jueves, 28 de febrero de 2008

Crítica | THE WIRE: BAJO ESCUCHA; No es para espectadores pasivos

Acostumbrados ya a las series-fórmula (de esas que enganchan desde el primer episodio, con rápidas presentaciones de tramas transparentes, galerías de tópicos y variadísimos personajes en las que cabe de todo para llegar a todos, buenos y malos perfectamente diferenciados –no para educar, sino para evitar que pensemos–, etc.), ver “The Wire: Bajo Escucha” es como entrar en un mundo completamente opuesto y complejo, un ejercicio al principio costoso pero a la larga absorbente e hipnótico.
Sonja Sohn y Dominic West en
"The Wire: Bajo escucha"

Ninguna otra serie que se emite en este momento en España recompensa de tal manera el esfuerzo del espectador. En “The Wire” la trama es a menudo enrevesada y deprimente, y la lista de personajes no para de crecer, pero lograr estar al día significa presenciar una de las historias más realistas y apasionantes que se recuerdan en televisión.

La cosa va de drogas. De drogas y, por lo tanto, de narcotráfico y demás negocios sucios, de policías, de sus jefes, de los jefes de sus jefes y, cómo no, de los que les rodean, entre familia, amigos, enemigos, amantes... Puede parecer desbordante, pero es tan complicado como tiene que ser. Lo contrario sería ponérselo fácil al espectador, o lo que es lo mismo, poner en duda su inteligencia.

La primera temporada (que data de 2002) se emite desde el pasado diciembre todos los domingos a las 22:00 en TNT, en un espacio dedicado a series de culto. Y ninguna otra serie actual (la quinta y última temporada se emite ahora en Estados Unidos) merece ese calificativo tanto como “The Wire”.

Cada capítulo es una hora de ficción de calidad, de dirección de categoría, de personajes muchas veces ambiguos y de tramas violentas y desesperanzadoras de las que cada vez es más complicado despegarse a medida que avanza la temporada.

Los personajes tienen todos los matices y contradicciones imaginables, y no pueden estar más lejos de los héroes y del prototipo de villano clásico.

Por un lado (válganos algún ejemplo que sirva de referencia) tenemos a D’Angelo (Larry Gilliard Jr.), un joven narco con un fondo humano más acentuado de lo que cabría esperar, alguien a quien en no pocas ocasiones interpretamos como un simple chaval atrapado en zona de no retorno. Y es uno de tantos otros jóvenes de los barrios bajos de Baltimore que seguramente nacen condenados a sobrevivir en esa espiral de violencia y adicción.

Por otro lado tenemos a Jimmy McNulty (Dominic West, británico de nacimiento, por más que en la versión original su trabajado acento rara vez lo delate), un detective bastante tosco y a menudo pisoteado que, al igual que muchos de sus compañeros, no siempre sigue las reglas a rajatabla. Tan pronto resulta simpático y fiable como ridículo y decadente (nunca hemos visto en “El comisario” borracheras como las de este hombre de ley) y no es el único que inspira estos sentimientos encontrados.

Los guiones de la serie creada por David Simon, textos que merecerían ser publicados con encuadernación dorada, se suelen saltar (y hacen bien) las normas de etiqueta a la hora de retratar a jueces, policías, oficiales, detectives y demás profesionales de ese mundo. “The Wire” no permite ninguna clase de difuminación moral, se deja claro quién trafica y quién intenta evitar que lo haga, pero es una serie demasiado buena como para intentar hacernos creer que los mecanismos de la ley son siempre inmaculados.