo que queremos ver, a los que queremos ver, a lo que tenemos que ver.

Los 41.120 espectadores (según el Ministerio de Cultura) que tuvo la película tras su estreno en salas de cine parecen demasiados para un producto así. Nadie ha sabido en mucho tiempo destrozar carismáticos originales del papel como lo han hecho Fernando Bernués y Mireia Gabilondo con su ‘Kutsidazu bidea, Ixabel’.

A estos dos sí que habría que mostrarles su camino.

(Foto2: Ainere Tolosa y Mikel Losada en ‘Kutsidazu bidea, Ixabel’)