miércoles, 29 de noviembre de 2006

Crítica | MÉDIUM; Saltos peligrosos

‘Médium’, que se emite de lunes a viernes a las 14:15 y a las 16:55 en AXN, es lo que le conviene ser. Cuando se trata de hacer thriller o suspense sobrenatural ‘Médium’ es un efectivo exponente del género; cuando se trata de hacer drama, ‘Médium’ se ablanda hasta encajar en la descripción. El problema son las formas: ¿cómo pasar de lo uno a lo otro de un modo eficaz?

Combinar géneros, si se hace como es debido, puede ser un pasaporte hacia el éxito: acertar en un tipo de producto significa atraer al público potencial de éste y, por lo tanto, en televisión hacerlo en más de un tipo puede significar aumentar la acogida en cuanto a espectadores. Pero si uno no tiene cuidado puede caer en el error de no “combinar” géneros sino “saltar” entre ellos. Eso es lo que hace ‘Médium’, la serie creada por Glenn Gordon Caron, y aunque no sea algo que pueda herir de muerte a esta ficción, sí es algo que habría que corregir o tratar de pulir.

El salto se nota enseguida. Es tan simple como coger cualquiera de los episodios de ‘Médium’, el emitido hoy (‘Hoyo 9’) por ejemplo, y ver la diferencia de tono entre una trama y la otra. En ‘Hoyo 9’, de la primera temporada, Allison (Patricia Arquette), una madre con poderes psíquicos para ver y oír a los fallecidos, predecir el futuro en sueños y leer el pensamiento, recibía el encargo por parte del fiscal del distrito (Miguel Sandoval, ‘Cosas que diría con sólo mirarla’) de aclarar si el acusado por un caso de asesinato fue o no injustamente encarcelado. Por otro lado, y ya en casa, Allison recibía a la madre (Kathy Baker) de su marido (Jake Weber) en lo que comenzaba pareciendo una simple visita pero que se iba convirtiendo en amenaza de traslado. Ambos argumentos eran interesantes por su cuenta y mérito, ambos despertaban curiosidad y estaban bien desarrollados, pero tenían un problema en común: no encajaban el uno con el otro.

Un abanico de tramas que se mueven entre el thriller, misterio, suspense, acción o todo a la vez no suelen presentar grandes incompatibilidades. Cuando un género tan diferente como el drama (más aún tratándose de un drama tan doméstico, costumbrista) se pone de por medio, la cosa cambia. Los guionistas de ‘Médium’ no han encontrado todavía la fórmula con la que evitar un choque tan claro. En ‘Hoyo 9’ se veía a la primera que saltar de la terrible visión de un cadáver ensangrentado al tema de “la suegra en casa (y para quedarse)” no era precisamente algo acertado.

Otro punto en el que suele notarse el peligroso salto al que es asidua la serie es en la relación entre la protagonista y su afable y simpático marido. Cuando Patricia Arquette trata de crear tensión o transmitir preocupación en relación con un tema del trabajo de su personaje, Jake Weber interpreta al hombre de la casa de manera que todo intento de alcanzar un tono de seriedad queda enterrado bajo palabras suaves de esposo paciente y, a veces, salidas inoportunamente divertidas: “la justicia no solo es ciega, está en coma” decía hoy Allison, a lo que Joe contestaba con un alegre (y fuera de lugar) “¡vale!”. Para algunos el trabajo parece sobrar de puertas para adentro.

Por lo demás, hay que admitir que ‘Médium’ es una buena serie, un entretenimiento elaborado y una incursión en el género fantástico nada incoherente o descabellada. La protagonista hace un buen trabajo (logró un Emmy en 2005 que causó sorpresa general), las notas desagradables están bien medidas, en el plano técnico todo está muy cuidado y, encima, la serie nos recompensa con la presencia de invitados como Kathy Baker. La verdad es que no se puede pedir mucho más.

(Foto: Patricia Arquette)

martes, 28 de noviembre de 2006

Crítica | LEY Y ORDEN; La sorpresa de lo correcto

No hay mejor manera de preparar una sorpresa que camuflar lo que precede a esta con un tono clásico, como visto y acostumbrado por decirlo de algún modo. ‘Ley y orden’ ('Law & Order') es una serie policíaca de la vieja escuela, con ese aire tan correcto pero que se antoja poco asombroso. Aunque está claro que no puede uno subestimar un producto de la televisión estadounidense.

En el episodio ‘La hermandad’, de la decimoquinta temporada (emitido hoy a las 16:05 en Calle 13), se narraba el conflicto (y algo más que eso) entre un funcionario de prisiones (Gary Basaraba, ‘Tomates verdes fritos’) y una hermandad de reclusos, de los rencorosos concretamente. Todo transcurría en una cierta “normalidad” para tratarse de algo relacionado con crímenes y castigos. ¿O esa es la errónea sensación que se crea en nuestro interior ahora que conocemos ese espectáculo de asesinato sórdido y magistral que es ‘CSI’?

En ‘Ley y orden’ (la primera y original, ni ‘Ley y orden: unidad de víctimas especiales’ ni ‘Ley y orden: acción criminal’) todo adquiere un tono como añejo, el tono de una serie policíaca correcta, buena, pero nada más, ni explosiones ni fuegos artificiales que dejen boquiabierto. A esa imagen clásica contribuían en el episodio de hoy la presencia de Dennis Farina en la primera mitad, con su camisa y corbata amarillas y esas gafas colocadas en el punto “abuelo” de la nariz, y Sam Waterston en la segunda, con su rostro y maneras cansadas. También tenía algo que ver en lo de antiguo o pasado lo de esos malhechores tatuados hasta la frente y su aspecto “sospechosamente latino”, algo que no hace ningún favor a la serie en lo que a incursión de tópicos se refiere.

En lo visual, la serie no es tan atrayente como ‘CSI’, pero también está lejos de los extremos de clasicismo que han alcanzado en la historia del cine y la televisión las historias de este tipo. El ritmo de la serie, por otro lado, tampoco se hace tan espectacularmente vertiginoso como en las series policíacas y criminales de nueva hornada, pero ‘Ley y orden’ cuenta lo que quiere de un modo claro y, salvando las distancias, bastante rápido, aunque también sabe exactamente dónde y cuándo hace falta un silencio.

La calidad no se la negaremos (otra cosa es si estamos ante algo sobresaliente, que más bien no), pero todo esto del tono algo antiguo, el cierto clasicismo visual y el ritmo no tan vertiginoso (a pesar de no ser características que signifiquen defectos en sí mismos) hacen que ‘Ley y orden’ parezca una serie de segundo plano a día de hoy : si tenemos a ‘CSI’ ahí mismo, ¿por qué recurrir a lo anterior, a lo menos moderno, sorprendente, rompedor? Es la pregunta que los responsables de esta serie deberían temer, pero la respuesta, sencilla, pone a cada cual en su sitio: es un valor seguro y, además, es algo que se aprovecha de su tono, estética, ritmo y corrección para pillarte desprevenido.

Las sorpresas de ‘La hermandad’ no dejarán a nadie sin aliento pero tampoco habrá quien niegue que no faltan ases en las mangas de los guionistas, tanto en el de hoy como en la mayoría de episodios, y cabe decir además que, en una serie estrenada en 1990, cada nuevo logro del guión merece ser tomado como uno mayor. El resto, unas interpretaciones eficaces (las de Candice Bergen y Gary Basaraba en el episodio de hoy, por ejemplo), la últimamente inevitable rubia inteligente y todo terreno (Elisabeth Röhm) y de nuevo corrección por los cinco costados. Técnicamente no es ‘Ley y orden’ lo que más llama la atención en la pequeña pantalla actual, pero las de esta serie son historias interesantes, entretenidas y serias que, al contrario que en otros productos más “de hoy”, no se ven eclipsadas por luces, flashes y estruendos. Tal y como están las cosas, eso es ya de por sí logro y sorpresa.

(Foto: Sam Waterston)

lunes, 27 de noviembre de 2006

Crítica | SMS; Una botella más que vacía

‘SMS’, el título del serial que emite La Sexta de lunes a viernes a las 16:10, es una abreviatura de ‘Sin Miedo a Soñar’, aunque muy bien podría serlo de ‘Sin la Mínima Sustancia’. No llega a los puntos más bajos que alcanza la ficción en ese horario (ahí está la insultante ‘El color del pecado’, de Antena 3 TV, para asegurarse de ello) pero dista mucho de ser una digna competidora para ‘Amar en tiempos revueltos’ (TVE-1).

Algunos de los protagonistas de 'SMS'

El argumento de ‘SMS’ es el siguiente según la página web de La Sexta: “la historia de un grupo de adolescentes de clase alta cuya vida cambia bruscamente tras la llegada de un joven de barrio”. No estoy en posición de decir que trata sobre otra cosa, pero desde luego las cosas no quedan ahí. En el capítulo de hoy, titulado con lo que parece un gran esfuerzo creativo ‘La botya ½ yena’ (lo que sería ‘La botella medio llena’ para cualquier otra serie que no quisiera dárselas de moderna), veíamos amores imposibles, una madre acusada (injustamente, faltaría más) de estafa, una hija “humillada” hasta extremos insospechados porque su madre no paga las mensualidades de sus clases y un etcétera de cosas que no vale la pena enumerar. Todo con tanta falta de originalidad como de talento, y con una torpeza a la hora de intentar involucrar al espectador en la trama que no se ve superada ni por el peor culebrón que podamos encontrar en la última de las cadenas locales.

Recursos como el de dividir la pantalla en recuadros que muestran a los distintos personajes (y alguna otra cosa que se quiera destacar) al mismo tiempo, tienen de modernos lo que de idiotas. Si lo que pretenden es emular a ‘24’ en una serie como esta, permitid que me carcajee. Si lo que pretenden, por otro lado, es resaltar (como en el capítulo de hoy) la expresividad de los ojos de actores como Mario Casas o Aroa Gimeno, permitid que me carcajee de nuevo. Ninguno de los anteriores tiene en sus ojos, por decirlo de un modo amable, la expresividad de las grandes estrellas, esas que no tienen necesidad de diálogos para decir cualquier cosa. Aunque, también es cierto, nunca hay gran cosa que expresar en ‘SMS’, nada que merezca la pena hacer llegar al espectador al menos.

Como suele ocurrir, los actores pagan en esta serie los platos rotos de un guión sin la menor sustancia. Lola Marceli tiene el papel de seria, aburrida y autoritaria de la función, esa madre que parece haber sido creada solo para fastidiar a su hija. Es una lástima que Marceli, una sólida actriz, se lo tome tan en serio, ya que se acaba echando a perder entre gritos y muecas de madre desesperada. Aunque mucho peor parado sale Javier Albalá, un actor que parece pensar que hacer de padre se limita a hablar con tono pausado, alto y cantarín, casi silabeando.

Los más jóvenes del reparto no parecen grandes promesas precisamente, y para muestra un botón: Raúl Peña interpretaba hoy el esperado reencuentro de su personaje con su padre (que al parecer acababa de salir de prisión) como si de un saludo incómodo se tratara. Peña tendrá que aprender que por fuerte que se abrace a alguien hay algo llamado lenguaje corporal que está ahí y que puede delatar lo falso de un movimiento por exagerado que se intente hacer.

La vuelta de Antonio Hortelano a la ficción adolescente habrá alegrado a más de uno (y sobre todo a más de una), pero solo se puede decir de él que su presencia en ‘SMS’ no le hace ningún favor: no es muy agradable comprobar que, habiendo como hay tantos y tantos actores en paro, un intérprete que ha sido admirado durante años no sepa todavía llorar en pantalla. Cualquiera hubiese interpretado la única escena que tenía hoy con mejores resultados, pero viendo ‘SMS’ queda claro que los resultados no son algo que preocupen demasiado a los responsables de este disparate. Los creadores de la serie son Daniel Écija, Ernesto Pozuelo y Carmen Ortiz. Mejor hubiesen hecho en firmar bajo seudónimo.

domingo, 26 de noviembre de 2006

Crítica | A FLOR DE PIEL; Thriller con maníaco, superior pero no sobresaliente

Por mucho que sea estadounidense la mayor parte de la ficción extranjera que nos llega para recordarnos lo inferior de la calidad media de nuestra producción propia, también en Europa tienen mucho que enseñarnos. ‘A flor de piel’ (‘Beneath the skin’), una miniserie de dos episodios que se emitió ayer en la sobremesa de ETB2, no es la mejor lección que nos podrían dar, pero sirve para demostrar que “una más del montón” en el Reino Unido ya es bastante más que una a la que calificaríamos igual en España.
Jamie Draven y Phyllis Logan
en 'A flor de piel' (Sarah Harding, 2005)
‘A flor de piel’ es lo que diríamos un thriller con maníaco, género en el que parte en inferioridad de condiciones respecto a las películas del mismo estilo: no tiene los medios técnico-presupuestarios deseados y tampoco la libertad de creación necesaria a la hora de mostrar elementos escabrosos o impactantes. Está hecha para la televisión (para una generalista y de audiencias importantes) y se notan las limitaciones.

Pero tampoco sería justo decir que es el hecho de haber sido gestada para la pequeña pantalla lo único que ha perjudicado a esta producción. Estrenada en la ITV (Independent Television) en 2005, está dirigida por Sarah Harding, que firmó en su momento algunos de los episodios de la versión original de ‘Queer as folk’, lo que en este caso no viene a decir gran cosa. La dirección de ‘A flor de piel’, si bien no llega a ser caótica, sí es algo molesta, incómoda, con esos planos tan cortos que dan la impresión de que la cámara va a golpear a los actores, y por tanto esa misma cámara, a ratos hiperactiva, lejos de servir únicamente de ojos para el espectador, se hace notar tanto que saca a éste de la historia constantemente. Si Harding tuvo algo que ver en el resultado del ‘Queer as folk’ británico, debió dirigir esta miniserie en pleno catarro directoral.

Por otro lado, ‘A flor de piel’ está basada en una novela de Nicci French que no pasará a la historia por su originalidad, como tampoco lo hará la labor de adaptación de Gwyneth Hughes: la trama, bastante previsible, se centra en las vivencias de tres mujeres amenazadas por el típico desequilibrado.

Una joven profesora de educación primaria es la primera en vivir la pesadilla. Al ser testigo de un robo en plena calle, Zoe (Stephanie Leonidas) golpea con una sandía al ladrón en pleno intento de fuga. La cosa parece haber acabado bien y la joven incluso sale en el periódico convertida en “la chica de la sandía”, lo que hace que comience a recibir cartas de admiradores que la felicitan por su valentía. Pero hay una carta que llama su atención sobre el resto, una que dice así: “¿A quién le va a importar que estés muerta?”.

La segunda víctima es Jennifer (Emma Fielding), un ama de casa y madre de dos chicos (Hugh Mitchell y Beans Balawi) a la que, sin detención con sandía de por medio, las cartas no tardan en llegar. Pero el tono es algo diferente es sus misivas, pues el autor parece saber bastante sobre algunos problemas por los que atravesó la mujer con su marido (David Westhead) años atrás.

Una joven e impulsiva vendedora de mascotas, Nadia (Rebecca Palmer), es la tercera mujer en ser acosada, y ésta lo es además durante todo el segundo episodio, aunque para cuando la vemos en el apuro ya nos ha sido desvelada la identidad de la persona que acecha a estas mujeres.

La premisa argumental suena inquietante, pero el guión rara vez llega a aprovechar la situación en la que coloca a sus protagonistas. A la historia le falta tensión y un ritmo más firme, en especial en el segundo capítulo. Los personajes, eso sí, están mejor dibujados de lo normal en este tipo de ficciones (inmensamente mejor que en las producciones españolas de estas características) y las actrices logran transmitir el miedo y la angustia que los rodean: Stephanie Leonidas se gana la simpatía del espectador sin apenas proponérselo; Emma Fielding, en un papel que le exige hacer cosas más inverosímiles como pintar su casa de naranja en un arrebato de histeria, está lo suficientemente creíble; Rebecca Palmer, como protagonista absoluta del segundo episodio, aprovecha bien la oportunidad de desarrollar más su personaje, valiente y decidido en un principio (“Es sólo una carta, no la Tercera Guerra Mundial”) pero desesperado y atormentado cuando por fin es consciente del peligro que corre. Los actores que acompañan a las anteriores, sobre todo Daniel Mays (‘El secreto de Vera Drake’) y Jamie Draven (un estupendo actor visto en ‘Billy Elliot, quiero bailar’ y ‘El mesías: los primeros asesinatos’), tampoco desaprovechan una sola línea de sus diálogos.

A la hora de repartir las culpas, y siendo ésta una miniserie cuyo guión tampoco es lo peor que hemos visto en una sobremesa televisiva y cuyos actores saben exactamente lo que hacen, conviene decir que parte de ellas están dentro de nuestras fronteras: algún día tendrán que explicarnos los programadores de la ETB el por qué de su empeño en emitir de un tirón algo que ha sido rodado expresamente para ser dividido en dos partes. Vista ayer en la ETB, ‘A flor de piel’ parecía una montaña rusa, una película que, de repente, abandonaba el ritmo logrado en la primera hora para caer hasta el punto en que había comenzado: ganar tensión y perderla de un plumazo. Pero ese plumazo sería en realidad, vista en la ITV, un día o quién sabe si una semana entre ambos capítulos, espacio de tiempo que hubiese hecho más comprensible el altibajo.

sábado, 25 de noviembre de 2006

Crítica | YO SOY BEA; El viaje a ninguna parte

¿Como puede llegar a alcanzar audiencias superiores al 30% de share algo tan condenadamente malo? Es la pregunta que uno se hace cuando, al igual que buenos productos son retirados a la velocidad de la luz, otros rematadamente mediocres aguantan meses y meses en la parrilla y encima con gran éxito. ‘Yo soy Bea’ (Telecinco) es una telenovela como otra cualquiera, un culebrón que no da sorpresas, no cuenta con trabajos de interpretación demasiado dignos y no lleva a ningún sitio.

Mónica Estarreado, Alejandro Tous y Ruth Núñez en 'Yo soy Bea'

Lo de no llevar a ningún sitio es lo peor del serial. ‘Yo soy Bea’ es una nueva versión de la telenovela colombiana ‘Yo soy Betty, la fea’, y todos sabemos como acaba, y si al menos desconociésemos cómo es el camino que lleva a ese final la cosa se haría más soportable, pero no es ese el caso. Conocemos a la chica (una muchacha inteligente y de buen corazón pero poco agraciada físicamente), conocemos el comienzo de la historia (la chica es contratada como secretaria del jefe en una empresa que mueve mucho dinero) y conocemos a aquellos con los que tendrá que convivir la chica (de todo, desde gente maravillosa que la ayuda y defiende hasta malos de culebrón que parecen villanos de videojuego, nacidos para incordiar hasta sus últimos suspiros). ¿Y el final? Claro que lo conocemos: la chica acaba con el apuesto jefe, y encima se vuelve la más guapa y deseada del lugar, la reina del baile vamos. ¿Habremos aprendido algo de todo esto? Lo dudo.

La vida de Beatriz Pinzón es previsible y repetitiva hasta la saciedad: a la pobre mujer se le presenta siempre una complicación en su trabajo, y por supuesto ella es la única que sabe como hacer frente a la situación. Las cosas se complican, sus amigas no pueden solucionarle la papeleta, pero con esfuerzo ella logra triunfar y hacer que su jefe se sienta orgulloso de ella, que parece a veces lo único que satisface a la chica en el mundo.

Algo que hace a los culebrones un poco más divertidos de lo que serían de otro modo son los malos de la función. Sobre todo las malas, para ser más exactos. En ‘Yo soy Bea’ no faltan, pero ninguno de ellos tiene la fuerza o garra suficiente. Dos claros ejemplos: Mónica Estarreado es plana y aburrida en su cometido, su experiencia en el género (‘La verdad de Laura’) no se hace notar en ningún momento. La actriz tiene una belleza y expresión oscuras que van muy bien con su papel, pero encarna a la esposa del jefe como si para ella interpretar fuese un proceso mecánico, algo sin sorpresas ni emoción; Norma Ruíz, que hace de típica rubia tonta, no provoca ni risa ni rabia. Lorna Paz, que interpretaba el mismo papel en la versión original, era bastante más divertida.

Los buenos, para colmo de males, tampoco convencen en ningún momento. Ruth Núñez, que tiene en su currículum títulos como ‘Compañeros’ o la película ‘Yoyes’, es una Bea demasiado dulce, tímida, paradita y sosa, que no está a la altura de Ana María Orozco (la Betty original) y tampoco seguramente de America Ferrera (la de la versión estadounidense, 'Ugly Betty'). Núñez todo lo dice con un tono que está entre la disculpa y el miedo, como si a pesar de ser la protagonista alguien fuese a eliminarla del mapa al mínimo paso en falso. Además, el personaje al que interpreta la actriz es demasiado bueno para ser real, ya que todos sabemos que alguien como Bea, una mujer echa 100% de bondad, no sobreviviría un solo día en un mundo como éste. Pero para desacertados sus diálogos, capaces de hacer apartar la vista a cualquiera: “Don Álvaro Aguilar es un digno sucesor de su padre, un hombre íntegro como pocos... una persona en la que se puede confiar”, esto metido como si tal cosa en plena conversación. Lo peor es comprobar quién es el famoso galán al que alaba la chica, el partenaire que se suele decir. Se trata de Alejandro Tous, un caballero cuyo físico es lo único que da sentido, si cabe, a la decisión de haberle contratado como el protagonista masculino. Si hay un verdadero actor ahí, cosa que dudo, aún no ha hecho acto de presencia. Lo único que hemos visto por el momento es un hombre rígido e inexpresivo que suelta sus frases cambiando, como mucho, el volumen de su voz.

El resto del reparto no guarda demasiadas sorpresas. Hay caras conocidas, caras bonitas y otras que simplemente son otras caras más. También aparecen Carmen Ruiz (que hace doblete con ‘Mujeres’ en La 2) en el papel de Chusa y Ana María Vidal como la madre de Álvaro, pero ambas actrices tienen más de lo que dan aquí.

Es cierto que ‘Yo soy Bea’ da exactamente lo que promete, pero el problemas está en que eso que promete no es gran cosa que digamos: lujo de culebrón, intrigas de oficina (o mejor dicho de andar por casa) y humor descafeinado. Nada de lo que hay aquí es nuevo, diferente o mejor que lo que hemos visto una y mil veces en las sobremesas televisivas. No sirve para aprender nada, y aquellos que vengan con que demuestra lo lejos que se puede llegar con inteligencia y sin belleza que se vayan a otro sitio con el cuento. Si a Ruth Núñez no la convierten en una criatura despampanante como guinda para el final del culebrón, volveré aquí y escribiré sobre el acontecimiento. Por ahora, lo único que podemos destacar es que se está anunciando la participación especial de Jesús Vázquez en un episodio de la serie, pero lo que necesita ‘Yo soy Bea’ no es la aparición de un presentador famoso sino buenas y originales ideas, tramas que digan algo de una vez. Cuatro meses después del primer episodio ya va siendo hora.

viernes, 24 de noviembre de 2006

Crítica | PRISON BREAK; Que no se abran las rejas

Es lo peor que te pueden hacer, atarte a esa silla así” decía uno de los personajes de ‘Prison Break’ en el capítulo que se emitió ayer en La Sexta. Se refería por supuesto a la silla eléctrica, ese aparato con el que hacen justicia en Estados Unidos, el aparato que lo arregla todo: limpia el país de criminales, convierte el mundo en un lugar mejor y supone un triunfo para la justicia en ese “gran país”. Es broma. ‘Prison Break’ narra la historia de Michael Scofield, un chico decidido a salvar a su hermano Lincoln de una muerte horrible y terriblemente injusta para cualquier ser humano, sea éste inocente o culpable.

En el primer episodio Michael (Wentworth Miller) roba un banco y es llevado a la penitenciaría estatal de Fox River, donde “casualmente” también está su hermano, Lincoln (Dominic Purcell), que espera en el corredor de la muerte. Lincoln está pasando por algo más que una mala racha, condenado por el asesinato del hermano del vicepresidente y atrapado en esa espiral de injusticia y muerte que es el sistema legal estadounidense. Es una especie de ‘El expreso de medianoche’ (Alan Parker, 1978) en tono menor pero, también hay que decirlo, sin el maniqueísmo de la película escrita por Oliver Stone y con una intriga más elaborada. Es lo que tiene partir de la pura ficción, los límites se ensanchan y no hay tanto peligro de caer en los relatos partidistas que propician algunas historias basadas en hechos reales.

Desde que al principio del episodio de ayer el protagonista dijo “nos vamos” hasta que al final rectificó con un “no vamos a salir de aquí” la serie nos proporcionó un entretenimiento muy notable, como lo hace siempre. Es cierto que ‘Prison Break’ tiene una estructura bastante circular, con esos planes perfectos que prometen libertad para el final del episodio pero que siempre se tuercen en el último momento, aunque a la serie no puede llamársele repetitiva pues cada capítulo se las ingenia para innovar de una manera u otra: más acción, una tensión diferente, toques dramáticos (ayer con ese padre al que el “trabajo” impedía estar en casa pero que prometía a su hija que volverían a verse esa misma semana), nuevas piezas del rompecabezas de la conspiración... En este último punto es de agradecer que la trama se pueda seguir con bastante facilidad aunque no se sea muy amigo de las intrigas conspirativas, no en vano estamos ante una serie creada para el gran público.

Wentworth Miller, un joven actor que fue nominado al Globo de Oro por este trabajo en la última edición de los premios, interpreta al tatuado protagonista, que fue uno de los que ayudaron a diseñar la prisión en la que se encuentra. A Miller no le faltan ganas ni atractivo para su papel, pero sí un punto más de preocupación para hacer realmente creíble la extrema situación en la que se encuentra. Su interpretación es demasiado fría. Dominic Purcell, que protagonizó hace no mucho ‘John Doe’, aquella serie sobre el hombre que lo sabía todo a la hora de resolver crímenes pero que desconocía cualquier dato sobre sí mismo, está en una situación parecida: quiere pero no sabe. Un condenado a muerte sufriría más, parecería más desesperado y no tan sereno y preocupado por los demás. El personaje de Purcell debería inspirar un sentimiento de impotencia que el actor no logra ilustrar.

‘Prison Break’ es en cierto modo (o, al menos, así la entiendo o quiero entenderla yo) el retrato de una sociedad enferma, una sociedad que se cree con derecho a matar a otro ser humano, una sociedad que no cree en la reinserción ni en el tiempo para pensar, recapitular, arrepentirse, aprender... Una sociedad que cree en el castigo. Aunque la serie creada por Paul Scheuring hace soportable el retrato, de hecho lo hace entretenido de veras, pero sin despojarle del dramatismo preciso.

En el fondo no queremos que logren escapar. O al menos no a corto plazo.

martes, 21 de noviembre de 2006

Crítica | MI QUERIDO KLIKOWSKY; La otra cara de una moneda que podría haber valido más

Cuando la dirección de una teleserie es correcta y el protagonista carismático podría decirse que la producción está bien encaminada. Pero no hay moneda sin dos caras, y si miramos ‘Mi querido Klikowsky’ desde otro ángulo de vista también podemos decir que la dirección tira más hacia lo rutinario y que el protagonista es el oasis en una zona de sequía de ideas y desértico talento interpretativo.

La premisa argumental que presenta ‘Mi querido Klikowsky’, que se emite cada lunes en el prime time de ETB2, es sencilla y, por qué no decirlo, es de esas que aunque muy vistas despiertan cierto interés. Se trata del choque de culturas, costumbres, formas de ser etc. Un argentino, el entrañable y romántico Saúl Klikowsky (Martín Gervasoni), se muda a la localidad vasca de Eibar para comenzar una vida en común con Arrate (Naiara Arnedo), su novia. Pero allí no solo tendrá que enfrentarse a las dificultades que supone un cambio de escenario de esa magnitud. En Eibar le espera el padre de Arrate, un hombre que amontona en su ser todos los tópicos del rudo, retrógrado y primitivo “vasco de pueblo”, ese que se burla del feminismo, pasea su ignorancia a voz en grito y se enorgullece de lo anticuado de sus ideas. Sobrevivir al imprevisible Txomin (Janfri Topera, “Txomín” para Saúl) será uno de los retos del argentino, además de acostumbrarse a un entorno no tan hostil como lo pintan.

‘Mi querido Klikowsky’ no es un retrato de la sociedad vasca, ni siquiera uno llevado al extremo. Los personajes de la serie son exageradamente abiertos y atrevidos, y no es cuestión de recurrir a otro tópico (bastantes hay ya en la serie) para calificar de cerrada a la sociedad euskalduna, pero la euforia que se respira en las conversaciones de esta producción no puede estar más alejada de la realidad. Aunque lo realmente malo de la serie es el no tener gracia, tan simple y duro como suena. No hay manera suave de decirlo, ‘Mi querido Klikowsky’ es una comedia frustrada, un producto cuyo guión deshace todo lo que el protagonista y el equipo técnico se esfuerzan en hacer, una serie que sin duda tendría buenas intenciones pero que se queda en nada.

En el capítulo de ayer, ‘Independiente radical’, la directora era Mireia Gabilondo, a la que se debe ‘Kutsidazu bidea, Ixabel’ (con Fernando Bernués, 2006). Contando con unos medios más bien escasos, Gabilondo rodaba el episodio al estilo sit-com, de una forma primaria y nada innovadora, de manera que todo el peso recae en la historia y en los personajes. En una serie como ‘Siete vidas’, con sus ágiles diálogos y sus divertidos protagonistas, la jugada hubiese sido acertada, pero el problema en ‘Mi querido Klikowsky’ es que no hay nada en el guión sobre lo que apoyar el peso, o al menos nada bueno. Los diálogos de la serie, a parte de tener como base situaciones mil veces vistas, son de una calidad que no aguanta el análisis más benévolo. Los chistes, si los hay, se meten con calzador a la primera ocasión que se presenta, y si no se presenta tal ocasión, se insertan de todos modos, haciendo quedar a los actores que tienen que soltarlos como los típicos y patéticos graciosillos de vergüenza ajena.

En ‘Independiente radical’, Kike Díaz de Rada decía estar “loco por ella”, refiriéndose al personaje de Mónica Van Campen, y Esther Velasco respondía: “yo ya sabía que estabas loco, lo que todavía no sabía era que era por ella”. Así de gracioso. Esther Velasco no es en absoluto una buena actriz, su sobreactuación sería reprobada por el peor profesor de teatro de escuela, pero también hay que decir que no es tarea fácil sonar creíble o, si es demasiado pedir, al menos no caer en el ridículo con semejantes frases que defender. Otro fallo del guión (otro más) es la acumulación de tramas. Como si de un ‘Hospital Central’ en clave de comedia se tratara, ‘Mi querido Klikowsky’ acumulaba ayer tres tramas, muy diferentes entre sí, en un mismo episodio: el plan para arruinar el negocio de los enanos (en la categoría de “malentendidos”), las innumerables inundaciones, amagos de mudanza y decepciones personales (categoría de “tira y afloja teatral”) y el asunto del ochote (categoría de “ridículo sin paliativos”). No serían muchas si no fuese porque los responsables no dan abasto con una sola y porque en una comedia de este tipo los continuos saltos de unas a otras crean cierto desconcierto.

Otra asignatura pendiente para Mireia Gabilondo es la dirección de actores, aunque lo mismo da que sea ella la encargada del episodio que que sean Fernando Bernués o Carlos Zabala, suele ser por méritos propios que los intérpretes de la serie no estén, en general, demasiado acertados. Solo se salva el protagonista, Martín Gervasoni, uno de esos actores cómicos (a la espera de verlo en otros registros) capaces de trascender el material más ridículo y menos elaborado. Gervasoni se las ingenia para ser divertido a pesar de que el diálogo, por estúpido, se empeñe a veces en cebarse con él (“buenos días se dice egun on, ¿buenas noches no debería decirse egun ‘off’?) y es capaz de resultar simpático con solo ponerse mal una boina. Es de esperar que este actor argentino sobreviva a ‘Mi querido Klikowsky’.

El resto del reparto, en cambio, no corre la misma suerte: Mónica Van Campen está más tensa que un poste, aunque a ratos su rigidez se agradece viendo el desmadre interpretativo de algunos de sus compañeros; Janfri Topera, que interpreta a Txomin, parece más cómodo con su papel, pero nadie podrá negar que su histrionismo llega a ser enormemente cargante; Ane Gabarain (Margari) exagera hasta decir basta; Paco Obregón, que por su físico parece un Alberto Jiménez que se ha echado 15 años encima, no convence y el teatral Kike Díaz de Rada tampoco; Naiara Arnedo y Patxi López, por su parte, son tan insustanciales como sobreactuados son el resto.

‘Mi querido Klikowsky’, que atraviesa su tercera temporada (todo un logro vistas las dificultades en la televisión de hoy), es una oportunidad perdida. Contar la historia de un inmigrante en Euskadi era un punto de partida con bastantes posibilidades que, además, podía funcionar como una manera de hacerse eco de una realidad social, aunque fuese en clave de comedia. Que Euskal Telebista o las productoras Globomedia y Pausoka no quisiesen meterse en el jardín de hacer un drama sobre este tema (algo que hubiese sido, por otro lado, bastante más interesante y necesario) es una decisión respetable, ¿pero sería tanto pedir que como comedia la historia fuese algo más efectiva?

(Foto: Martín Gervasoni)

lunes, 20 de noviembre de 2006

Crítica | MUÑECO DIABÓLICO 2; Años antes de echarse novia...

Una gran productora, una correcta y cuidada banda sonora, una fotografía más luminosa y colorista y un muñeco más expresivo. Son los cambios que parece ofrecer a simple vista la primera secuela de ‘Muñeco diabólico’ (Tom Holland, 1988), y todos parecen positivos. Pero basta con quedarse para el primer asesinato para descubrir que son muchos más los cambios, y que no hacen precisamente corregir los errores de la primera parte. Cometido el segundo crimen de la función, en el que la víctima es un tontorrón Greg Germann (años antes de ‘Ally McBeal’), queda claro que ‘Muñeco diabólico 2’ ('Child's Play 2') , ayer noche en Sci-Fi, es exactamente el modelo a evitar a la hora de estirar el chicle de la rentabilidad.

Alex Vincent, más crecidito y descuidado por el director (John Lafia en esta ocasión), repite como protagonista interpretando a Andy Barclay, el niño del que se quiere apoderar Charles Lee Ray, que permanece atrapado en un trozo de plástico desde que, en la primera entrega, hizo un conjuro que le ayudó a separarse de su moribundo cuerpo. Para volver a tener aspecto humano el maníaco debe depositar su alma en el cuerpo de aquella persona a la que le confesó primero su verdadera identidad. Quién sino Andy, el pobre niño que en esta película ha sido separado de su madre (por lo que respecta a Catherine Hicks parece que triunfó el sentido común a la hora de firmar), que está en un psiquiátrico, y comienza a vivir con una familia de acogida. Allí llegará Chucky, recién reconstruido y con ganas de matar. Los padres de acogida (Jenny Agutter y Gerrit Graham) no harán gran cosa para ayudar a Andy, pero a falta de su madre otra rubia (Christine Elise) entrará en el juego dispuesta a jugarse el cuello por salvar al crío.

El hecho de que Chucky deba darse prisa para introducir su alma en el cuerpo de Andy (sino quedará atrapado en el muñeco para siempre) no ayuda a la hora de crear tensión, y es que ya debería saber el muñequito de marras que las prisas no son sinónimo de eficacia. Ir al grano no es una virtud en una película de suspense, donde la tensión se crea a base de silencios inquietantes y ritmo medido, preferiblemente un in crescendo que dura hasta el climax final. En ‘Muñeco diabólico 2’ no hay tensión, todo es predecible, repetitivo, de una originalidad nula y, para colmo, el enfrentamiento final es risible, de auténtica pena. Todo es susto (más quisieran ellos), persecución (no suelen durar mucho dada la poca inteligencia de las víctimas), asesinato (a cual más patético) y fin. Susto, persecución, asesinato y fin.

Lo de ser más colorista hace a esta secuela algo más apetecible de mirar (que no ver), la banda sonora es de Graeme Revell, lo que indica que había un cheque más generoso de por medio, y la dirección parece querer recordarnos de cuando en cuando que ahora es la Universal la que está detrás del proyecto (esas vistas aéreas del comienzo...). Pero ninguno de los puntos anteriores funciona si no hay un guión pasable (todo suena a drama doméstico en vez de terror, con Vincent escuchando conversaciones detrás de una puerta, o diciendo cosas como “vaya a donde vaya Chucky me encontrará”), unas imágenes que inspiren al compositor y un mínimo conocimiento a la hora de utilizar los medios. Si encima el humor negro (el muñeco que escribe “jódete guarra” en un trabajo de colegio de Andy para escándalo de la profesora) no funciona en ningún momento, las interpretaciones han empeorado notablemente (lo de Christine Elise merece mención aparte, ya que interpreta a Kyle como si conducir amenazada cuchillo en mano por un muñeco fuese algo que le pasa cada día) y los asesinatos son rebuscados pero dejan indiferente, entonces la película no tiene literalmente nada que ofrecer.

Para entender de una forma rápida y esquemática lo fallido de esta secuela hay que decir que de lo mejor de la primera parte no hay nada en esta segunda, y todo lo que fallaba en aquella puebla de comienzo a fin ésta. Sabemos desde el principio quién es el malo, como mata, como habla, como ríe, como grita... Hay más presupuesto, sí, pero eso no impide que los 80 minutos que dura el filme se hagan eternos. ‘Muñeco diabólico 2’ es como una cuchilla de afeitar sin filo; irrita pero no corta, que es lo que tiene que hacer.

domingo, 19 de noviembre de 2006

Crítica | LLÁMAME PETER; Ascenso y caída del hombre que no sabía ser sí mismo

Me gustaría saber la razón por la que no titularon este telefilme ‘Vida y muerte de Peter Sellers’, porque eso es exactamente ‘Llámame Peter’ (‘The life and death of Peter Sellers’), el relato sobre el ascenso y caída de un actor, su llegada a la cumbre y el lento resbalón que le siguió.

Hace no mucho escribí sobre otro biopic televisivo, ‘La historia de Audrey Hepburn’ (Steven Robman, 2000), y dije de entrada que “nadie podría haber dado vida a la actriz y salir del todo airosa”. La interpretación de Geoffrey Rush en ‘Llámame Peter’ es la demostración de que por único que sea el personaje interpretado el actor siempre podrá enfrentarse al reto con dignidad. Es imposible dar una réplica exacta (ni siquiera creo que sea bueno hacerlo, hay peligro de caer en la simple imitación), pero Rush, al contrario que Jennifer Love Hewitt en ‘La historia de Audrey Hepburn’, sí sale airoso al ponerse en la piel de un actor inmortal. Es más, sale triunfante.

Producida por la HBO, ese canal de pago que todos querríamos tener, la película de Stephen Hopkins (parece mentira que dirigiese ‘Pesadilla en Elm Street V’) sigue los pasos de Peter Sellers desde los tiempos en los que triunfaba en la BBC hasta su engañoso éxito con ‘Bienvenido Mr. Chance’ (Hal Ashby, 1979). Y no es que esta tv-movie presente al Peter Sellers de la película de Ashby como un actor venido a menos profesionalmente, pero ‘Llámame Peter’ deja muy clara la línea que separa el verdadero éxito (esa mezcla entre el triunfo personal y el profesional) del éxito chirriante, ese que permite brillar en la oficina y esconder la decadencia sufrida en otros ámbitos.

Aunque la armonía familiar nunca fue tal en la vida de Peter Sellers según esta película, basada en la biografía de Roger Lewis. La madre de Sellers (Miriam Margolyes) es presentada desde el principio como una mujer bastante más preocupada por la fama de su hijo que por la salud de su marido. Peg Sellers presiona a su hijo para que intente abrirse paso en el cine y, cuando éste consigue el BAFTA por ‘I’m all right Jack’, mira la entrega de premios en la televisión tratando a su esposo con indiferencia. El propio Peter tampoco es un padre modélico, como lo demuestra en la terrible escena en la que destroza los juguetes de su hijo (James Bentley, aquel pálido niño de ‘Los otros’) cuando éste, con toda su buena intención, pinta el coche de su padre en un intento de camuflar un defecto del mismo. El Peter Sellers esposo también deja mucho que desear, destrozando su primer matrimonio con la misma facilidad con la que humilla y maltrata a su segunda mujer (Charlize Theron). Pero, en cualquier caso, ‘Llámame Peter’ muestra una cuesta abajo muy pronunciada, que va de los aires de víctima que muestra el protagonista al término de su relación con Anne (Emily Watson) a la crueldad con la que trata a todo el que le rodea en la época que precede a ‘Bienvenido Mr. Chance’.

Geoffrey Rush se adapta a su complicado papel cual guante en las manos más deformes. El actor maneja a su personaje con el mismo acierto cuando se trata de sacar comicidad y capacidad para la caricatura y cuando se trata de utilizar todos sus recursos dramáticos para interpretar al personaje en sus momentos más duros. En el papel de Sellers vemos a Rush (que fue galardonado con un Emmy y un Globo de Oro por este trabajo) convirtiéndose mediante la imitación en todos los que le rodean (sus padres, su mujer...), pero también mutando hacia una persona que no sabe ser él mismo.

Miriam Margolyes interpreta a la madre del protagonista, un personaje interesante pero complejo hasta la confusión. Peg Sellers es una madre capaz de mostrarse vencida al ver cómo su hijo se ha vuelto una estrella irreconocible (en un momento de la película, cuando su chofer le pregunta qué tal le ha ido el almuerzo con él, ésta responde: “Pues no lo sé, no lo he visto”), pero al mismo tiempo es capaz de decirle a su hijo “estás triunfando, no deberías estar aquí” cuando “aquí” significa el lecho de muerte de su marido (Peter Vaughan). Miriam Margolyes, una actriz que lleva cinco décadas en la profesión, lo hace bien a pesar de las dificultades.

Emily Watson (‘Rompiendo las olas’) está estupenda en la piel de esa mujer que ve ante sus ojos, sin poder hacer nada al respecto, cómo su marido se pierde en un camino sin retorno. La Anne de Watson es en sus últimas escenas como Señora Sellers una mujer aburrida del marido que todo lo soluciona con humor infantil (“estoy cansada del niño pequeño”). Charlize Theron, más guapa que nunca, interpreta a Britt Ekland y lo hace bien, pero no mejor que Emily Watson, por lo que su nominación al Emmy solo puede explicarse como el intento de los académicos de la televisión estadounidense de llenar el patio de butacas de estrellas en la edición de 2005.

Otras caras del reparto son Stanley Tucci (interpretando sin garra a Stanley Kubrick), Sonia Aquino (como Sophia Loren), Nigel Havers (como David Niven), Stephen Fry (el particular clarividente de Sellers), John Lithgow (como Blake Edwards) y el veterano Peter Vaughan en el papel del padre de Sellers.

‘Llámame Peter’ se estrenó en su día en los cines europeos (y en un único pase en Canal + con motivo del 25 aniversario de la muerte de Peter Sellers) e incluso llegó a competir en el festival de Cannes. Lo merecía. Ésta, la historia de un hombre capaz de decirle a su hija que ya no la quiere “tanto como a Sophia Loren”, es una pieza de arte televisivo, una película divertida, bien escrita y dirigida, con una banda sonora apreciable y la clave para hacer un buen biopic televisivo: un gran actor que acepte el reto. Geoffrey Rush es ese actor en ‘Llámame Peter’, que se emite esta noche en Canal + 2.

(Foto: Geoffrey Rush)

sábado, 18 de noviembre de 2006

Crítica | MATCH POINT; Reinventarse a los 70

La capacidad para cambiar que tienen algunos directores es admirable. Son muchas las comedias que ha dirigido Woody Allen a lo largo de su dilatada trayectoria, pero nunca ha dejado de sorprender, ya sea modernizando sus historias para adaptarlas a los nuevos tiempos, buscando un tipo de humor diferente al explorado por él anteriormente o cambiando de género para demostrar su versatilidad. En este caso se aleja de lo cómico para filmar una atrayente mixtura de thriller y drama, ‘Match Point’, que se estrenó anoche en Canal + y que se repite hoy a las 22:00 en Canal + 2. Realmente parece obra de otro director, pero no porque sea una película sorprendente y bien hecha, eso ya nos lo esperábamos.

Jonathan Rhys Meyers interpreta en ‘Match Point’ a Chris Wilton, un profesor de tenis con grandes expectativas en la vida. Chris dice no querer mantenerse en su aburrido empleo por mucho tiempo, busca “aportar algo”, y son este tipo de ideas las que enamoran rápidamente a Chloe Hewett (Emily Mortimer), la hermana de uno de sus aprendices, Tom Hewett (Matthew Goode). El hecho de que Chris sea de raíces humildes y Chloe forme parte de una familia muy acomodada va cobrando su importancia a medida que avanza la acción, al igual que el hecho de que el protagonista se vea inmerso en una mecánica rutina con su sosa mujer. El aburrimiento empuja al chico a comenzar una relación con Nola Rice (Scarlett Johansson), la novia de Tom, una relación que hará estallar la mezcla de deseos que encierra Chris en su interior: deseos de romper con la asfixiante monotonía de su matrimonio y deseos de conservar “cierto nivel de vida” al que se ha acostumbrado. Estar entre dos mares pocas veces había resultado tan peligroso. Pero, ¿peligroso para quién?

Woody Allen concibió esta película como una especie de metáfora sobre el papel que juega el azar en la vida de las personas. Una pelota que choca contra una red y que puede caer finalmente en cualquiera de los dos lados del campo. Un hombre que vive una farsa de matrimonio que no está dispuesto a romper y que se ve a escondidas, con el peligro que ello supone, con una mujer que representa todo lo contrario a su esposa. Pero ‘Match Point’ está muy lejos de ser una comedia de enredo en la que una mujer busca a su marido y éste se esconde detrás de cortinas y arbustos para no ser descubierto. La película de Allen tiene un tono pausado y serio que se va convirtiendo en deprimente, frío y cortante al ritmo en que se tensan las cuerdas, y lo mejor es que la acción resulta en todo momento cautivadora.

La dirección de actores del neoyorquino vuelve a sacar lo mejor de su reparto en esta nueva ocasión. Jonathan Rhys Meyers, al que hemos podido ver en ‘Quiero se como Beckham’ (Gurinder Chadha, 2002) y ‘La feria de las vanidades’ (Mira Nair, 2004), entre otras, resulta perfecto para el papel principal, que no es precisamente un personaje que despierte simpatías. Rhys Meyers, con esos ojos que parecen más trozos de hielo cristalinos, le da a Chris el toque de misterio y de lejanía respecto al espectador que se necesitaba, sin problemas para transmitir la claustrofobia de su personaje e inquietar con esa frialdad que no sabemos lo que puede llegar a esconder. Scarlett Johansson, que vive ahora mismo su momento de gloria, aguanta bien el paso que da su personaje de lo misterioso y cautivador a lo bullicioso y molesto, pero la actriz está lejos de su trabajo en ‘Lost in translation’, donde sí demostró con claridad que su talento podía llegar a eclipsar a su físico. El resto de actores son Matthew Goode (el que fuera protagonista de ‘Al sur de Granada’), que parece decir de pasada todo su diálogo (algo que probablemente se le pedía), Penelope Wilton, una suegra directa como una flecha, Brian Cox, un suegro mucho más sosegado, y Emily Mortimer, que interpreta a la mujer del protagonista a las mil maravillas, resultando convenientemente aburrida incluso a la hora de preguntarle a su marido si tiene una amante o al pedirle tres hijos como si tal cosa (“tú puedes, tienes un saque potente”).

‘Match Point’ también tiene sus defectos, en forma de elementos que desentonan en la historia, como un detective al que la inspiración le llega en sueños o unas repentinas bodas que resultan, por muy fugaces que sean, demasiado cómicas para la ocasión. Pero la película arregla detalles como esos con gran agilidad, volviendo al tono que nunca debería perder algo que ha ido tan bien hasta el momento. En este caso el tono es de una formalidad inquietante, de un silencio incómodo y de una tensión creciente. Es otro Woody Allen el que firma esta película, en forma como en sus mejores días.

lunes, 13 de noviembre de 2006

Crítica | MATRIMONIO CON HIJOS; Con hijos y sin pizca de gracia

¿Tan grande es la falta de ideas originales entre nuestros guionistas que tenemos que recurrir al extranjero para encontrar inspiración? Parece ser que la cosa es aún peor. Los guionistas no se ven capaces ni de buscar algo bueno que adaptar y nos llegan con la versión made in Spain de ‘Matrimonio con hijos’. Para aquellos que no siguieron la versión original en su día, decirles que no se perdieron absolutamente nada. Para aquellos que se estén perdiendo esta nueva versión, decirles que hacen igual de bien.

Los protagonistas de la serie

En la serie estadounidense (‘Marriage with children’), creada por Ron Levitt y Michael G. Moye, Ed O’Neill interpretaba a Al Bundy, un padre de familia cansado y aburrido de su vida en común con Peggy (Katey Sagal) y sus no muy perfectos hijos Bud (David Faustino) y Kelly (interpretada por Christina Applegate). La serie no era demasiado divertida pero conseguía crear un ambiente algo opresivo, angustioso y poco familiar, con aquella ratonera de casa en la que Peggy le hacía la vida imposible a su esposo sin apenas proponérselo, y el tono resultaba muy acertado, ya que nos venía a admitir que por mucho que intentasen hacernos reír aquello no era ningún ejemplo a seguir. Al Bundy se pasaba la vida con el morro torcido, sabiéndose tan desgraciado como el espectador le creía. La mujer, una hortera de campeonato, y aquellos idiotas de hijos se metían en toda clase de líos que terminaban por confirmar lo decadente de una familia en el callejón sin salida de la ignorancia y la ausencia de respeto mutuo.

En la versión renovada que emite Cuatro los domingos a las 21:30 el humor sigue siendo flojo, pero hay otros defectos más marcados. El ambiente es ahora bastante más colorista y alegre, como si las cosas no fuesen tan mal en esa familia cuyo padre (Ginés García Millán) fantasea con abandonarlos a todos y volverse vegetariano. El hombre que vive junto a la casa de esta familia le suelta por las buenas al padre “soy tu vecino y te odio”, este mismo padre sorprende a su hija con su novio (“le he conocido en un botellón”) en la oscuridad del salón y, para colmo, el hombre acaba admitiendo no haber comido sólido durante quién sabe cuánto tiempo. Todo esto podía funcionar como sátira familiar si se exagerase hasta extremos o como crítica si el ambiente de la serie fuese algo más sombrío, pero nada de eso se da en ‘Matrimonio con hijos’. El hogar de la serie parece el alma de la fiesta, como sus créditos y sus risas enlatadas, pero el espectador no puede evitar pensar que algo referente al mensaje se ha sacrificado en la búsqueda de una puesta en escena tan viva y apetecible.

La versión original no guardaba grandes sorpresas respecto a interpretaciones, pero la española sale peor parada. Los actores del nuevo ‘Matrimonio con hijos’ son más agradables de ver en lo físico que los anteriores (que no es decir mucho), pero lo malo es que la mayoría no tiene mucho que ofrecer a parte de esto (que ya es decir más). Ginés García Millán, un actor al que siempre le falta algo en papeles dramáticos, hace el ridículo más de la cuenta en esta ocasión, pero no por exagerar sino por tratar de divertirse en su nuevo registro sin conseguir que el espectador haga lo mismo en ningún momento. El actor se limita a poner una voz grave y soltar sus frases esperando a que suenen lo suficientemente sarcásticas para convertir su trabajo en una ácida interpretación, pero lo que logra en realidad es la actuación más forzada que hemos visto en años en televisión. Con semejante elemento a la cabeza del reparto, la falta de encanto de los hijos de la familia, interpretados por Elena de Frutos y Daniel Retuerta, está un tanto más camuflada, a pesar de que la primera parezca haber aprendido todo lo que sabe viendo a la Ana María Polvorosa de Aída y el segundo gesticule con tanta exageración como monotonía arrastra en el habla. Lilian Caro es la única de la familia que tiene gracia en el papel de maruja aprovechada. Por su parte, los vecinos (Roser Pujol y Alberto Lozano) no destacan, ni para bien ni para mal, y el perro (acreditado como Lastán, otro actor más en los créditos) ayer no hizo acto de presencia, por lo que habrá que esperar a otra ocasión para juzgar sus dotes interpretativas.

En el episodio de ayer, que respondía al título de ‘Fran va al dentista’ y que contaba con Juan Fernández ('Solas', 'La mala educación') como actor invitado, los únicos que disfrutaban de la función eran los propios actores al equivocarse en las inevitables tomas falsas. Pero lejos estaban de saber que por muy bien que saliese la siguiente toma, no había forma de enderezar algo que estaba podrido de raíz. Hay mil cosas mejores que hacer un domingo que ver un episodio de este desangelado ‘Matrimonio con hijos’.

domingo, 12 de noviembre de 2006

Crítica | MAR ADENTRO; Mucho más que 'La película de la semana'

Después de su impactante ópera prima ‘Tesis’, su complejo y absorbente segundo filme ‘Abre los ojos’ y su estupendo ejercicio de terror clásico de ‘Los otros’, Alejandro Amenábar aparcó el suspense y el terror con ‘Mar adentro’. Basada en la historia real del tetrapléjico Ramón Sampedro, la cuarta película del director es la más complicada de su filmografía, un film que habla de dignidad, sentimientos e incomprensión, toca el espinoso tema de la eutanasia y se zambulle en un biopic en el que no hay culpables y no se cae en sentimentalismos fáciles.

Es muy difícil contar la vida de una persona que sufrió tanto durante su vida y que lleva su nombre unido inseparablemente a la lucha por la legalización de la eutanasia y no caer en un retrato partidista. Cuando se habla de Ramón Sampedro, como cuando se habla de cualquier otra persona que haya pedido acabar con su vida dentro de la legalidad, uno no puede evitar posicionarse. Y esto ocurre en una medida mucho mayor si has tenido que documentarte sobre el caso, conocer a la familia del personaje, a sus amistades y, en fin, acercarte a la figura hasta el punto de formar parte de su mundo. Pero Alejandro Amenábar y Mateo Gil (co-guionista) no convirtieron ‘Mar adentro’ en una película propagandística, ya que no se muestra una sola cara de la moneda, también les ponen voz a aquellos que no entienden al protagonista o que, aún comprendiéndole en cierta medida, no comparten su punto de vista. ‘Mar adentro’ tan solo falla en un caso a la hora de poner voz a otra de las partes, aunque eso no impide que la podamos considerar una magnífica película.

La película de Amenábar comienza con la llegada de una abogada a la casa familiar de los Sampedro. Julia (Belén Rueda) se asienta en el que ha sido el único hogar para Ramón (Javier Bardem) en los últimos 30 años y comienza a conocer a ese hombre inteligente y lúcido que dice no tener una vida digna como para ser vivida. El hecho de tomar la historia cerca de 30 años después del comienzo del drama de este hombre no significa que se dejen a un lado todos esos años o la vida de Sampedro antes de su accidente. Hay flashbacks (preciosos y conmovedores, por cierto) que ilustran la juventud del protagonista y, sobre todo, ahí están sus más allegados para relatar lo que ha significado ver a un miembro de su familia condenado a ser dependiente de los demás por el resto de su vida. La película también muestra el impacto que tiene Ramón en las mujeres que lo rodean, desde su abogada (una mujer con más de un motivo para sentirse identificada con su cliente) hasta una sencilla madre soltera (Lola Dueñas), en la que la humanidad de Sampedro deja huella de un modo especial. La lucha del tetrapléjico en los tribunales, al igual que el drama de una familia tradicional que se debate entre el querer dar libertad a uno de sus miembros y retenerlo junto a ellos, son otros de los puntos tratados de forma respetuosa y apasionante en esta desgarradora película.

Javier Bardem, un gran actor al que por su físico nadie hubiese imaginado en la piel de Sampedro, interpreta al protagonista con una fuerza increíble. Sin otro recurso a su alcance que sus diálogos, Bardem trasmite con maestría el sentimiento de desamparo que siente ese hombre, culto y consciente, que ofrece ayuda a todo el que puede pero que no es comprendido cuando la pide para él. El trabajo del actor, recompensado con un Goya y el Premio del Cine Europeo, fue injustamente olvidado por la Academia de Hollywood, que ni siquiera se dignó a nominarle. Fue otra nueva ocasión en la que se demostró que el Oscar tiene a veces más de barómetro de popularidad que de premio a lo mejor que da el cine.

El cuadro de intérpretes del filme deja otros trabajos para el recuerdo: Lola Dueñas está insuperable en la piel de esa mujer enamorada de Ramón pero incapaz de comprender realmente su situación, una mujer que aprende a lo largo del filme que el amor puede requerir un sacrificio mucho mayor al que ella está dispuesta a hacer en un principio; Mabel Rivera, en una interpretación que emociona por su realismo, se convierte en una mujer capaz de describir el drama que ha vivido con su sola mirada, capaz de trasmitir cansancio y tristeza pero al mismo tiempo un sincero amor; Celso Bugallo, en un papel bastante menos entrañable, borda el retrato de ese hombre al que sus fuertes convicciones tradicionales impiden aceptar que su hermano quiera apartarse de los suyos; Joan Dalmau, por su parte, rompe el silencio en el que acostumbra estar el padre de Ramón con una frase (“hay una cosa peor que se te muera un hijo, que se quiera morir”) dolorosa donde las haya; Belén Rueda (en su debut cinematográfico), Tamar Novas, Clara Segura, y Alberto Jiménez también ofrecen interpretaciones mucho más que creíbles, aunque en un inevitable segundo plano si se les compara con los anteriores.

Pero no solo es la interpretación lo que brilla en ‘Mar adentro’. La fotografía de Javier Aguirresarobe y el trabajo de maquillaje de Jo Allen (con nominación al Oscar) son impresionantes. También la dirección, elegante y cuidada, y la banda sonora del propio Amenábar son de recibo. Pero sobre todo es el guión el que sorprende, con una capacidad ilimitada para conmover al espectador y una galería de personajes muy bien dibujados que ayudan posteriormente al director a la hora de manejar a sus actores.

El único error en el guión puede considerarse el tratar con humor el debate entre Sampedro y el único tetrapléjico decidido a seguir adelante con su vida que vemos en la película. Aunque efectivo en clave de comedia, el “enfrentamiento” entre Ramón y el padre Francisco (José María Pou) no es un cara a cara en igualdad de condiciones (no es siquiera un cara a cara físico, lo que acentúa la impresión de lejanía respecto al debate que deja esta parte del filme). Mientras la película nos da la oportunidad de conocer a Sampedro y simpatizar con él, nos presenta al otro tetrapléjico como alguien capaz de defender su postura siendo cruel hacia la familia de Ramón. Más tarde, el mismo hombre se presenta en la casa familiar para comenzar un tira y afloja en el que el filme no puede evitar dejarle un tanto en ridículo. El personaje de Mabel Rivera termina por callarle la boca (con justicia viendo sus comentarios en televisión) y esta subtrama acaba dejando un mal sabor de boca. Si lo que pretendían era invitar al debate, los guionistas no hicieron bien en elegir un personaje que despierta una nula simpatía para representar a aquellos tetrapléjicos que optan, con todo el derecho, por seguir viviendo. En cualquier caso, es el único punto de todo el metraje que sugiere cierto partidismo.

No fue una tarea fácil la que eligió Alejandro Amenábar para su cuarta y oscarizada película, pero demostró una vez más que si es uno de los mejores directores del cine español no es por casualidad. No se le puede llamar casualidad a llegar a narrar una historia tan delicada con tanto tacto, respeto y profesionalidad. ‘Mar adentro’, que se emite esta noche en TVE-1, es mucho más que ‘La película de la semana’.

viernes, 10 de noviembre de 2006

Crítica | LOS 4400; Estirar la manta (y romperla, o casi)

Fue un varapalo terrible para Telecinco que ‘Motivos personales’, la que fuera una de sus grandes apuestas hace un par de temporadas, se viese superada por una miniserie de Antena 3 justo en el capítulo que le servía de desenlace. Normalmente el éxito suele ser mayor en las series porque tienen más semanas para ir enganchando al público. También el cine de estreno suele atraer a muchos espectadores, porque las cintas que se estrenan en prime time suelen ser aquellas que lograron bastante fama en las salas y porque, además, una película no les exige a los espectadores poco dados a consumir series seguir la trama durante semanas. Pero las miniseries están en un punto intermedio: no son productos que terminan en una sola noche (a menos que las cadenas las destrocen con un único pase de más de tres horas), y tampoco pueden ir ganando audiencia durante demasiadas semanas. Por eso, tiene su merito que una miniserie logre un gran éxito contando con un par de capítulos o tres. ‘Los 4400’ ('The 4400') lo logró en su primera etapa.

La serie, que se mueve entre la ciencia-ficción, el drama y la acción, narra la historia de unos ciudadanos norteamericanos que desaparecen en extrañas circunstancias a lo largo del siglo XX y que reaparecen, todos al mismo tiempo y en el mismo lugar, en la actualidad. ‘Los 4400’ se centra en algunos de los “regresados”, como los llaman en la serie, entre ellos el joven Shawn (Patrick Flueger), la embarazada Lily (Laura Allen), Richard (Mahershalalhashbaz Ali, un actor al que habría que poner una estatua por haberse abierto camino como actor en USA con semejante nombre), la pequeña Maia (Conchita Campbell) y el enigmático Jordan Collier (Bill Campbell). También seguimos las aventuras de dos agentes federales, Diana (Jacqueline McKenzie) y Tom (Joel Gretsch), que tratan de investigar los extraños poderes que tienen los 4400 al tiempo que evitan que sean víctimas de los ataques de una sociedad que ve el retorno de esas personas como una amenaza.

La primera temporada de ‘Los 4400’, que llegó a superar el 30% de cuota de pantalla en España, es de una calidad bastante notable. El ritmo es rápido y se va al grano todo el rato, intercalando la andadura de los protagonistas con historias más breves de otros de los “regresados”. Quizás el problema de esa primera temporada sea la excesiva velocidad que coge en algunos tramos, y no en las escenas de acción, que están a la altura en todo momento, pero sí en las dramáticas. Cuando el personaje de Laura Allen, Lily, vuelve a su hogar tras estar años en paradero desconocido, descubre que su marido (Andrew Airlie) ha rehecho su vida y que, para su horror, la hija que tienen en común (Genevieve Buechner) cree que su madre biológica es la actual pareja de su padre. La historia, una de las más duras de la miniserie, muestra cómo el padre impide a Lily ver a su propia hija, pero todo ocurre demasiado deprisa, como si a ‘Los 4400’ no le interesase del todo detenerse en el drama de esa mujer. Cuando Lily vuelve a quedarse embarazada la trama de su primera hija se aparta por completo hasta la segunda temporada. También ocurre lo mismo con el drama que supone para la “niña-vidente”, Maia, el ser abandonada por sus primeros padres adoptivos ya que no se aprovechan esos momentos todo lo que se hubiera podido. Algunas tramas dramáticas transcurren tan rápido que la miniserie deja la impresión de estar demasiado a merced del género de la ciencia-ficción.

Por lo demás, la primera temporada es bastante redonda y mantiene el interés de principio a fin, siendo efectiva en todas y cada una de las historias contadas. Es en la segunda etapa cuando las cosas se tuercen. En esa segunda temporada, que consta de doce episodios y que fue retirada por Antena 3, la historia pierde fuerza volviéndose demasiado pausada, y se intentan alargar las cosas más de la cuenta perdiendo la tensión de la primera tanda de episodios. Respecto a la continuidad de las historias, uno de los grandes errores reside en hacer que Lily de a luz. Durante el embarazo del personaje la incógnita de no saber qué habrá en el interior de la mujer se convierte en uno de los enigmas más elaborados de la trama. También el coma del personaje de Kyle (Chad Faust) es otro de los puntos fuertes hasta que, en la segunda temporada, le vemos completamente recuperado. Las interpretaciones son eficaces por parte de la mayoría de intérpretes, exceptuando a Bill Campbell, que convierte a su personaje en un villano demasiado obvio, y a Patrick Flueger, que no cambia de expresión en toda la serie haciendo que te preguntes si no tendrá esa cara de preocupación de nacimiento.

‘Los 4400’ se erige en toda una lección para los avariciosos productores televisivos. Cuando se trata de alargar el éxito de una producción hay que tener cuidado para que los elementos que la hicieron célebre no se vean demasiado alterados. Quitar la tensión y el misterio (y el embarazo y el coma y...) a una miniserie como esta es desnudarla por completo. La segunda temporada de ‘Los 4400’ se emite ahora en Calle 13 los jueves a las 21:30 y, para ser justos, hay que decir que, por más que fuese retirada en Antena 3, su calidad sigue siendo inmensamente superior a la que llegó a conseguir jamás ‘Motivos personales’, aquel culebrón de Lydia Bosch.

(Foto: los protagonistas de 'Los 4400')

jueves, 9 de noviembre de 2006

Crítica | DOLMEN; Un despropósito a la francesa

Una pequeña isla es el escenario donde ocurren supuestos sucesos paranormales, hay asesinatos brutales, conviven familias acaudaladas que guardan más de un secreto y donde, como no podía ser de otro modo, los protagonistas se enamoran perdidamente. Demasiado para una sola serie, y cuánto más si es una miniserie. Se trata de ‘Dolmen’, una producción de origen francés que emiten ETB2 y Canal 9. Es la típica miniserie que intenta tener de todo en su argumento con el propósito de resultar divertida, aunque a la hora de la verdad sea un castigo para la mayoría.

Ingrid Chauvin interpreta a Marie Kermeur, una oficial de policía que regresa a Ty Kern, la isla donde nació, para casarse. Pero su hermano Gildas (Luc Thuillier) es asesinado y poco a poco los habitantes de la isla comienzan a ser testigos de extraños sucesos que guardan relación con algún antiguo ritual celta. La llegada del inspector Lucas Fersen (Bruno Madinier) a la isla provoca más de un giro en los acontecimientos.

Llegado el quinto episodio, ‘Domen’ ya ha perdido toda timidez y el desmelene es tal que ya no importa si lo que vemos son persecuciones rodadas por niños de parvulario o si lo que oímos son frases más propias de una conversación entre humoristas sin escolarizar. Didier Albert (director) y Nicole Jamet y Marie-Anne Le Pezennec (guionistas) buscan el entretenimiento a cualquier precio, y seguro que habrá a quien esto le sirva como tal.

‘Dolmen’ parece haber salido de una especie de laboratorio en el que se han mezclado sustancias de todo tipo con la intención de dar con el producto perfecto, ese que lo tiene todo para enganchar al mayor número de personas posible, cada cual atraída por determinada pieza del puzzle (acción, drama, crimen, sexo, sucesos sobrenaturales...). Es como si hiciésemos un cursillo intensivo de zapping en esa noche de la semana en la que hay de todo en televisión: hay algo de ‘CSI’, algo de ‘Twin Peaks’ y algo de cualquier culebrón latinoamericano. Pero en todo laboratorio hay que andarse con cuidado para no olvidar aquello que impida que el invento salte por los aires. En ‘Dolmen’ es la calidad lo que se hecha en falta, y aunque parece una sola pieza en el puzzle, esa falta funciona como el incendio más peligroso, creciendo sin cesar hasta arrasarlo todo.

‘Dolmen’, que está funcionando mejor en Canal 9 (en torno al 15% de share) que en ETB2 (rondando el 7%), tiene paisajes bellos (de la Bretaña francesa) que no sabe retratar, escenas de acción que no sabe controlar y un presupuesto que no sabe aprovechar. Los actores, con el doblaje más pobre que quepa imaginar (típico de los productos cuyos derechos adquiere La Forta), suenan poco reales, pero quitándoles el sonido sus propias actitudes escénicas también los delatan. Los protagonistas, Ingrid Chauvin y Bruno Madinier, se creen menos que nosotros sus personajes, y otras caras de la lista de actores, entre ellos Yves Rénier, Xavier Deluc, Martine Sarcey y Jean-Louis Foulquier, se mueven delante de la cámara sin llegar a importarnos lo más mínimo.

Preguntada por si le pasa algo, la protagonista dice lo siguiente en determinado momento: “La mitad de mi familia ha muerto, mi madre me ha mentido siempre, casi me violan, estoy obsesionada con visiones terribles y no puedo impedir estar fascinada con un perverso”. Quien se sienta atraído por esta enumeración tiene en ‘Dolmen’ algo hecho a su medida. Para el resto, ésta es una miniserie que no se disfruta, se padece.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

Crítica | EL MUNDO SEGÚN JIM; Un mundo trivial para un somnífero de padre

En el género de las telecomedias de 30 minutos, esas con risas enlatadas y chistes fáciles que suelen poblar la parrilla de La 2, ‘El mundo según Jim’ ('According to Jim') es una más del montón. La serie protagonizada por James Belushi no viene a innovar en absolutamente nada, y esa es seguro parte de la idea principal a la hora de llevar a imágenes un proyecto de este tipo, pero el problema viene cuando la creación no divierte y, a ratos, incluso resulta molesta.

La base para esta sit-com es sencilla, o más bien mil veces vista: las vivencias diarias de una familia del medio-oeste americano compuesta por un padre, Jim (James Belushi), una madre, Cheryl (Courtney Thorne-Smith), los hermanos de Cheryl, Andy (Larry Joe Campbell) y Dana (Kimberly Williams), y los tres hijos (dos niñas – Taylor Atelian, Billi Bruno – y un niño – Conner Rayburn –). El padre es el gamberrete, pero como es el protagonista también es el tierno, el ingenuo, el agresivo, el más cómico y el menos previsible, según convenga, para dejar claro quién manda, o lo que es lo mismo, quién tiene su nombre en el título de la serie. El resto del reparto tiene un rol bastante más definido, más plano y con menos sorpresas, no se puede permitir que hagan demasiada sombra al omnipresente protagonista. La esposa y madre es la responsable (comparando con, claro), la que tiene que ir tras el protagonista resolviendo los descosidos, intentando establecer algo de orden y hacer entrar en razón al resto. Es algo entre Marge Simpson y la Belén Rueda de ‘Los Serrano’, pero carente de lo cómico-satírico de la primera y la sobreactuación de la segunda. Andy es un poco el juguete de la casa, el payaso del lugar, alguien a quien nadie toma en serio y que sirve a los guionistas para cualquier situación de ridículo que haya que incluir en el episodio. Dana es la incomprendida, está en paro, vive con la familia de su hermana y puede sonar patética con solo decir “tengo una vida”, y si llega a darse el caso de que divierta es precisamente por eso. Los niños, al igual que el protagonista, tienen papeles más flexibles, requisito necesario para meterlos en cualquier trama de adultos, aunque sea con calzador.

El título de la serie, ‘El mundo según Jim’, puede resultar engañoso de primeras, ya que quizás haya algún ignorante que crea que una comedia ligera norteamericana puede llegar a ponerse filosófica. Pero nada de eso, la serie que protagoniza Belushi no presenta a un personaje principal que tenga nada que aportar a la filosofía ni a ninguna otra materia. El protagonista no tiene una ideología que le haga diferente, no expone una visión de la vida ni remotamente polémica o peculiar, el título es solo una manera de avisar de que todo en la serie pasa por los ojos del personaje central. No hay nada en la serie que se salve de tener incluido a Belushi entre medio, en todo momento tiene que aparecer en escena aunque sea para soltar la mayor idiotez que quepa en cabeza humana. Y si al menos el humor de ese Jim fuese más efectivo la serie no dejaría tan indiferente, pero ésta es una comedia aburrida y repetitiva, y los temas elegidos son tan tópicos como la manera de enfocarlos.

Puede que el hecho de tener pretensiones de enganchar a un público más amplio sea el gran error de ‘El mundo según Jim’. Incluyendo a los niños en las tramas se quieren asegurar de que la serie atraiga a la infancia, pero en el camino se olvidan bastante del público adulto, que ve cómo unos niños gritones intentan acaparar la atención con un humor de lo más primario, y el mismo humor de los personajes creciditos resulta de sobra infantil. Tampoco el protagonista es como para arrancar carcajadas. James Belushi recurre al manual del viejo telecómico, ofreciendo un anodino espectáculo en el que no hace más que girar sobre si mismo sin llegar a ningún lado. La diversión se le queda muy lejana y tiene que conformarse con servir de mero, repetitivo entretenimiento. Courtney Thorne-Smith, que al perder su voz de doblaje habitual (Victoria Angulo) y ser doblada por María del Mar Tamarit parece la clásica “rubia tonta”, empeora respecto a su trabajo en ‘Ally McBeal’, donde tampoco tenía el personaje más divertido pero se defendía mejor. El resto de actores tampoco son dignos de mención, y los insoportables niños menos todavía.

Un mundo aburrido, sin un solo tema rompedor o de importancia, el que nos propone JamesJim Belushi. Como vehículo de lucimiento se le han torcido las cosas, aunque viendo que está durando varias temporadas en Estados Unidos debemos suponer que como fuente de ingresos la serie no estará tan mal. Y seguramente es sólo eso lo que él busca. Lo único divertido sobre ‘El mundo según Jim’ sería descubrir que esperase más.

(Foto: Courtney Thorne-Smith y James Belushi)

martes, 7 de noviembre de 2006

Crítica | ME LLAMO EARL; El giro de un hombre hacia la bondad "obligada"

El protagonista de ‘Me llamo Earl’ (‘My name is Earl’) se presentaba a sí mismo en el primer capítulo dejando bien claro que lo que tenía de buena persona estaba enterrado muy en el fondo de sí mismo. El protagonista, al salir de un establecimiento, veía a una familia en un coche y observaba cómo esperaban prudentemente a que él se alejase para abandonar el vehículo. En ese momento, utilizando el tan extendido recurso de la voz en off, el personaje encarnado por Jason Lee se sinceraba: “Si se molestan en intentar conocerme y descubrir qué clase de persona soy en vez de juzgarme por mi aspecto... estarán perdiendo el tiempo, ya que soy exactamente como piensan que soy”. Acto seguido se ponía manos a la obra a robar a la buena familia.

No hay que ver demasiado del entorno de Earl para descubrir que es un desgraciado de manual, el típico fracasado de película que divierte pero que puede inspirar muchísima lástima. De no ser por el ritmo vertiginoso de la acción, de la rapidez con la que se suceden las situaciones casi paródicas, ‘Me llamo Earl’ sería un verdadero drama, el drama de alguien que se acaba de dar cuenta de lo podrida que está su vida. Earl es la clase de tipejo que se emborracha hasta el punto de casarse con una embarazada (Jaime Pressly) y no enterarse de nada, y como “el matrimonio es sagrado” para él, ni siquiera es lo suficientemente rastrero como para abandonarla, es más, la acompaña todavía cuando ésta alumbra al que se supone es su primer hijo en común, un precioso bebé negro (ni que decir que Earl no es negro). Si la dignidad no estaba precisamente asociada a él, Earl es abandonado por su mujer a la mínima ocasión que tiene ella a la vista, concretamente cuando es atropellado por una anciana.

La cosa está en que ha sido atropellado en un ataque de euforia al descubrir que ha ganado la lotería. Pero el billete desaparece en el accidente y ya en el hospital, viendo un programa de televisión, Earl escucha algo que le hace cambiar de rumbo: “estoy convencido de que si haces el bien te pasan cosas buenas y de que si haces el mal vivirás atormentado, es el karma”. Es entonces cuando el protagonista escribe una lista con todas las cosas malas que ha hecho, con cada una de las personas a las que ha herido, y toma la determinación de arreglarlo todo. El billete de lotería no tarda en volver a él, otra señal para el simpático y patético Earl, un hombre con la “suerte” de ser un ignorante con dinero y, por lo que parece, buenas intenciones.

Aunque las buenas intenciones de Earl, y la serie lo deja bien claro, no son más que la consecuencia de haber vivido en sus carnes el revés, tan gráfico como suena, de haber ganado y perdido en cuestión de 10 segundos. El intelecto del protagonista alcanza para comprender que la mala suerte la puede tomar con él, y la superstición y la falta de educación le motivan a cambiar para que la buena suerte llame a su puerta. Ha sido malo y si no es bueno será castigado nuevamente. Se siente amenazado, no es realmente una buena persona (al menos por lo que hemos visto hasta ahora) y sus intenciones no son tan puras, él mismo describe el modo en que siente todo esto con un “no tengo alternativa”.

Es muy curiosa la manera en que esa especie de superstición afecta a Earl. Lo hace de un modo positivo, pero el hecho de no haber llegado a donde está razonando por sí solo lo sigue convirtiendo en un ignorante (hasta extremos insultantes en ocasiones). Esto hace que ‘Me llamo Earl’ tenga la suerte de contar con un personaje principal mucho más cómico e imprevisible. Aunque también los que le rodean son joyas para una comedia televisiva, como “el mejor hermano que se pueda tener” (Ethan Suplee), es decir, un hombre obeso, borracho y aún más ignorante y ridículo que Earl, y una mujer de la limpieza (Nadine Velazquez) que, sin esfuerzo alguno, se convierte en la intelectual de esta pandilla.

Todos los anteriores personajes, además de la divertida ex-mujer de Earl y algún otro, están interpretados por actores muy capaces. Jason Lee resulta simpático con solo ser visto, y consigue sin problemas ser divertido y patético cuando trabaja con su diálogo, además de despertar incluso cierta compasión en el espectador. Ethan Suplee encarna con gracia a Randy, el hermano, ayudado enormemente por ese físico dejado que tiene. A Nadine Velazquez y a Eddie Steeples, que no tenían gran cosa que decir en el piloto, habrá que seguir viéndoles para juzgarles más adecuadamente, pero por de pronto se puede decir que Jaime Pressly interpreta a Joy, la ex de Earl, con bastante brocha gorda, aunque eso no es un defecto en una serie que recurre a la caricatura y al humor gamberro en todo momento.

El relato, como buena serie que ronda los 25 minutos, es rápido y no es de esos que se van por las ramas. Se recurre al flashback bastante a menudo, y eso le da mayor agilidad si cabe. La primera temporada de la serie, creada por Gregory Thomas Garcia, está compuesta por 24 episodios y, a juzgar por los numerosos premios que ha obtenido (cuatro Emmys, entre otros), la calidad no parece que vaya a decaer en los próximos capítulos.

Muy prometedora, por tanto, esta nueva serie, con un protagonista capaz de aguantar hijos ilegítimos con la misma parsimonia con la que recibe golpes y atropellos. ‘Me llamo Earl’ se estrenó en La Sexta el 18 de octubre (todos los miércoles a las 21:45) y lo hizo en FOX ayer a las 00:05. Al final del primer episodio, habiendo ayudado a un antiguo compañero de colegio al que había martirizado, Earl sacaba su lista y decía que “solo me quedan 258”. No sé si para tanto, pero ‘Me llamo Earl’ tiene pinta de poder dar de sí bastante más de una temporada.

lunes, 6 de noviembre de 2006

Crítica | 28 DÍAS; Sandra Bullock en 'Días de vino y risas'

El problema de ’28 días’ ('28 Days'), una película de Betty Thomas, es que pretende tirar hacia lo independiente, con Steve Buscemi en su reparto, pero al mismo tiempo hacia lo comercial, con Sandra Bullock como estrella de la función. Todo no se puede. Al final, el filme naufraga como retrato de pretensiones realistas sobre el alcoholismo y como aventura taquillera de la heroína de turno.

Sandra Bullock en '28 días' (Betty Thomas, 2000)

Comparar a ’28 días’ con ‘Días de vino y rosas’ (Blake Edwards, 1962) sería un tanto malvado, pero no se puede pasar de largo sin decir que la temática del alcoholismo pocas veces ha estado narrada de una manera tan superficial y desdramatizada. Sandra Bullock interpreta a Gwen Cummings, una escritora en horas bajas que vive atrapada en una espiral de borracheras y resacas de órdago. Ya durante los créditos de inicio la vemos en una fiesta junto a su novio Jasper (Dominic West), ambos bebiendo a lo loco. Más tarde los dos están en casa de ella, y a la mañana siguiente se despiertan, borrachos perdidos todavía, con muchas prisas. Gwen llega tarde a la boda de su hermana, en la que se supone es una de las damas de honor, y ésta (Elizabeth Perkins) le propina un tópico “haces que sea imposible quererte”. Pero el personaje de Bullock todavía tiene que hacer alguna locura más para propiciar su internamiento en un centro de rehabilitación, de modo que roba una limusina y se empotra contra una casa abriéndose la frente.

Lo que impide que ’28 días’ sea ignorada como “una más de la Bullock” es el hecho de que trata un tema bastante más serio que el amorío o concurso de misses de turno. Nada de lo que le pasa a la protagonista mientras es alcohólica es tratado con la seriedad debida en esta película: la juerga que ilustra la primera escena, el ridículo en la boda y el accidente de coche tienen un aire demasiado divertido como para tomarlos en serio, como si el guión de Susannah Grant (lejos de su trabajo para ‘Erin Brockovich’, también de 2000) quisiese hacernos ver lo grave de la situación a la vez que nos hace reír, pero la jugada le sale mal. El cómico tambaleo de Sandra Bullock cuando sale de la limusina con sangre en la frente es uno de los momentos más bajos de su carrera, una ilustración insultante para un tema que merecía respeto.

Los flashbacks a la infancia de Gwen, que tienen una estética parecida a los créditos de la serie ‘Malcolm’ (‘Malcolm in the middle’), y la hostilidad del personaje de Elizabeth Perkins no logran ilustrar el drama vivido por la familia y sus consecuencias en el presente. Tampoco el proceso de aprendizaje de Gwen en la clínica está bien narrado, pasando en un par de escenas de la rebeldía al arrepentimiento. Al personaje de Bullock tan pronto se le ve saltando por una ventana para echar mano a unas pastillas como lanzando al agua el champán que su novio le lleva. Así pues, lo que narra ’28 días’ no parece tanto un proceso como una milagrosa y heroica recuperación.

Sandra Bullock, intentando demostrar sus aptitudes para el drama, tiene un papel más duro que de costumbre (pocas veces se escuchan frases como “no sabes una puta mierda sobre mí” salir de ella). Pero la actriz se debate en todo momento entre el drama y la comedia sin acierto en ninguno de los dos apartados, dejando su interpretación en un fallido intento de ser considerada una actriz seria sin perder el favor de su público. Su trabajo en ’28 días’ carece de intensidad.

Steve Buscemi, alejado también de su rol habitual de patético perdedor, tiene que salir adelante con el papel más soso de cuantos hay en la película. El actor es en esta ocasión el hombre correcto, el doctor (o supervisor o lo que sea), y seguro que con un guión más elaborado hubiese sabido adaptarse al nuevo registro, pero en ’28 días’ simplemente no tiene tiempo de hacerlo. Dominic West, en un papel de canalla diseñado para remarcar el progreso del personaje de Bullock, hace lo que puede, y Viggo Mortensen, como jugador de béisbol venido a menos, no hace nada. El único personaje algo complejo es el de Azura Skye, al que la actriz se enfrenta con dignidad.

Hay muy poco más que decir sobre ’28 días’, que se emitió ayer a las 16:00 en el canal Hollywood. Lejos ya los días en los que Blake Edwards dirigía ‘Días de vino y rosas’ y una actriz como Lee Remick la protagonizaba, ahora nos tenemos que contentar con la falta de rigor de Betty Thomas y la falta de garra de Sandra Bullock. Ni cine independiente ni comercial, si mucho menos bueno.

domingo, 5 de noviembre de 2006

Crítica | WILBUR SE QUIERE SUICIDAR; Reconciliarse con la vida

¿Puede una película contar la historia de un hombre que no parece tener otra cosa en mente que quitarse la vida y transmitir un sentimiento de optimismo al espectador? ‘Wilbur se quiere suicidar’ ('Wilbur Wants to Kill Himself'), que se emitió el viernes y se emite de nuevo el día 18 a las 17:00 en TCM, se las ingenia para narrar el día a día de un hombre sin ganas de vivir de una manera bonita, por extraño que parezca.

Wilbur (Jamie Sives) ha intentado suicidarse las suficientes veces como para que su hermano Harbour (Adrian Rawlins) esté en constante alerta. Antes incluso de la aparición de los créditos del filme, el protagonista ya ha tratado de quitarse la vida a base de gas y pastillas. Las terapias de grupo, a pesar de ser verdaderamente divertidas de ver, no ayudan al chico: “Wilbur, ¿qué creerías que pasaría, en general, en el plano sociológico, si todos nos suicidasemos?” pregunta una rubísima enfermera en un pobre intento de hacer reflexionar al protagonista, a lo que éste responde “ya no habría grupo”.

Todo en la vida parece importarle poco a Wilbur, y a todo responde con el mismo sarcasmo, con un aire de aburrimiento y desesperanza que, lejos de imprimir un tono deprimente a la película, le suma grandes dosis de humor negro al conjunto. Wilbur trata a ese santo que tiene por hermano con la misma indiferencia con la que le informa a su compañera de trabajo que “cuando te agachas la gente te ve las bragas”. El hecho de que sea en una guardería donde trabaja no es sino otro punto de malicioso sarcasmo en esta estupenda película. Wilbur no es el profesor del año, ignora a los niños y no se molesta en esconder que le sacan de quicio, pero los niños lo adoran, como el espectador de la película, que se encariña con ese singular protagonista por más “chalado” que esté.

Alice (Shirley Henderson) y su hija Mary (Lisa McKinlay) vienen a cambiar la vida de Wilbur y Harbour de arriba a abajo, y es entonces cuando el protagonista emprende el camino de vuelta a la vida, encontrándole su sentido y llegando a convertirse en el que se tira al río para salvar a una antigua compañera de la terapia de grupo. Aunque no todo tiene un final feliz...

Dirigida con delicadeza por el cineasta danés Lone Scherfig (autor de ‘Italiano para principiantes’ y al que también pertenece el guión en colaboración con Anders Thomas Jensen), ‘Wilbur se quiere suicidar’ tiene un ritmo pausado pero no aburre en ningún momento. Scherfig logra contar la historia con sensibilidad y un toque relajante, tratando temas duros pero haciéndolos siempre soportables. Los actores le ayudan enormemente en esta labor, con un estupendo Jamie Sives interpretando a Wilbur con esa mirada entre triste y aburrida que lo convierte en un ser melancólico o divertido con la misma facilidad. Sives consiguió en 2003 un merecido premio al mejor actor en el Festival de Cine de Valladolid. También Adrian Rawlins (visto en ‘Rompiendo las olas’ y la saga de ‘Harry Potter’) y Shirley Henderson (‘Wonderland’, ‘El diario de Britget Jones’) resultan entrañables en su cometido.

Quizás al filme de Scherfig le sobre algún minuto y también puede que se vuelva demasiado blando hacia el tramo final, pero el tono esperanzador del conjunto resulta toda una recompensa para el espectador. ‘Wilbur se quiere suicidar’ es una película preciosa.

viernes, 3 de noviembre de 2006

Crítica | RELACIÓN MORTAL; Una tarta rancia que deja con las ganas

Si todas las películas fuesen buenas el cine se volvería un tanto aburrido. De todo tiene que haber, y parece ser que eso mismo se dijo a sí mismo el director Jonathan Darby a la hora de llevar a imágenes su ópera prima. Se lo tomó tan en serio que lo que salió fue ‘Relación mortal’ ('Hush'), uno de esos filmes que entretienen a base de idiotez en el desarrollo del argumento. Las oscarizadas Jessica Lange y Gwyneth Paltrow no se salvan en este pestiño, y es que deberían saber a estas alturas que para jugar a “suegras y nueras” y no hacerse daño hay que tener cerca a un director/guionista con un poco más de talento.

Jessica Lange en 'Relación mortal' (Jonathan Darby, 1998)

‘Relación mortal’, que se emitió ayer a las 22:00 en el canal Hollywood, muestra grandes parecidos con los telefilmes de sobremesa de Antena 3 TV desde su comienzo: Helen (Gwyneth Paltrow) acaba de casarse con Jackson (Johnathon Schaech), el chico perfecto, pero la madre de él, Martha (Jessica Lange), no es la suegra soñada. Después de un primer encuentro triunfal – Martha sorprende a Helen desnuda en la habitación de su hijo, y no en la habitación de invitados donde la decencia indicaba que la nuera debería estar, visión ante la que nuestra suegra favorita declara “me gustaría ver un poco menos de ti” –, Martha va rebelándose poco a poco como una madre controladora para Jackson y una suegra más que desagradable para Helen.

Una vez los tortolitos, con ella embarazada, se instalan en el rancho las cosas se salen de madre por momentos. Martha intenta convencer a su hijo de que no haga el amor con Helen durante el embarazo en un intento de apartarlos. Ni que decir que el chico muy inteligente no es, y pica. Más tarde la buena señora (una mujer creyente que acostumbra a confesarse en ausencia del cura en una iglesia que parece una maqueta) pega un alarido delante de un caballo con la esperanza de que el animal pisotee a su nuera pero, como los caballos no son tan fáciles de controlar como su hijo, la jugada le sale mal y lo próximo es provocarle el parto a la joven para quedarse con el niño y deshacerse cuanto antes de su molesta madre.

La película muy buena no apuntaba a ser utilizando el clásico argumento de la suegra enrabietada, que funciona (si es que lo ha hecho alguna vez) en un culebrón sin pretensiones y punto. La dirección del inexperto Jonathan Darby es poco inspirada y se nota demasiado que le faltan tablas al pobre hombre. A ratos incluso se hace incómoda, filmando a los personajes desde demasiado cerca sin dejar primero que el espectador los sitúe en el espacio. El guión (de Jane Rusconi y el propio director), salvando alguna frase con gracia, no vale un céntimo: no tiene ritmo, todas las escenas van unas detrás de otras sin más conexión que el hecho de pertenecer a la misma película, y encima en los momentos en los que la tensión se hace necesaria, la historia es tan fría y falta de sentimiento y sorpresa que el aburrimiento no tarda en llegar.

Jessica Lange no consigue divertir todo lo que debiera en un papel como el suyo. La actriz cae en ese punto perdido entre la mala de telenovela (la divertida) y la efectiva asesina de thriller (la temible), sin provocar ningún sentimiento y dejando indiferente al espectador. Peor todavía está Gwyneth Paltrow, que resulta igual de poco creíble con sus risitas de amante feliz y sus llantos de amante atormentada, sin llegar a estimular a la audiencia siquiera en la escena en la que su personaje vomita encima del jefe. Johnathon Schaech, estampando a su personaje el sello de “marido durmiente”, de esos que dan ganas de patear por no saber en qué década viven, parece demasiado ocupado sonriendo ante la cámara como para pedirle que resulte algo más convincente.

‘Relación mortal’ muestra por donde irán los derroteros demasiado pronto, justo cuando Jessica Lange le dice a Paltrow que “me parece una tremenda falta de consideración, jovencita, robarme a mi propio hijo”. El último tramo del filme divierte de malo que es, y por lo demás cabe señalar que la actriz Nina Foch (‘La torre de los ambiciosos’, ‘Espartaco’, ‘Los diez mandamientos’), con la suerte de aparecer poco en pantalla, les da mil vueltas a los protagonistas. ‘Relación mortal’ ni siquiera sirve para preparar a la gente frente a experiencias reales, ya que la lección más valiosa que ofrece es conocida por todos: si tu suegra hace una tarta “especialmente para ti”... ¡no pruebes bocado!