lunes, 24 de septiembre de 2007

Crítica | RIS CIENTÍFICA; Introducir a la oveja negra en el equipo consagrado a detenerlas

Si le perdonamos un primer episodio con un villano al que se le veía venir y la utilización del clásico atajo de “chica nueva en equipo asentado” como excusa para presentarnos a los personajes de forma rápida y esquemática, podríamos decir que ‘RIS Científica’ promete mantener la cabeza bastante alta ante los comentarios sarcásticos que anuncien el nacimiento de ‘CSI Madrid’. Telecinco va a terminar necesitando días de 25 horas para meter en su parrilla, junto a esta nueva, a ‘CSI Las Vegas’, ‘CSI Miami’, ‘CSI Nueva York’ y ‘Mentes criminales’.
El septeto protagonista de 'RIS Científica'
Estrenada anoche a las 22:00, ‘RIS Científica’ no lo tuvo precisamente fácil. No solo estuvo precedida en su estreno por esa otra ficción criminalística de zapatilla de andar por casa y pijama que es ‘Escenas de matrimonio’, sino que encima tuvo una hora escasa para intentar justificar su existencia. ¿Hay algo nuevo en ella que no hayamos visto anteriormente en otra serie sobre unidades de la policía científica? Después de todo, lo hay.

Las cosas claras. Una serie sobre periodistas, negocios familiares o cualquier otro sector que haya sido olvidado últimamente por la pequeña pantalla hubiese resultado más novedosa en un momento (y en un canal) como éste. Es cierto, además, que ‘RIS Científica’ no tiene un ritmo más frenético, ni escenas de acción más conseguidas ni un protagonista más carismático que ‘CSI Las Vegas’ (sí supera en uno de los apartados a ‘CSI Horatio’), por ponernos exigentes.

Ahora bien, la nueva serie, aunque sentando sus bases en los ingredientes habituales de este género, viene a introducir un nuevo e inquietante elemento al cóctel: la oveja negra.

Si algo caracteriza a las unidades de la policía científica que protagonizan series como ‘CSI’ o ‘Génesis, en la mente del asesino’ es la entereza moral de sus miembros. Los protagonistas son policías que dominan la ciencia pero también la psicología humana (lo que les ayuda muchas veces a adelantarse a los pasos del criminal de turno) y todo lo que saben, todo, lo utilizan para hacer el bien. Y nosotros, acostumbrados ya, y a expensas de que nos llegue ‘Dexter’ desde el otro lado del charco, ni nos planteamos que en una serie de este estilo pudiese ser de otra manera.

Ayer, en el primer episodio, el personaje de Juan Fernández, que se perfilaba inicialmente como una versión menos agresiva del personaje al que dio vida en ‘Jugar a matar’ (Isidro Ortiz, 2003), daba un giro interesante al tomarse la justicia por su mano para acabar con el villano de una de las dos tramas que vertebraban el episodio (la más flojita, por cierto). El mismo hombre que ayudaba horas antes a sus compañeros a resolver un caso se convertía por sorpresa en el creador de otro caso, uno que podría convertir al equipo de criminólogos en objeto de preguntas no tan frecuentes entre esos eficientes profesionales e intachables ciudadanos que suelen ser los Horatios que conocíamos.

Beba o no el personaje de Fernández de la estadounidense ‘Dexter’, lo cierto es que Telecinco ha estado lista. Es algo ya inventado pero que aquí no habíamos visto.

Lo que si que habíamos visto es a un reparto sin fisuras. Pues ahí va otro: a los imparables José Coronado y Belén López, que ya demostraron compenetrarse bien en el telefilme ‘Masala’ y cuyos actuales personajes parecen contar con aspectos aún por descubrir, les acompañan la atractiva Irene Montalà (‘Una casa de locos’), el también cantante Carlos Leal, un simpático Ismael Martínez (‘Amistades peligrosas’) y Pedro Casablanc (‘Policías, en el corazón de la calle’), más sólido que el acero.

Con el personaje de Juan Fernández, el de ‘RIS Científica’ ya no es un triángulo perfecto de profesionales de la criminología, sino más bien un heptágono defectuoso pero muy sugerente.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Crítica | BIG LOVE; En familia (polígama)

Pocas series merecen la atención que ha suscitado ‘Big Love’ desde su estreno en Estados Unidos. Creada por Mark V. Olsen y Will Scheffer, se trata de una curiosa y original propuesta, centrada en la agitada rutina de una familia polígama residente en Utah. La historia está contada sin prisas pero con intensidad, y se nota que, al igual que el protagonista tiene siempre un ojo puesto en su inmensa familia, hay un equipo a cargo de esta ficción que no descuida un solo aspecto de la realización.

Es un nuevo concepto de familia televisiva, como si ser ‘Padre de familia’, tener ‘Cinco hermanos’ o sobrevivir a una jungla residencial llena de ‘Mujeres desesperadas’ no fuese suficiente. Los responsables de ‘Big Love’ van más allá y nos acercan a una familia polígama, formada por un hombre (un paciente y cariñoso pater familias con una sobredosis de estrés familiar), sus tres esposas y los hijos que tiene en común con cada una de ellas.

La primera mujer con la que se casó, Barb (Jeanne Tripplehorn, ‘Instinto básico’), es la única legal, una mujer cariñosa y comprensiva con su marido pero crítica con la familia de él, que vive en una comunidad rural regida por “la ley divina”. La manipuladora y absorbente Nicki (Chloë Sevigny, ‘Los chicos no lloran’) entró en el hogar de Bill Henrickson para echar una mano a una entonces enferma Barb y acabó también echando raíces. La tercera mujer, Margene (Ginnifer Goodwin, ‘En la cuerda floja’), fue en su día la niñera hasta que las cosas empezaron a ir a mayores con el hombre de la casa.

Todos estos datos se van sabiendo poco a poco, ya que en el episodio piloto no se paran a explicar antecedentes. Y hacen bien. Se nos hace testigos de la vida que lleva la familia, repartida en las tres casas que le sirven de escenario principal a la serie (todas conectadas por un patio común con piscina), pero se da tiempo al tiempo, para que sea el espectador el que vaya conociendo poco a poco a los personajes.

No estamos ante una apología de la poligamia ni mucho menos. De hecho, ‘Big Love’ retrata a una familia y, en especial, a un padre completamente desbordado por la responsabilidad, por la presión de ganar el dinero a repartir, por los datos a retener y por el amor a racionar.

Bill Henrickson, que está interpretado por Bill Paxton (‘Mentiras de guerra’) con exquisita naturalidad, puede que sea lo más cercano a un equivalente masculino a las ‘Mujeres desesperadas’. Está convencido de que la vida que lleva es la correcta de acuerdo con su condición de mormón (a pesar de que la poligamia es ilegal en Estados Unidos y la propia Iglesia Mormona la prohíbe desde 1890), pero lo de tener a más de una mujer para él, por así decirlo, no es una fantasía hecha realidad.

El protagonista sufre las consecuencias de su singular opción a cada paso que da: su negocio de tiendas de artículos para el hogar no le permite hacer frente a las necesidades (ni mucho menos a los caprichos) financieros de sus esposas ni a las de sus siete hijos y, por si fuera poco, cada vez se ve más incapaz de satisfacer sexualmente a sus mujeres, lo que le empuja a recurrir a la viagra.

Ellas, por su parte, no tienen las cosas mucho más fáciles. Trabajan sin parar, sobreviviendo a esa incómoda superpoblación de críos y esposas en la que viven, no tienen siempre un hombro sobre el que llorar y surgen entre las tres, muy a pesar de Bill, las envidias y los celos. Se dicen libres (“No estamos atrapadas, hemos decidido estar aquí y convertirnos en una familia”) pero se sienten muchas veces abandonadas y hasta desgraciadas.

Jeanne Tripplehorn nunca ha estado más acertada en su carrera que con su papel de Barb, una mujer que ve cómo su hogar y su papel en él han mutado de la forma más insólita. Chloë Sevigny, por su parte, sabe muy bien cómo acercarnos esa mujer compleja y muchas veces odiosa para demostrar que sí, que ella también sufre y que su consumismo, por ejemplo, no es sino un refugio más. Ginnifer Goodwin cierra el círculo con un trabajo muy aceptable.

‘Big Love’, que se emite ahora los lunes a las 22:00 en Canal+2, es una serie que vale la pena. Es un drama diferente y equilibrado, que nos permite adentrar y pasear nuestra mirada tranquilamente por un ambiente diferente y lejano, sin ser empujados a juicios fáciles.

(Foto: Bill Paxton y Jeanne Tripplehorn en 'Big Love')

lunes, 17 de septiembre de 2007

Crítica | SHARK; Los nombres y la serie que acabará habiendo delante de ellos

La semiolvidada Melanie Griffith (‘Armas de mujer’, ‘De repente, un extraño’) dijo una vez que trabajar con James Woods era como estar embarazada: “Primero lo disfrutas, después quieres que se acabe y cuando se ha acabado olvidas lo malo que fue”. Sabiendo del carácter difícil de Woods, podríamos aventurarnos a decir que el papel que interpreta en ‘Shark’ no es tanto una creación sino un esfuerzo de búsqueda interior. Para la serie, el actor representa la típica figura que se pone en medio sin dejar que el espectador vea toda la pantalla.
Jeri Ryan y James Woods en 'Shark'
Si abrimos el archivo de series de abogados que están recientes en nuestra memoria, podremos decir que ‘Shark’ no es más divertida que ‘Ally McBeal’ ni más apasionante que ‘El abogado’. El protagonista de la que nos ocupa es más acaparador pero, ¿y más realista? Es muy posible que el mundo de la abogacía esté más lleno de tiburones que de adorables metepatas y profesionales cautivadores. Quizás por eso, yo me sigo quedando con esos abogados de archivo, abogados para el recuerdo.

Sebastian Stark (James Woods) es el jefe severo, el compañero implacable y el abogado despiadado de ‘Shark’ (a parte de un firme aspirante a miembro de honor del club de imitadores del doctor ‘House’). Pero es también –y más le vale serlo si quiere lograr esa ansiada conexión con el público– el afectuoso padre de familia, el ex esposo cordial y el hombre a ratos vulnerable a ratos rígido. El de este abogado defensor metido a fiscal (el salto lo da ya en el episodio piloto) es un papel hecho para uno de esos actores de renombre que a veces aceptan pasarse a la pequeña pantalla.

Creada por Ian Biederman, ‘Shark’ nos muestra al protagonista (y vaya si nos lo muestra) como un hombre arrogante y difícil, capaz de comenzar una escena derrumbado por el asesinato cometido por el tipo al que puso en la calle y acabarla soltando perlas del estilo de “soy un genio”, “yo me meriendo a los fiscales, son la base de mi dieta” o “soy un déspota”.

¿Cuánto hay de orgulloso y cuánto de bromista en Sebastian Stark? Probablemente ni los guionistas lo supiesen todavía en el episodio piloto, emitido el pasado jueves por La Sexta.

En él ya veíamos en ‘Shark’ una serie entretenida y bien hecha, pero también podíamos advertir que lo que aspira a atrapar al espectador no son los nombres (ni Woods ni el director Spike Lee, que firmaba el piloto tan bien como los suelen firmar los directores más asiduos al medio televisivo) que intentan posicionar delante de la serie con fines publicitarios, sino esa misma serie, que con el tiempo, con cada nueva trama y cada nuevo episodio, ira ganando terreno hasta colocarse en primer plano.

martes, 11 de septiembre de 2007

Crítica | HERMANOS Y DETECTIVES; Juegos de mayores

‘Hermanos y detectives’, remake de la serie argentina del mismo nombre, empezó su andadura en Telecinco el martes pasado con audiencia prometedora y un nivel más que aceptable. Hoy se emite su segundo episodio, y si obviamos una cierta tendencia a llevar a extremos esa mezcla de serie infantil y criminal, puede que merezca la pena darle otra oportunidad.
Eusebio Poncela y María Garralón en
'Hermanos y detectives: El profesor Fontán'
El trabajo del reparto tiene su gracia, el ritmo es ágil, la dirección correcta y el guión mantiene el interés. Pero pronto asoma una pregunta algo incómoda: ¿es una serie familiar (casi tirando a infantil) o una para adultos?

El primer episodio, ‘El profesor Fontán’, comenzaba con lo que podríamos llamar la candidatura del día a crimen perfecto. Un profesor universitario de literatura (Eusebio Poncela, ‘Viento del pueblo: Miguel Hernández’) visitaba a su alumno más aventajado para, en principio, comentar los puntos fuertes y flacos del borrador de una novela escrita por el joven. Después el profesor mataba al chico para apropiarse del texto original.

No era un repentino arrebato de histeria o envidia. El asesino demostraba tenerlo todo preparado a conciencia y no titubeaba demasiado a la hora de llevar sus planes a la práctica. Además, el crimen se orquestaba en pantalla de forma bastante gráfica, en una atmósfera deprimente y perversa. No se sugería, vamos, se mostraba. Para cuando llegaba la madre de la víctima (interpretada por María Garralón, ‘Verano azul’) el profesor ya lo había preparado todo para simular un suicidio.

En otro punto de la ciudad dos hermanos que hasta entonces no sabían el uno del otro (Diego Martín y el argentino Rodrigo Noya, ambos estupendos) se conocían por primera vez. Sorpresa, frustración, rechazo y cierta curiosidad. Después, el mayor, un policía algo amargado, acababa acogiendo al pequeño, un superdotado con gafas y encanto.

A partir de entonces, ‘Hermanos y detectives’ venía a confirmar que algunos caminos que toma son algo dudosos. Primero, durante un contacto inicial entre ambos hermanos, el mayor, Daniel, permitía al pequeño, Lorenzo, ver las fotografías del cadáver de su caso (un joven con un disparo en la cabeza no parece la visión ideal para un niño que se está tomando un batido).

Después, en un aparente intento de alejar a su hermano pequeño del ambiente hostil de una comisaría (¡hasta travestis había por allí!), Daniel se lo llevaba consigo a la casa donde se había cometido el asesinato, donde les esperaba el propio criminal. Buen movimiento. Más tarde, para rematar, dejaba al niño a solas con el asesino.

Antes de darnos cuenta, el niño estaba en medio de la vía del tren con el psicópata. Acto seguido, era el psicópata el que estaba en la vía y el niño casi presenciando un suicidio, éste ya de verdad.

Pues sí, tensión ya había, pero quizás hubiese sido mejor construirla alrededor del asesino y el hermano mayor. Las escenas en las que el autor del crimen observaba, perplejo, cómo un mocoso iba descubriendo, y a velocidad de vértigo, cada uno de los pasos que había seguido para matar al talentoso alumno, eran más que divertidas inquietantes, por mucho que el joven actor tenga una gracia innata capaz de suavizar las cosas cuanto más oscuras se ponen.

Hermanos y detectives’ daba la impresión de no saber dónde empezar con la comedia y dónde con la parte más seria. Y es una pena, porque la serie tiene posibilidades.

Ya en las primeras escenas, al asesinato le seguían unas cómicas secuencias en las que los agentes, en plena escena del crimen, aplaudían ascensos y hablaban sobre tartas a las que les encantaría hincar el diente. Después, teníamos a una madre, viuda para más señas, destrozada ante el posible suicidio de su único hijo.

No es una serie necia como ‘Los hombres de Paco’ ni mucho menos, pero tiene cosas que no cuadran. No puede uno dejar de pensar que el niño protagonista está inmerso en un mundo de mayores en el que no hay tiempos muertos. Hay muertos, sin más. Eso sí, ‘Hermanos y detectives’ parece bastante más inofensiva para la infancia que ‘Ana y los siete’ o ‘Los Serrano’.

Su segundo episodio se emite esta noche a las 22:00 en Telecinco.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Crítica | CASO ABIERTO; Cuando seguir adelante es mirar al pasado

Eso ocurrió hace siglos”. Era la respuesta que obtenían Lilly Rush (Kathryn Morris) y Nick Vera (Jeremy Ratchford) ayer en ‘La llave’, el episodio de ‘Caso abierto’ (‘Cold Case’) emitido en La 2, al preguntar a un sospechoso por un apuñalamiento ocurrido en 1979. La contestación de Vera al interrogado resumía bastante bien la motivación que impulsa al equipo de detectives protagonistas a no darse nunca por vencidos: “Para usted, pero para otros parece que fue ayer”.
Danny Pino y Kathryn Morris en 'Caso abierto' ('Cold Case')
La frase con la que se suele promocionar la serie puede ser excesiva y engañosa aplicada a la realidad (“La esperanza sobrevive... pues la evidencia nunca muere”), pero en esta ficción funciona como sinopsis perfecta del argumento. Los profesionales encargados de estos casos congelados no tienen inconveniente en llenarse ojos y manos de polvo buscando entre viejas cajas de pruebas, revisar archivos y hemerotecas o darse a la búsqueda de antiguos sospechosos. Hasta que el caso queda cerrado (y la mayoría se cierran con éxito), el pasado está de rabiosa actualidad.

Ese interés imperecedero en dar con la verdad, ya sean años o décadas los que separan a los investigadores de la fecha del crimen, provoca en el espectador una simpatía y admiración especiales hacia los agentes de ‘Caso abierto’. Ya dentro de la pantalla, también provoca gratitud en aquellos que nunca vieron hacerse la luz y, cómo no, inquietud en aquellos personajes que creían enterradas las posibilidades de tener que pagar por sus actos.

Conocido su argumento, ‘Caso abierto’ tiene mucho con qué jugar. Por un lado está la gran cantidad de personajes episódicos que pueden pasar por la serie. Hemos visto, entre otros, a Samantha Eggar, Chris Sarandon, Piper Laurie, Natasha Gregson Wagner, Veronica Cartwright y Meredith Baxter.

Lo cierto es que esa gran cantidad de episódicos que ‘Caso abierto’ está obligada a congregar es también un arma de doble filo. No todos los actores episódicos son sobresalientes. Pero es ahí donde la serie se crece y empieza a jugar con el maquillaje (que hace posible que actores de hoy parezcan salidos de las bobinas de filmes de los 40, por ejemplo), el vestuario, la fotografía (otra de las grandes y más variadas bazas técnicas de la serie), los flashbacks y una original planificación de las escenas de investigación e interrogatorio (en las que se hace coincidir –muy hábilmente por cierto– a los actores que interpretan a los personajes en la actualidad y a los que les dan vida en su juventud).

El resultado de esas técnicas, los cuidados guiones, la amplia banda sonora y la atenta dirección de la mayoría de episodios hacen de ‘Caso abierto’ una serie muy interesante. Además, el reparto principal, que no siempre ha obtenido el respaldo que merece, está muy por encima de lo estrictamente eficiente.

Kathryn Morris le imprime a la protagonista una serenidad (y no pasividad) que no hace sino aumentar la credibilidad de su trabajo. Es el mejor ejemplo que podíamos tener de la interpretación de una detective eficaz: Lilly Rush cumple con su deber y no se muestra ni excesivamente autoritaria ni heroica. Morris sabe cuándo hacerla pasar a un segundo plano y dejar el escenario en manos de los secundarios y, además, lo sabe hacer de una forma sorprendentemente elegante. Nunca se sobreexpone. Nunca aburre.

Resulta difícil de entender que una serie como ‘Caso abierto’ sólo haya recibido una nominación a los Emmy en las cuatro temporadas que lleva emitidas. Los casos de este equipo de detectives (dedicados a hacer justicia, eso a lo que algunos llaman reabrir heridas), como la calidad de la serie, están de rabiosa actualidad.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

Crítica | QUART, EL HOMBRE DE ROMA; Entre el sacerdocio y la guardia vaticana

Habrá quien no vea con buenos ojos la historia de un sacerdote decidido a destapar los negocios oscuros que hay dentro de su propia iglesia, pero en una época en la que nuestra ficción televisiva no acostumbra a pedirnos otra cosa que nuestra presencia física frente al televisor, ‘Quart, el hombre de Roma’ se revela como una sorpresa agradable.

Roberto Enríquez y Biel Durán en 'Quart, el hombre de Roma'

Producida por Endemol en colaboración con Origen PC para Antena 3, ‘Quart’ es una serie más elaborada que la mayoría de las creaciones españolas. También nos pide más atención que el resto de esas creaciones. La trama no está hecha para aquellos que lleguen medio dormidos al sofá del salón. Es la clase de producción en la que hay que esperar para obtener respuestas, y las que se obtienen no son siempre lo satisfactorias que quisieran los consumidores de las ficciones más comerciales.

La serie se basa en los personajes de la novela ‘La piel del tambor’ (Arturo Pérez Reverte, 1995). Pocos de los que nos presentaba el primer episodio, emitido ayer a las 22:00, eran monedas de una sola cara. Tampoco había estereotipos de esos que se delatan antes de presentarse por su nombre de pila. ‘Quart’ va bastante más allá de todo eso.

El relato sigue las investigaciones de Lorenzo Quart (bien interpretado por Roberto Enríquez), un sacerdote católico al que sus superiores parecen utilizar como una especie de chico de la limpieza al que envían allí donde la suciedad amenaza con manchar el (¿buen?) nombre de la iglesia. Tanto es así que sus aventuras ya le han reportado cierta fama de agente de policía eclesiástico. Tiene viejos amigos en la policía española, pero también hay personas que no aprueban su oficio ni maneras y otras que, directamente, parecen dispuestas a pararle los pies a cualquier precio.

En el primer capítulo, Quart tenía que ocuparse del robo de una valiosa cruz en una iglesia madrileña. Sus investigaciones le conducían hasta Monseñor Aguirre (perfecto José María Pou), Legado Permanente en España. El episodio nos presentaba también a los que se intuye serán los aliados de esa especie de Jean Reno con estola que es el protagonista –el inspector Navajo (Mingo Ráfols), Macarena Bruner (una Ana Álvarez a la que le falta cierta intensidad) y Judas Tadeo (Biel Durán)–. Otros miembros del bien conjuntado reparto son Daniel Grao y Manuel de Blas.

El hecho de que muchos de los personajes sean religiosos, el que la historia juegue un papel más importante de lo habitual en el rompecabezas y el que la atmósfera sea bastante oscura y enigmática, pueden ser razones para que algunos espectadores se echen atrás. Así, los detractores de ‘Quart’ estarán divididos en dos grupos: por un lado, los que crean que ‘Quart’ es el típico producto elevado pero espeso y se nieguen a darle una oportunidad y, por otro lado, los creyentes que vean en la serie un intento de código da Vinci español creado para atacarles.

La tabla de audiencias de ayer deja entrever que los espectadores buscan algo más ligero con lo que llenar sus prime times (fue superada por la comedia de estreno ‘Hermanos y detectives’), pero para aquellos que busquen una buena ficción (sin renunciar al entretenimiento) ‘Quart’ promete acción, amores prohibidos, intrigas religiosas y una factura muy presentable.

lunes, 3 de septiembre de 2007

Crítica | MONK; Miedoso, maniático y muy profesional

Es uno de los milagros de la tele. Ningún otro medio puede darle a un actor la posibilidad de explayarse tanto en la definición de un personaje. En las seis temporadas de que consta (por ahora) la serie estadounidense ‘Monk’, su protagonista, Tony Shalhoub, ha tenido la oportunidad de desplegar un sinfín de recursos interpretativos hasta convertir a este desequilibrado detective en uno de los personajes más carismáticos y únicos del panorama televisivo.

Tony Shalhoub, protagonista de 'Monk'
Es cierto que la prolongación de la serie ha ralentizado el desarrollo del personaje protagonista en lo que a su progreso psicológico se refiere. Al igual que los náufragos de ‘Perdidos’ no pueden descubrir el secreto de su isla y las amas de casa de ‘Mujeres desesperadas’ no pueden encontrar una estabilidad duradera, Adrian Monk tampoco puede curarse y enterrar sus manías. Eso significaría el final de la serie, de modo que, por así decirlo, le deseamos lo peor.

El señor Monk tiene miedo a los gérmenes, a las multitudes, a las alturas, a la leche... A pesar de haber contado con la ayuda constante de dos asistentes-enfermeras-niñeras a lo largo de los años (la enfermera a la que interpretó Bitty Schram y la camarera a la que da vida Traylor Howard), a veces parece increíble que haya resuelto un caso en su vida.

Para aproximarse un poco a su figura hay que decir que Adrian Monk no siempre padeció ese desorden obsesivo compulsivo de la manera en que la serie lo retrata en cada nueva aventura. El detective llegó a su estado tras el asesinato de su esposa, todavía irresuelto, que desencadenó un verdadero huracán de inseguridades y fobias.

Pero lejos de significar el fin de su carrera (y a pesar de ser despedido del departamento de policía de San Francisco), Monk, ahora como detective privado, continúa sorprendiendo a su antiguo jefe (Ted Levine) y dando lecciones de investigación al que aspira a ser la nueva estrella del departamento (Jason Gray-Stanford).

Podríamos describir al personaje de Shalhoub como un cruce entre el escritor obsesivo compulsivo al que interpretaba Jack Nicholson en ‘Mejor imposible’ (James L. Brooks, 1997) y el Inspector Gadget.

Al igual que el primero (un personaje que, de entrada, parece simplemente odioso), Monk también sabe despertar una singular simpatía en el espectador. Puede sacarnos de nuestras casillas alguna vez, pero sabemos que, al fin y al cabo, está sólo y, sobre todo, enfermo. Por otro lado, y al igual que al personaje animado, a Monk casi todo acaba saliéndole bien.

Aunque hay que aclarar que por muy patológicamente maniático que sea el inspector protagonista, éste sigue siendo inteligente y despierto, y posee una especie de sexto sentido para encontrar el orden en el caos más rotundo. De ahí que no se le escape una sola prueba en el lugar del crimen.

Los avispados guionistas de la serie han mantenido el pulso en el relato a lo largo de las temporadas, pero como ocurre en la mayoría de series que pasan la barrera de las tres temporadas, hay espectadores que pueden empezar a encontrar repetitiva la serie. No es que hayan bajado la guardia, ni que las reservas de obsesiones y rarezas estén agotadas. Ocurre con el interminable sarcasmo de Hugh Laurie en ‘House’ y con la bordería aplastante de Jane Kaczmarek en ‘Malcolm in the middle’. Sí, con el tiempo se pierde cierta frescura. Es normal. Pero ‘Monk’, que se emite en Calle 13 y en algunas autonómicas, sigue siendo un producto superior y la interpretación de Tony Shalhoub un trabajo meticuloso y plausible.