sábado, 24 de febrero de 2007

Crítica | MIR; Días contados

Suma y sigue. Telecinco ya ha anunciado que la primera (y única) temporada de su serie ‘MIR’ verá reducido su número de episodios de 13 a 11. Es cosa de audiencias. Un 16% en el episodio de esta semana y una trayectoria que se movía rondando datos similares son razones más que suficientes para que ‘MIR’ (‘Médico interno residente’) cuelgue el cartel de cerrado en próximas semanas. Están en Telecinco, ¿qué esperaban?
Nuria Gago, Pau Roca, Daniela Acosta, Rodolfo Sancho y Ruth Díaz
Rodolfo Sancho, que interpreta a Eduardo, parecía optimista. En declaraciones a El Semanal TV dijo que “el público no hace zapping si ve una bata blanca en pantalla”, pero “el público” le ha dado una lección. Y es que una cosa son las batas blancas de ‘Hospital Central’ –sinónimo de sólida acción y drama–, ‘Anatomía de Grey’ –sinónimo de culebrón de factura impecable– y ‘Urgencias’ –un blanco impecable el de estas batas, pero minoritario en audiencias en España–, y otra cosa son las batas de ‘MIR’, de un blanco demasiado relajante, tirando a monótono y aburrido.

Aunque correcta en todos los aspectos, ‘MIR’ es una serie que no engancha. Le faltan acción, tensión y rapidez (las escenas son más bien cortas, pero en ellas no se dice ni muestra nada realmente interesante), así como le sobran dosis de culebrón de tono menor. Es un intento de copia bastante más descarado de ‘Anatomía de Grey’ que ‘Hospital Central’ de ‘Urgencias’, pero así como ‘HC’ entretiene y llega al espectador, ‘MIR’ se convierte en una especie de telenovela o serial clásico hospitalario de sobremesa, de esos que ayudan a hacer pasar la comida y no causan molestias para echar la siesta.

Si las tramas de ‘Anatomía de Grey’ pueden llegar a ser cargantes en ocasiones con sus repetitivos líos amorosos y sufridores protagonistas, ‘MIR’ coge lo peor de aquella y lo adapta quitándole la agilidad que caracteriza a esa y otras ficciones estadounidenses. En la serie de Videomedia (la misma productora de ‘Hospital Central’) las tramas personales también tienen una importancia mayor que los casos estrictamente médicos, pero este punto tiene un defecto de fábrica: esa sucesión de embarazos, abortos, aventuras y rivalidades no están bien llevadas por los protagonistas.

Ruth Díaz (a la que hace poco vimos en ‘Para entrar a vivir’), Pau Roca y Daniela Acosta (sobre todo esta última) no convencen, moviéndose por los pasillos de ese hospital universitario incapaces de hacer creíbles sus papeles ni lograr la simpatía del espectador. Nuria Gago y Rodolfo Sancho, aunque están algo mejor, tampoco ponen sus trabajos a la altura de ‘Héctor’ (Gracia Querejeta, 2004) y ‘Amar en tiempos revueltos’, respectivamente. A Xavier Murua, por su parte, hay que reconocerle cierto encanto en su papel de tartamudo.

Los veteranos del reparto, a excepción de Luis Marco, tampoco están para dar lecciones magistrales. Daniel Freire (‘Motivos personales’) aburre al respetable, Beatriz Arguello (‘Báilame el agua’) trata de no hacer lo mismo con frases que la obligan a ello y Amparo Larrañaga, una actriz con más nombre que verdadero talento, sigue sin sorprender. Cuando quiere parecer encantadora es plana, cuando quiere ser exigente e implacable sigue siendo igual de plana.

La inevitable voz en off se la pone a la serie Pau Roca, utilizando como pretexto el blog que escribe su personaje. Su voz no anima la ya de por sí bastante inanimada función.

La polémica que ha arrastrado la serie desde su comienzo tampoco ha logrado despertar el interés del público y convertir la producción en un éxito. La Asociación Española de Médicos Internos Residentes (AEMIR) se quejó hace semanas de que no ven su labor reflejada de forma adecuada en ‘MIR’, donde, según ellos, son pintados como el último mono de la profesión. La publicidad que utilizó Telecinco para anunciar la serie, con frases como “no son médicos, pero curan”, tampoco fue la más acertada para calmar los ánimos.

Puede que tengan razón y que el retrato no sea del todo fiable, pero estoy convencido de que los responsables de la serie no tenían ninguna intención de faltar al respeto a nadie. Las intenciones parece que iban más encaminadas a poner el énfasis en las dificultades del día a día de los médicos residentes.

De un modo u otro sigue siendo ficción, una que, lamentablemente, ha salido mal.

viernes, 23 de febrero de 2007

Crítica | NEGUKO EGUZKI HOTZA; Y lo más deprimente fue el doblaje

El cine en televisión siempre tiene que vérselas con más de un obstáculo a la hora de llegar al espectador con su mensaje, pretensiones y estructura intactas. Suele ser la (maldita) publicidad la que le suele poner la zancadilla al cine que se pasa por la pequeña pantalla, con esos cortes que duran más que el propio metraje. ‘Frío sol de invierno’, que se emitió el miércoles a las 22:45 en el primer canal de Euskal Telebista bajo el título ‘Neguko eguzki hotza’, no sólo tuvo que hacer frente a los cortes publicitarios, sino también a un doblaje en euskera que parecía querer incitar al espectador a la huida. Pero hace falta más para hundir a ciertas películas.
Marisa Paredes en 'Frío sol de invierno' (Pablo Malo, 2004)
No es la primera vez que ocurre. Los doblajes de ETB han ido de record en record a lo largo de los años, de chapuza en chapuza. Se me ocurren varios ejemplos de películas destrozadas, heridas de gravedad o, cuando menos, algo desmejoradas por los doblajes euskaldunes, aunque el ejemplo más famoso de doblaje-chapuza entre los que hemos visto pasar por la ETB1 últimamente es el de ‘Yoyes’, de la cineasta navarra Helena Taberna.

Los dobladores que ponen su voz para que los filmes pasen al euskera no suelen estar muy acertados a la hora de hacer casar sus frases con los labios de los actores, y muchas veces las propias voces, además de escasas (por lo que parece hay cuatro gatos contados que se dedican a esto en Euskadi), son muy diferentes a las de los intérpretes originales. Pero con ‘Yoyes’ la cosa iba mucho más lejos, ya que la labor de los dobladores echaba por tierra la seriedad de la película.

Aunque se trate de un filme francamente bueno, la versión que se emite en ETB1 (íntegramente en euskera) da pie a más de una situación inverosímil. Por ejemplo: en una escena Ana Torrent (‘Tesis’) admitía, con la cabeza gacha y aires de enorme culpabilidad, no saber hablar euskera, aunque acto seguido continuaba soltando sus diálogos en vascuence con una facilidad pasmosa. Pasmosa y ridícula a ojos del espectador desde ese momento en adelante.

Un poco al estilo de ‘¿Quién puede matar a un niño’, la magnífica película de Chicho Ibáñez-Serrador, donde los protagonistas (el australiano Lewis Fiander y la británica Prunella Ransome) interpretaban a dos turistas ingleses y demostraban a través de sus gestos tener grandes dificultades para hacerse entender por ciudadanos del sur de España, aunque el filme estaba doblado de cabo a rabo y veíamos a los actores soltando sus diálogos en español incluso cuando discutían acaloradamente entre ellos.

Cierto es que ETB1 no tiene gran cosa de la que tirar cuando se trata de cine, pues la producción de películas en euskera es cualquier cosa menos prolífica (en casi quince años tan sólo dos filmes han sido rodados en euskera, ‘Aupa Etxebeste!’, de Asier Altuna y Telmo Esnal, y ‘Kutsidazu bidea, Ixabel’, de Fernando Bernués y Mireia Gabilondo), y también es verdad que el ejemplo de ‘¿Quién puede matar a un niño?’ demuestra que en todas partes se cuecen habas, pero también hay que decir que los doblajes españoles son inmensamente superiores (y estoy siendo todo lo amable que puedo ser) a los euskaldunes y, por tanto, molestan y distraen menos. Qué no daría yo por unos subtítulos a tiempo en la ETB...

Volviendo a ‘Frío sol de invierno’ (y no a ‘Neguko eguzki hotza’), hay que decir que el debut en el largo de Pablo Malo (autor de los cortometrajes ‘El ángel de mármol’ y ‘Jardines deshabitados’, entre otros) es una película que ha sido levantada de forma muy firme. Es dura y deprimente, con su ambiente deprimente, bares deprimentes, casas deprimentes y personajes deprimentes, pero sin que todo esto haga sombra a lo que se quiere contar, que es un melodrama familiar sólido y directo.

El donostiarra Pablo Malo demuestra ser un director preocupado y de buen pulso. Un cineasta preocupado por planificar las escenas como es debido, por dibujar sus personajes con sumo cuidado y preocupado por sacar lo mejor de sus actores (en tanto que éstos se dejen, cosa que no hace el protagonista).

En este sentido hay que destacar la fortaleza de Marisa Paredes en un personaje bastante alejado de los que acostumbra a obtener, una mujer sumamente maltratada por una existencia difícil. La frescura de Javier Pereira (‘Heroína’, ‘Tu vida en 65'’) y la naturalidad de Marta Etura (‘La vida de nadie’, ‘Azuloscurocasinegro’) también son de agradecer.

Unax Ugalde, en cambio, se erige en el mayor problema de la película, y no es un problema pequeño puesto que se trata del protagonista. Ugalde no acierta a ser todo lo misterioso que el personaje le pide ser, y si consigue trasmitir una imagen de inaccesibilidad es sólo por el hecho de no estar lo suficientemente relajado para meterse de lleno en un papel tan complicado como el de este Adrián. El actor está tan perdido que obliga muchas veces a todos los que le rodean a hacer el trabajo por él (en la escena de (post)cama con Raquel Pérez, por ejemplo, cuando por sí mismo no acierta a ser lo más remotamente amenazador y la interpretación de Pérez y la música de Aitor Amézaga tienen que provocar toda la tensión por su cuenta y riesgo).

En un director que tan acertadamente eligió (y guió) a Paredes, Pereira y Etura, sorprende que eligiese al actor vitoriano para el más complejo de toda la galería.

Quizás ‘Frío sol de invierno’ sea algo confusa a la hora de contar la historia de ese protagonista que tras salir de un psiquiátrico se da a la búsqueda de su padre, al que parece culpar de todas sus desgracias. El hecho de no saber lo que atormenta a ese personaje hasta bien entrada la película hace que el camino que lleva a esa impactante y desoladora última escena sea un tanto incierto.

En cualquier caso, la primera película de Pablo Malo (justo ganador del Goya al mejor director novel en la edición de 2005) es un comienzo más que prometedor, un viaje a los bajos fondos en el que la suciedad y oscuridad del ambiente no eclipsa a la historia.

Hubiese merecido un estreno en televisión algo más digno. Esperamos un pase en ETB2 cuanto antes.

domingo, 18 de febrero de 2007

Crítica | EL SECUESTRO DE AMBER; Pura (e inútil) propaganda

‘El secuestro de Amber’ (‘Amber’s Story’), un telefilme estrenado ayer a las 16:00 por Antena 3 dentro de su programa ‘Multicine’, no logra la más mínima complicidad con el espectador. Todo parece lejano en esta historia, falso, como salido de una revista de sucesos en la que el tratamiento frívolo se ha zampado el resto. Y en este caso el resto es un terrible caso de secuestro y homicidio basado en hechos reales. En este caso, por tanto, el telefilme de turno no merece el menor de los respetos en su análisis.
Elisabeth Röhm en 'El secuestro de Amber' (Keoni Waxman, 2006)
Amber (Sophie Hough) es una niña que vive con su madre, su hermano y sus abuelos en una casa situada en el estado de Texas (Estados Unidos). Forma parte de la típica familia tejana, con su típica vivienda (un chalet, faltaría más en los protagonistas de un ‘Multicine’), su típico barrio (residencial, imprescindible para saber que Amber es la buena, la de familia más o menos acomodada, de fiar) y sus aún más típicos quehaceres (vender galletitas de los scouts etc.). Pero no es oro todo lo que reluce, y un buen día (uno de esos que tienen más de días que de buenos) la niña sale a andar en bici con su hermano y es secuestrada. El espectáculo, porque así es como el guión parece entender el asunto, ha comenzado.

No se nos dice demasiado sobre la familia para lograr que nos identifiquemos con sus miembros llegado el momento del drama, pero se nos dan datos tan importantes para la comprensión de la historia como que el rapto ocurre a las “3:26 pm”. Si en vez de preocuparse de tales detalles los guionistas hubiesen puesto más empeño a la hora de orquestar con precisión los días que siguen a la tragedia, ‘El secuestro de Amber’ hubiese sido una película algo más digna.

Desde el momento en que el secuestrador de la niña entra en escena no solo el mundo de Donna Whitson (Elisabeth Röhm), su madre, se viene abajo. Lo hace todo el telefilme.

Ya el secuestro está rodado con una total falta de rigor. Se intercalan las imágenes a cámara lenta de un hombre con sombrero de cowboy secuestrando a la niña y los planos que nos muestran a un anciano presenciar el rapto. El que las imágenes del anciano no estén a cámara lenta da la sensación de que el hombre podría haber hecho algo más que pararse a mirar y llamar a la policía. La escena se hace larga y la reacción del testigo se torna insuficiente a ojos del espectador. No creo que el testigo real del caso (porque, tratándose de un ‘Multicine’, ésta es una historia real de principio a fin, que nadie lo dude) se sienta muy orgulloso de ver plasmada su labor en la película: lo que vemos es un hombre lento y necio que durante el rapto de una niña observa perplejo y en silencio los acontecimientos que se le ofrecen frente a su precioso jardín de (en)sueño americano.

Las cosas van a peor a medida que avanza el metraje. Interpretada por Elisabeth Röhm, la madre de la niña no parece en ningún momento tan preocupada o asustada como estaría una madre de verdad. La Donna Whitson de Röhm no es madre ni es nada, la actriz sólo sirve como maniquí que mueve la boca y trasmite los necios diálogos de Richard Leder, un guionista al que no se molesten en buscar entre los ganadores del Emmy en ediciones pasadas.

Pocas actrices pueden articular frases como “tienen que encontrarla, tienen que encontrar a mi niña” o “estoy sufriendo porque ahora mismo no puedo tocarla” con semejante falta de sentimiento. La prueba de fuego le llega a Röhm ('Ley y orden') cuando, mirando a cámara, con toda la atención del espectador en sus gestos, simula estar siendo entrevistada para la televisión y enviando un mensaje a su hija (ya muerta, como descubriremos después): “mamá está aquí”, suelta la actriz pareciendo más estar buscando a su hija en un patio de colegio que en un mensaje de socorro por televisión.

Ayer los periódicos informaban de la trama del telefilme del siguiente modo: “después de una desesperada búsqueda, en la que la madre pasa los peores momentos de su vida...”. ¿Los peores momentos? No es eso lo que yo vi.

Aunque no es Röhm la única que suspende. Tim Henry y Karen Austin, que interpretan a los abuelos de la niña, dicen cosas como “todo el mundo reza por ella, todo Texas” con la misma falta de entrega a sus papeles como la que muestra Greg Michaels maldiciendo “cabrón, hijo de puta” cuando el detective al que interpreta encuentra el cuerpo sin vida de la niña. El veterano Myron Natwick ('Como perros y gatos'), aunque acierta a ser desagradable en su papel, se queda a años luz de salvar la función. Era simplemente imposible.

Keoni Waxman, un director claramente incompetente, ni siquiera se molesta en encubrir la falta de talento de sus actores. En una escena de ‘El secuestro de Amber’ se nos muestra de frente a la familia viendo, con sus caras supuestamente rotas de dolor, e insisto, supuestamente, la noticia que informa de que una niña muerta ha sido hallada en un bosque (porque esta es la clase de telefilme en el que alguien enciende la tele y justo en ese preciso instante, en esa precisa cadena, informan sobre esa precisa noticia que precisamente tú estás buscando). Sólo diré que he visto a niños de preescolar más afectados por haber perdido a las canicas.

El resto de la película, que es un cúmulo de despropósitos unidos por un montaje sin ritmo ni tensión, sigue las andanzas de esa madre coraje haciendo política y dando charlas frente a gente importantísima, pero importantísima, al mismo tiempo que se nos muestra la historia (ya no tan grandiosa) de otra mujer cuya hija es también secuestrada.

Y esto sí que es importantísimo, al menos para entender por fin el grado de manipulación al que hemos estado expuestos durante la hora y media escasa que dura ‘El secuestro de Amber’: en este segundo secuestro los guionistas invierten bastante más tiempo en presentarnos a los personajes (casualmente ahora sabemos quién es el secuestrador y todo); donde no invierten tiempo es en explayarse en los detalles que siguen a la detención del captor (porque esta vez le detienen, y vaya si le detienen), ya que todo se soluciona con una escena de persecución policial que termina (imagínense qué tensión) con el secuestrador parando su furgoneta a un lado de la carretera y saliendo del coche por su propio pie para ser detenido.

Todo gracias a una “Alerta Amber”, que es la medida que la administración Bush aprobó gracias al esfuerzo y a la campaña llevada a cabo por la madre de la verdadera Amber Hagerman para agilizar el proceso de búsqueda de niños secuestrados.

Si esas alertas son realmente tan eficaces como se nos quiere vender en ‘El secuestro de Amber’, no tenemos los datos necesarios para juzgar por nosotros mismos. No se nos dan en este telefilme. Todo lo que tenemos es, en resumidas cuentas, lo siguiente: una niña es secuestrada y la madre lo pasa fatal (o eso se suponía que la actriz de tercera debía trasmitir); después de muchos lloros (de esas “lágrimas de cocodrilo” que solemos decir nosotros) y a pesar de contar con la ayuda de “todo Texas” y de un despliegue informativo de altura, la niña es encontrada muerta; para colmo, los señores policías son negligentes y “no saben nada, eso es lo que saben” (ingeniosas palabras de la ingeniosa protagonista); después viene lo de que las “Alertas Amber” son puestas en marcha durante la última legislatura en Estados Unidos, y entonces los secuestros se solucionan de forma tan rápida que todo parece una comedia de situación con viejos verdes y persecuciones de pacotilla de por medio.

Pero la guinda se la pone al telefilme el mismísimo George W. Bush, famoso por ser presidente electo de los Estados Unidos de América o por su falta de destreza a la hora de engullir galletitas saladas, no estoy seguro de cuál de sus facetas conocerán mejor.

El señor Bush aparece en imágenes de archivo pronunciándose sobre la gran eficiencia de las “Alertas Amber”, imágenes que se intercalan con las de la actriz Elisabeth Röhm en su papel de Donna Whitson mirando hacia un conferenciante con cara de plena satisfacción. ¿Pensaban realmente que esto ayudaba?¿Pensaban que poniendo a Mr. President y a la protagonista en la misma escena, como si él estuviese rodando igual que lo hace ella, como si el conferenciante al que ella mira fuese realmente él, podrían conferir una mayor credibilidad al telefilme?

Si bien ‘El secuestro de Amber’ es una TV movie que no logra transmitir ni la gravedad de hechos como el secuestro de niños ni la tristeza, impotencia y desesperación de las familias que sufren desgracias como éstas en la vida real, la poca credibilidad que podía tener la destruye el señor Bush con la misma facilidad con la que destruye países enteros.

Propaganda, pura propaganda. Y lo más triste es que es tan mala... Parece imposible hacerlo peor.

(Foto2: Elisabeth Röhm y Sophie Hough en ‘El secuestro de Amber’)

viernes, 9 de febrero de 2007

Crítica | CUÉNTAME CÓMO PASÓ; Nostalgia con fondo

Si hay algo que diferencia a ‘Los Serrano’ y a ‘Cuéntame cómo pasó’ (más allá de la época en la que transcurre cada historia, más allá de la clase social de unos y otros protagonistas, etc.) es sobre todo la falta de ideas de los primeros y la historia, rica en personajes y acontecimientos, que tiene por contar la segunda. Tan sencillo como eso: tener una historia que contar. Pero si vemos la serie protagonizada por ese Antonio Resines en horas bajas y la que capitanea el incombustible Imanol Arias, podremos comprobar que un guión con fondo y jugo es mucho más que un pequeño detalle diferenciador.
Ana Duato e Imanol Arias en 'Cuéntame cómo pasó'
La temporada que acaba de cerrar ‘Cuéntame’ (la octava nada menos) se ha enmarcado en los años 1974 y 75, aunque en este último se ha dejado el relato a seis meses de la muerte de Franco (un cartucho importante el que han guardado en la despensa para la próxima etapa).

Las tramas que ha protagonizado la familia Alcántara esta temporada han ido de la progresiva afición al juego de Antonio (Imanol Arias) a los problemas de Mercedes (Ana Duato) en la tienda, sin olvidar los nuevos líos amorosos de Carlitos (Ricardo Gómez), los viajes al extranjero de Toni (Pablo Rivero) para cubrir noticias como la revolución de los claveles y la encarcelación de Inés (Irene Visedo), además de su embarazo, fruto de la relación que mantiene con el otrora cura del barrio, Eugenio (Pere Ponce).

Fotografía, vestuario y música van de la mano en la serie creada por Miguel Ángel Bernardeau para dar con el ambiente propicio y hacer creíble el salto de tres décadas que se nos propone. No es tarea fácil pero los responsables lo llevan muy bien. Tocan la fibra sensible con las canciones elegidas para cada capítulo, juegan con los colores para dar a las imágenes un aire a viejo que casa muy bien con el contexto histórico y lo envuelven todo con las inevitables dosis de nostalgia para hacer cómplice a ese sector de la audiencia que fue testigo de la época.

Aunque hay algo que sí podría achacársele a la serie y es su tendencia a dulcificar demasiado las cosas. La de ‘Cuéntame cómo pasó’ es una fotografía demasiado clara de la dictadura franquista, un retrato bastante acaramelado al que le faltan ciertas dosis de tensión y, por qué no decirlo, también una cuota mayor de crítica hacia aquel terrible régimen.

La serie no pinta la España de los primeros setenta de color de rosa (en el episodio de ayer, por ejemplo, veíamos al personaje de Inés teniendo que huir del país con pasaporte falso ante el pánico a volver a ser arrestada), pero se trata más bien de un retrato que tiende a subrayar la parte nostálgica y a obviar en cierta medida la parte terrible, con miras a crear una serie familiar y que no hiera la sensibilidad de una parte de la sociedad (esa que todavía hoy, más de treinta años después, no ha denunciado claramente las atrocidades del franquismo).

Las andaduras de los dos hijos mayores del matrimonio Alcántara, dos jóvenes modernos y emprendedores, dan pie a tramas interesantes que conectan más con la actualidad de la época, pero al final el tono general es definitivamente amable, a veces en exceso. Y a este respecto hay que decir que la voz en off de Carlos Hipólito no ayuda, a pesar de tratarse de un actor muy competente, ya que no hace sino acentuar la amabilidad de un relato en el que esa cualidad a veces está francamente fuera de lugar. Ver unas imágenes del archivo histórico de TVE en las que unos guardias civiles dan una paliza a un manifestante y que acto seguido una voz de narrador de cuento infantil diga lo mucho que le gustaba de joven una tal Karina o una tal Mayka no es precisamente acertado.

A pesar de todo, y dulcificado o no, hay que insistir en que aquí hay un relato que narrar, algo de lo que otras producciones españolas carecen.

Uno de los más grandes méritos de la serie está en haber encontrado a un par de actores que lleven la mayor parte del peso de la acción con tal naturalidad. Desde el estreno de la producción el 13 de septiembre de 2001, lo único que ha cambiado en Imanol Arias (‘Laberinto de pasiones’) y Ana Duato (‘El perro del hortelano’) son sus peinados, porque su talento y la capacidad de hacer suyos a esos personajes siguen intactos. Después de tantos y tantos episodios protagonizando una misma serie (el capítulo de ayer, ‘Punto y seguido’, era el número 138) son pocos los intérpretes que continúan dotando a sus trabajos de esa frescura y ganas.

Aunque para frescura la del joven Ricardo Gómez, que interpreta a Carlos (ese niño-testigo que nunca deja de sorprenderse de cada nuevo acontecimiento en su seno familiar) con una naturalidad que para sí quisieran Irene Visedo y Pablo Rivero, sobre todo en lo que respecta a este último, un actor con un registro de lo más limitado.

Por otro lado, la acción de ‘Cuéntame cómo pasó’ se ve inmensamente ayudada por un puñado de entrañables secundarios, entre los que destacan María Galiana, Tony Leblanc, Alicia Hermida, Quique San Francisco y Roberto Cairo.

El episodio de ayer nos dejaba una escena (otra más) para el recuerdo: Pili (Lluvia Rojo) y Clara (Silvia Espigado) poniéndose toda la ropa de Inés y Eugenio encima, una prenda sobre la otra, y ocultándolas bajo sus abultados abrigos ante la imposibilidad de salir del domicilio (en constante vigilancia) con una maleta a cuestas. “Unos días estáis en los huesos y otros días parecéis un zeppelín”, decía una sorprendida vecina al verlas.

Ahora se comenta que la siguiente será la última temporada de ‘Cuéntame cómo pasó’, pero teniendo algo que contar y alguien que sepa contarlo el final podría muy bien aplazarse. Es la cosa de tener una historia, con tramas de peso, y no sólo share como ‘Los Serrano’ o ‘Los hombres de Paco’. Aquí sí que eligen los creadores.

martes, 6 de febrero de 2007

Crítica | GÉNESIS, EN LA MENTE DEL ASESINO; Génesis, en su punto

En la lista de producciones nacionales (o mini-espacios dentro de ellas) que han nacido a la sombra del éxito de ‘CSI’ y sus clones, ‘Génesis, en la mente del asesino’ es la mejor. A pesar de su corta duración, sus discretas audiencias (desgraciadamente es así) y sus no muy famosos protagonistas, la serie que emite Cuatro los domingos a las 21:30 se ha convertido en un más que digno thriller científico con vocación de continuidad. Puede que se confirme como tal. Si le dejan.
Juana Acosta, Quim Gutiérrez, Enrique Arce y Pep Munné
en 'Génesis, en la mente del asesino'

Lo tiene todo (o casi) para seguir la estela de calidad y éxito de series como ‘CSI’ o ‘Mentes criminales’, salvando las distancias, eso sí: una cuidada realización, una fotografía muy adecuada y con la clase suficiente para historias policíacas y unos guiones bien construidos que recogen tramas interesantes que no se pisan entre sí. Es decir, hay buenas historias que contar, se cuentan bien, se compaginan y coordinan adecuadamente y encima hay un aprovechamiento de medios francamente digno.

Como ejemplo, el episodio de este domingo: ‘Secuestro’. En él se abrían dos caminos, dos casos muy diferentes pero de igual interés. En el primero, un niño diabético desaparecía de su casa en ausencia de sus padres (José Luis Torrijo y Chusa Barbero –la que fuera la doctora Susana Cortés en ‘Hospital Central’–), lo que obligaba a Mateo (Pep Munné), Julián (Enrique Arce), Seca (Roger Coma) y Daniel (Quim Gutiérrez) a trabajar con la presión de saber que el chico entraría en coma de no ser encontrado a tiempo. A la lista de sospechosos se iban sumando indicios extraños que acababan desviando las miradas de puertas para adentro. En el segundo de los casos, Alex (Fanny Gautier) y Sofía (Juana Acosta) se encargaban de un misterioso atropello en el que no había rastro de las ruedas del vehículo que había causado la muerte a un ciclista.

El desarrollo de los dos argumentos estaba muy bien llevado por los guionistas (el episodio del domingo lo firmaban Diego Sotelo y José Luis Latasa), aunque quizás al conjunto le sobrase ese aire un tanto sombrío que se suele respirar en la serie. Puede que sea ese tono a ratos demasiado formal y correcto el que aparta de la producción a ciertos espectadores que van en busca de algo más vivo en apariencia. Pero es cierto que de darle esa primera, segunda o tercera oportunidad (si bien a veces en demasiado pedirle al espectador televisivo), ‘Génesis’ no defrauda y se revela como una serie mucho más emocionante de lo que pueda parecer a primera vista. Por otro lado, pedirle que deje de lado uno de sus sellos de identidad sería injusto. Para colores y fuegos artificiales ya están otras series, aunque precisamente por ser diferente ‘Génesis’ puede estar en peligro. Es cosa de la televisión que tenemos hoy.

El reparto es uno de los puntos que no alcanzan claramente el nivel adecuado como para mitigar las comparaciones maliciosas respecto a ‘Mentes criminales’ o ‘CSI’ (versión Las Vegas, porque cualquiera de los miembros del reparto de ‘Génesis’, aun en el peor de sus días, podría con David –‘CSI Miami’– Caruso).

Fanny Gautier (‘Al filo de la ley’) y Juana Acosta (‘Diario de un skin’) son dos buenas actrices por separado, pero juntadas y manejadas como vehículos para introducir esa vieja fórmula de “esforzada trabajadora hace vida imposible a enchufada” ambas salen dañadas. Las dos están más falsas de lo que suelen, aunque continúen tan radiantes de cara como siempre. Las posibilidades que ofrecen dos actrices como ellas no son explotadas con frases tan oscura y criminalmente cortantes como “me imagino que sabes que te tienes que poner guantes para tocar pruebas, ¿verdad?” y “hasta que no venga el juez y levante el cadáver prefiero no tocar nada”. ¿Lucha psicológica? Sí, y tan violenta como suena. ¡O más! En fin...

Los guionistas sí están acertados con el resto de personajes, pero los actores que los interpretan ofrecen un rendimiento desigual. Enrique Arce y Roger Coma no destacan precisamente, aunque Pep Munné lo hace bien. Interpretado por este último, Mateo toma forma de poli serio, seco y aparentemente implacable pero que ocasionalmente demuestra tener un ojo puesto en los demás (“¿por qué no te tomas la tarde libre? [...] Te acabas de meter un bisturí en el bolsillo [de la camisa]”, le decía el otro día a una afectada Laura, interpretada por la correcta Sonia Almarcha).

Quim Gutiérrez, reciente (y merecido) ganador del Goya al mejor actor revelación por ‘Azuloscurocasinegro’, resulta interesante de ver en la piel de hermano y compañero del protagonista. El actor catalán le da a su personaje una elegancia y frescura agradables que le hacen mucho más merecedor de esa legión de fans que se está formando a su alrededor que a otros jóvenes actores como Fran Perea (en su época de Serrano) o Hugo Silva (‘Los hombres de Paco’).

Como decía, en la lista de producciones made in Spain que han seguido los pasos marcados por ‘CSI’ & Co, ‘Génesis’ es la más notable. Supera a las tramas de Zutoia Alarcia en ‘El comisario’, a otras series supuestamente policíacas que no estoy dispuesto a volver a mencionar y, por supuesto, a aquel fallido intento de CSI español que fue ‘Jugar a matar’ (Isidro Ortiz, 2003), con Andoni Gracia, Juan Fernández y Lucía Jiménez.

Respecto a su calificación por edades, hay que decir que ‘Génesis, en la mente del asesino’ lleva su +13 al extremo con escenas como esa en la que el pasado domingo se descubría la verdad sobre el atropello. Pero comenzando a emitirse a las 21:30 la serie de Cuatro permite, además de disfrutar de una ficción elaborada y de categoría, irse a la cama temprano. Una buena manera de despedir la semana.

sábado, 3 de febrero de 2007

Crítica | AQUÍ NO HAY QUIEN VIVA; Aquellos maravillosos episodios

El caso de ‘Aquí no hay quien viva’, la serie de José Luis Moreno, es un buen ejemplo a la hora de ilustrar la importancia de la paciencia en el medio televisivo. El nerviosismo patológico de los programadores se ha llevado ya tantas series por delante que de ponerme a confeccionar una lista de víctimas me podrían salir ojeras. Antena 3 TV tuvo el acierto de dar más de un par de oportunidades o tres a esta comedia de enredo y acabó viéndola convertida en su buque de salvación, durante temporadas la única arma efectiva a su alcance para hacer frente a la artillería pesada de Telecinco (‘Los Serrano’, ‘Hospital Central’). Ahora que la cadena de Fuencarral se ha hecho con parte de la productora de Moreno y que los guionistas y actores se han pasado al canal que un día fue la competencia, una nueva versión de la serie está ya en marcha, en plena grabación o a punto de comenzar. Se titulará ‘La que se avecina’, y les va a llevar mucho trabajo superar o siquiera igualar la original, que se reemite ahora de lunes a viernes en Antena 3 a las 16:00.
Los miembros del reparto de 'Aquí no hay quien viva'
en la tercera temporada

Las continuas repeticiones de la serie han acabado por cansar a muchos espectadores, y no es para menos. Pero lo cierto es que ‘Aquí no hay quien viva’ llegó a alcanzar niveles de calidad e ingenio en sus guiones dignos de mención. La prueba de ello es el capítulo emitido ayer, ‘Érase un canario’.

En el episodio, el excelentísimo presidente de la comunidad de Desengaño 21, Juan Cuesta (el estupendo actor y doblador José Luis Gil), se veía obligado a cuidar del canario del director de su instituto (Manuel Galiana). Una labor de apariencia tan mundana se tornaba en toda una aventura surrealista en la loca comunidad de vecinos. Pronto la hermana del bueno del señor Cuesta, Nieves (una a menudo desaprovechada Carmen Balagué, obligada a ser el espíritu de Loles León), comenzaba a obsesionarse con el cuidado del bicho, y entre los vecinos cundía el pánico ante el canto del molesto animal. En una de las escenas más disparatadas, las chicas de oro (las veteranas Mariví Bilbao, Gemma Cuervo y Emma Penella) o “la yihad maruja”, como se refería a ellas Diego (Mariano Alameda) en el episodio de ayer, intentaban envenenar al canario jeringuilla en mano, “La Hierbas” (una chispeante Isabel Ordaz) intentaba acabar con él acatarrándolo con un ventilador y la pareja formada por Belén (Malena Alterio) y Emilio (Fernando Tejero) intentaba pescar la jaula con una caña desde pisos más arriba. Un caótico pero muy logrado divertimento.

Es cierto que los niveles de caos pasaron a ser algo molestos con el avance de las temporadas. La marcha de algunos de los actores que mejor habían funcionado en sus personajes unida al palpable cansancio general del equipo por las tan comentadas y agotadoras jornadas de trabajo a las que se tenían que enfrentar, acabaron por hacer mucho daño al conjunto. Pero ahí quedan ‘Érase un canario’ y otros episodios como ‘Érase una fiesta’, ‘Érase un sueño erótico’, ‘Érase un caos’ o ‘Érase una grieta’. Pequeñas joyas del entretenimiento.

La marcha de algunos actores muy asentados le hizo daño a la serie, en efecto, pero sobre todo se la hizo a los espectadores. Aunque, una vez más, nadie podrá borrar de los capítulos en los que participaron a profesionales como Loles León (divertidísima en la piel de Paloma Cuesta en las dos primeras temporadas, papel que le valió un Fotogramas de Plata), que acabó “cayéndose” de la serie, y nunca mejor dicho, María Adánez (que pocas veces ha estado tan acertada en sus interpretaciones como lo estuvo protagonizando esta serie), Laura Pamplona o Diego Martín (entrañablemente patético en la piel de Carlos).

Incluso los actores episódicos estaban elegidos con acierto mayúsculo. En ‘Érase un canario’ aparecían Mariano Alameda (‘La noche de los girasoles’), una hiperactiva y tronchante Marta Belenguer (‘Camera café’, ‘7:35 de la mañana’), el veterano Manuel Galiana, César Camino (‘Hospital Central’, ‘Agitación + IVA’), Kike Díaz de Rada y Carla Pérez, una habitual de la publicidad en televisión. Otros de los más destacables invitados a lo largo de las temporadas fueron Vicenta N’Dongo, María Luisa Merlo, Jaime Ordóñez (ese divertido señor calvo que escopeteaba sus explicaciones técnicas a velocidad de vértigo dejando de piedra a las señoras del 1ºA), la graciosísima Amparo Pacheco, Enrique Navarro, Alberto Maneiro y Elisa Matilla.

También es cierto que hubo actores que nunca llegaron a encajar del todo en sus papeles (Santiago Ramos, en un papel de muy poca consistencia como él bien ha dicho en más de una ocasión; Daniel Guzmán, repetitivo y a veces cargante en un papel que le obligaba a hacer el tonto más de la cuenta; Sofía Nieto, una mala actriz) y que algunos actores que funcionaban acabaron dando vueltas sobre sí mismos sin llegar a ningún lado (es el caso de Malena Alterio y Fernando Tejero jugando al “te quiero - dejo de quererte - te vuelvo a querer pero no dejo de gritarte”), aunque pesan al final más los logros que los errores.

Ahora se dice que Tejero, el portero más famoso de la tele, y Luis Merlo, otro de los más carismáticos actores que pasaron por ‘Aquí no hay quien viva’, tampoco estarán en ‘La que se avecina’. En un canal como Telecinco, con programadores con los nervios a flor de piel, programadores neurasténicos, enfermos pero de veras, los responsables de esta nueva versión tienen buenos motivos para estar nerviosos. O los guiones están realmente trabajados o las termitas volverán a hacer de las suyas con el nuevo edificio. Y desde fuera (al menos por lo que a mí respecta) miraremos con lupa.

viernes, 2 de febrero de 2007

Crítica | PARA ENTRAR A VIVIR; Aquí sí que no hay quien viva

Poco ha durado la “valentía” de Telecinco. Dos episodios emitidos de ‘Películas para no dormir’ y, a falta de otros cuatro por ser estrenados, hoy ya ha programado en su lugar la película ‘El jurado’ (‘The Runaway Jury’), con John Cusack, Gene Hackman y Dustin Hoffman. Sin duda será un valor más seguro respecto a audiencias, lo que demuestra que valentía hubo poca en la decisión de Telecinco de embarcarse en el proyecto de Chicho Ibáñez-Serrador y compañía. Un negocio, así es como lo entendieron. Y ahora, por desgracia y viendo los datos cosechados por las dos primeras entregas, se trata de un negocio fallido a ojos de la cadena. Pero ‘Para entrara a vivir’, de Jaume Balagueró, se salvó de seguir metida en un cajón. Eso ya no nos lo quita nadie.
Ruth Díaz y Macarena Gómez
en 'Para entrar a vivir' (Jaume Balagueró, 2007)
Clara (Macarena Gómez, ‘El calentito’) y Mario (Adriá Collado, ‘Aquí no hay quien viva’) se enfrentan a la dura tarea de encontrar un piso en el que poder formar una familia (que ya está en camino) en condiciones. “140 metros, 3 dormitorios, 2 baños, muy luminoso, ¡oportunidad única! ... La tía de la agencia nos espera, nos ha prometido que somos los primeros en verlo”. Es lo que le dice el inocente Mario a su desganada pareja. “Esta vez tengo una corazonada”.

Clara no tendrá demasiadas oportunidades para echarle en cara su no muy brillante olfato, pero no sería para menos.

El piso al que se dirigen está en las afueras, en una zona “tranquila” según palabras de esa joya de marido (¿?) que está hecho Mario, pero deprimente para cualquier otra persona en sus cabales. “¿Tú te crees que esto es un barrio para vivir?”, pregunta Clara al ver el panorama a través de la ventanilla del coche: zona de polígonos industriales, parcelas en ruinas, coches abandonados y un tufillo a viejo y dejado que parece que llegamos a oler desde el otro lado de la pantalla. Por desgracia para la embarazada, para cuando suelta lo de “pero Mario, ¿tú has visto esto? Esto es una mierda”, la “tía de la agencia” (Nuria González, ‘Los Serrano’) ya está golpeando el cristal del automóvil para hacerles bajar y mostrarles esa “oportunidad única”.

La joven pareja comienza entonces a tener razones de más para asustarse. La propietaria del inmueble (un edificio inusualmente imponente para las afueras de una ciudad) habla de esa cosa destartalada y horrible como si fuese la ganga del siglo. Habla de unas ventajas que jamás se podrían soñar en un sitio así, de otros vecinos “enamorados” del lugar, de lo feliz que se puede ser en ese cuchitril... El asunto podría tomar forma de comedia, pero Balagueró y su co-guionista Alberto Marini miden el ritmo, la atmósfera y los diálogos con cinta métrica, y antes de que pueda aparecer una sonrisa en nuestros rostros, el personaje de Nuria González ya se ha delatado como una loca de campeonato: “bienvenidos a casa”, les propina a los tortolitos. ¿Pero no estaban simplemente echando una ojeada?

Cuando Clara explota ante los desvaríos de la mujer (“este piso es una mierda y no nos gusta”), se abre la caja de los truenos. A partir de ahí todo son terribles ataques (sobre todo hacia el personaje de Collado) y violencia a manta, pero mucho mejor utilizada y más de acuerdo con el contexto que en ‘La habitación del niño’ de Álex de la Iglesia.

Esta segunda entrega de ‘Películas para no dormir’, estrenada el día 19 de enero a las 22:45 en Telecinco, es todavía más entretenida que la primera, pero su verdadero logro reside en que supera las barreras del entretenimiento para llegar a ser escalofriante. Es un telefilme brutal con escenas turbadoras, como son el caso del episodio con la trituradora (aunque se vea venir es uno de los momentos más impactantes y espeluznantes que nos ha dejado nuestra televisión en años) o la del ascensor, capaz de destrozarle los nervios a cualquiera.

Es una pena que la duración sea tan corta (apenas 65 minutos, con lo que podría decirse que se trata de un “mediometraje para no dormir”), pero eso no impide a este Balagueró en estado de gracia crear una atmósfera malsana y asfixiante, que asusta y deprime a partes iguales.

No se le escapa nada al cineasta catalán. El autor de ‘Darkness’ y ‘Frágiles’ se las ingenia para acelerar el pulso del espectador, manteniéndolo en constante alerta hasta ese terrible final, que aunque no sea una sorpresa redonda puede presumir de dejar muy mal sabor de boca, lo que es un logro en este tipo de historias. Este retorcido y malvado desenlace sí recuerda (aunque con un sello personal, moderno y rompedor) a los finales de las ‘Historias para no dormir’ de Ibáñez-Serrador.

Balagueró también se las ingenia para sacar unas interpretaciones muy logradas a sus protagonistas. Macarena Gómez, pareja del director en la vida real, está estupenda en la piel de esa víctima desesperada (que no desvalida) y Nuria González, insuperable, construye una villana desequilibrada (con toques de perversa ironía) que ya se ha ganado un puesto de honor en la galería de las mejores malas de televisión. El pobre Adriá Collado, entre tan complicada competencia, se ve bastante eclipsado en ese papel de saco de boxeo al que todo el mundo vapulea.

Una pieza maestra de televisión la que nos deja Jaume Balagueró. Esperamos su vuelta a este medio, y esperamos la vuelta de ‘Películas para no dormir’.

jueves, 1 de febrero de 2007

Crítica | LA HABITACIÓN DEL NIÑO; Entretenimiento superior (aunque atropellado)

‘Historias para no dormir’, la serie de suspense y terror de Chicho Ibáñez-Serrador, es una de las piezas de ficción más recordadas de la historia de la televisión española. Algunos de los episodios de aquella, ‘El asfalto’ entre ellos, son verdaderas joyas de la pequeña pantalla, a las que hay que añadirles el mérito de haber nacido en una época en la que no había una industria del entretenimiento tan asentada como la hay hoy. Cuatro décadas después, sigue habiendo algunos inconvenientes a la hora de crear ficción de calidad (entonces faltaban medios, tradición y experiencia, y ahora sobran competencia, codicia y audímetros), pero esto no impide que de vez en cuando alguien nos sorprenda bastante gratamente.

El ciclo de ‘Películas para no dormir’, coordinado por Ibáñez-Serrador y co-producido por Filmax y Telecinco, se estrenó el día 12 de enero sobre las 22:45 en la cadena de Fuencarral con el supuesto propósito de recuperar la esencia de la mítica serie de TVE. A juzgar por el primer telefilme, ‘La habitación del niño’, las expectativas se han cumplido sólo a medias en ese sentido, pero en su conjunto valió la pena acercarse a comprobar qué es lo que tenían que ofrecer.

Los nombres implicados en el proyecto imponen bastante para tratarse de una producción para la televisión: Álex de la Iglesia (‘El día de la bestia’, ‘La comunidad’) en la dirección; Javier Gutiérrez y Leonor Watling protagonizando la cinta; María Asquerino, Asunción Balaguer, Sancho Gracia y Antonio Dechent secundando a los anteriores, y Roque Baños a cargo de la partitura. Y aunque los nombres de peso no son sinónimo de éxito (que se lo digan si no a Milos Forman, Javier Bardem y Natalie Portman, director y protagonistas de la reciente y penosa ‘Los fantasmas de Goya’), no es a ellos a los que cabe sacarles más fallos.

El problema está sobre todo en el guión (del propio director, con Jorge Guerricaechevarría), que se pasa a ratos de ingenuo (olvidando en cierta medida que los espectadores de estas nuevas historias no son los mismos que se asustaban con sólo oír un susurro o ver a un señor más pálido de lo normal) y a ratos de excesivo. A juzgar por la historia contada –el hombre que llega a su nuevo hogar junto a su mujer y comienza a ver más cosas de las que quisiera con ese moderno “escuchador” de bebés– y por la forma de desarrollarla, parece acertado pensar que nos querían narrar algo tirando a clásico introduciendo elementos modernos y más violencia, sin dejar escapar algunos de los puntos más recordados de la clásica serie de Ibáñez-Serrador (el final con sorpresa, por ejemplo).

El problema es que el guión se coloca entre demasiados mares en su intento de combinar lo nuevo con lo antiguo, y al final falla en todo un poco: por un lado, el comienzo de la historia resulta algo confuso (algo peligroso en televisión, y más en un canal como Telecinco, donde uno se la juega en la batalla por las audiencias como bien saben los responsables de ‘Vientos de agua’); por otro lado, la violencia está utilizada de forma exageradísima y casi risible en algunas escenas (el enfrentamiento entre la pareja en las escaleras parece casi una sátira), y tampoco el final con sorpresa es tal, ya que resulta uno de los puntos más decepcionantes y predecibles (y recuerda demasiado a ‘La habitación blanca’, de Antonio Mercero).

Otro de los errores es el ritmo excesivamente vertiginoso de la acción. Después de una confusa primera escena, la historia comienza lo que parece ser una verdadera carrera contrarreloj en la que cualquier segundo sin diálogo o movimiento es fruto de la imaginación del espectador. Ir al grano está bien, pero acabar sudando de las prisas tampoco es lo ideal. Mejor hubiese sido hacer un telefilme de los habituales 90 minutos, con una atmósfera más efectiva y terrorífica, que hacer uno de 70 atropellados. De todos modos, si algo está claro es que nadie que le de una oportunidad a ‘La habitación del niño’ se aburrirá.

A la hora de repartir las notas a los actores implicados, se puede empezar diciendo que todos los secundarios (tirando a reparto) están bien, todos en su sitio. Javier Gutiérrez y Leonor Watling, en cambio, no son demasiado creíbles como pareja. Él (que ya había trabajado con el director en la divertida ‘Crimen ferpecto’) le pone ganas y funciona bien en las escenas de tensión, pero flaquea bastante en las pocas escenas de carga dramática a las que se enfrenta. Ella (que no se dejaba ver en televisión desde ‘Raquel busca su sitio’, en 2000) ofrece una interpretación sin chispa, estando más cercana a la función de elemento decorativo que a otra cosa.

Por lo demás, ‘La habitación del niño’ guarda en su corta duración algún que otro susto bien dado, alguna que otra escena breve, fugaz, casi tirando a flash y alguna que otra imagen impactante que ilustra bien la razón de su calificación para mayores de 18.

Cabría decir, por tanto, que estas ‘Películas...’ no parece que vayan a servir para resucitar la esencia de aquellas ‘Historias...’ (seguramente será imposible lograr algo así a día de hoy), pero nadie podrá discutirles (no al menos a esta primera entrega) el ser un entretenimiento llamativo y superior. Por de pronto no nos han impedido dormir, pero en absoluto nos han empujado a ello.

(Foto: Javier Gutiérrez y Leonor Watling en 'La habitación del niño')