lunes, 25 de diciembre de 2006

Crítica | UN LOCO A DOMICILIO; Jim Carrey, tu peor enemigo

Las razones que llevaron a Diane Baker (‘El diario de Ana Frank’, ‘Marnie, la ladrona’) a participar en semejante papel en ‘Un loco a domicilio’ (ayer a las 14:25 en Cinemanía) serán un misterio hasta el día de su muerte. Aunque ninguno de los papeles que ofrecía el guión de Lou Holtz Jr. merecía realmente la pena: ni el de “hombre del cable” desequilibrado ni el de víctima atontada logran llevar por un camino más definido esta fallida... ¿comedia? ¿thriller? ¿comedia negra? En fin, esta fallida película.
Matthew Broderick y Jim Carrey
en 'Un loco a domicilio' (Ben Stiller, 1996)
Matthew Broderick interpreta a Steven, un hombre que acaba de mudarse a su propio piso tras romper con su novia (Leslie Mann) y que una de las primeras cosas que hace al instalarse es llamar al “hombre del cable”. Eso de ocuparse de la televisión antes de tapar otros agujeros es muy importante para el mensaje de la película, aunque el guión no sepa hacer hincapié en ello: ¿qué lleva a un hombre a preocuparse tanto por algo como la tele (siendo ésta para él un simple entretenimiento) antes de ordenar otras cosas en su vida que parecen más prioritarias? Algo va muy mal en nuestra sociedad y la televisión ha sido empujada a cumplir unos papeles que le vienen muy grandes: divertirnos, hacernos desconectar de nuestros problemas, hacernos compañía y, lo más grave, educarnos. A éste último punto parece querer llegar ‘Un loco a domicilio’ (‘The Cable Guy’), pero lo hace muy pero que muy torpemente.

Volviendo a Steven y su desagradable aventura, ese hombre de la compañía del cable llega y no es otro que Jim Carrey haciendo de Ace Ventura cuando no toca. ¿Qué pretendía la película? Divertir por encima de asustar, poner nervioso por encima de entretener... No queda claro en ningún momento del filme. El caso es que el técnico no es un profesional al uso: es un hombre gritón, gesticulante y payaso que tan pronto se pone a acariciar la pared como a susurrar las mayores tonterías que caben en un diccionario. Pero la cosa no queda ahí, pues lo que empieza como una visita se convierte en una especie de persecución. Pronto Steven se ve huyendo de ese desequilibrado que pretende convertirlo en su amigo inseparable, aunque la película nunca llega a aprovechar la situación. Lo ideal hubiese sido que el hombre empezase por hacer gracia (cosa que no logra Carrey en ningún momento) para pasar poco a poco a ser inquietante (cosa que tampoco logra en absoluto el histriónico actor), pero la película quiere darlo todo de golpe y al final no nos da nada de nada.

Carrey intenta dar pena haciendo de solitario (“¿de verdad quieres saber mi nombre?”), sonar agradecido (“tú me has dado algo muchísimo más valioso, tu amistad”) y asustar (le deja 9 mensajes estilo “maníaco” al protagonista en el contestador que más bien parecen piezas de ‘El club de la comedia’) sin renunciar a esa forma de hacer comedia tan molesta que tiene. No consigue hacer que el espectador le comprenda y tampoco consigue asustar, pero lo peor es que ni siquiera divierte, con lo que su interpretación es la nada absoluta. Y no es que sea un mal actor (‘El show de Truman’, ‘¡Olvídate de mí!’), pero Jim Carrey ha demostrado en demasiadas ocasiones que puede ser uno muy insoportable.

Matthew Broderick (‘Election’), por su parte, se pasa la película con cara de incredulidad, demasiado baja en intensidad para el pedazo de loco que tiene delante. Si lo que pretendía era servir de contrapeso a la exageración de Carrey debería haber medido más la fuerza que ponía en su empeño, porque lo suyo fue cargar en exceso hacia el extremo opuesto. Pero lo peor llega cuando el actor intenta imprimirle un toque cómico a su interpretación: hombre apagado y aburrido... pero divertido. O eso quería Broderick.

El resto de actores son: Jack Black, correcto como amigo del (cuerdo) protagonista; Owen Wilson, sin (buenas) novedades; Leslie Mann, aburrida en la piel de la amada del (cuerdo) protagonista; Diane Baker, en un papel que le exige decir poco más que ‘teta’ y ‘pezón’; y por último están el propio director, Ben Stiller, y Eric Roberts (“hermano de-”) montando una juerga paralela al argumento dentro del televisor para ridiculizar el trato sensacionalista que recibe la información en televisión.

Las intenciones eran buenas por lo visto (la escena en la que descubrimos que el personaje de Carrey fue en su infancia el hijo de una mujer que siempre estaba “yendo de copas”, un niño que soñaba con tener un hermano y que pasaba sólo ante la tele demasiado tiempo, es una escena que viene a decirnos que algo querían contar), pero para hablar sobre los peligros de una sociedad dominada/transformada por la televisión no había que meter tantas tonterías de por medio (la lucha entre caballeros medievales, la sonrojante sesión de karaoke, el juego “picante” tras la comida familiar...), pues todas ellas juegan en contra de la tensión que pudo haberse construido.

La tv-movie ‘El televisor’ (Chicho Ibáñez-Serrador, 1974) divertía más, asustaba más, tenía interpretaciones inmensamente superiores y era mucho más clara a la hora de pintar la televisión como algo peligroso. Y es sólo un ejemplo, pero los habrá a miles.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jim Carrey es dios, es un tio ke simplemente x salir en una pelicula hace gracia, no se como te atreves a soltar esas barbaridades sin pensar en lo ke estas diciendo... no necesita demostrar nada.. actor mejor pagado durante muchos años... da igual como actue, solo tiene ke estar ahi y hacer lo que mejor sabe hacer.. ser el mismo.
Me siento ofendido con tu critica.
ERES UN PATAN.