lunes, 4 de diciembre de 2006

Crítica | COSAS QUE HACEN QUE LA VIDA VALGA LA PENA; Reír o llorar, o ninguna de las dos

En lo que parece un intento de mezclar drama y comedia, Manuel Gómez Pereira realizó ésta película, ‘Cosas que hacen que la vida valga la pena’, que se emitió ayer a las 22:00 en Cinemanía 2. No es un original descubrimiento, por mucha voz en off que tenga (de tono bastante apagado, por cierto), aunque sí se aleja en cierto modo de lo habitual en el cine español. Lo malo es que los elementos que forman el filme están mal combinados, y mientras algunos puntos no aparecen suficientemente desarrollados, otros están fuera de lugar.
Eduard Fernández y Ana Belén
Un día en la vida de dos personas cercanas a la mediana edad. Es básicamente lo que cuenta la película de Gómez Pereira. Jorge (Eduard Fernández) es un parado de los que, a pesar de cargar sobre su espalda con un drama importante, parece dispuesto a ver cambiar las cosas. Sólo así se explica su empeño en que un hecho sin importancia pueda significar un giro en su existencia. En la línea de la Audrey Tautou de ‘Largo domingo de noviazgo’ (Jean-Pierre Jeunet, 2004), Jorge dice cosas como ésta para sus adentros: “si encuentro una moneda antes de llegar a la esquina eso es que hoy va a cambiar mi suerte”. Por supuesto la encuentra, comienza a sonar 'Hoy puede ser un gran día' de Joan Manuel Serrat y en unos momentos se cruza en su camino Hortensia (Ana Belén).

Ella es otra mujer entrada en edad, divorciada y algo solitaria. Toma valerianas para dormir, organiza fiestas de cumpleaños como una madre ejemplar, dice creer en Dios a su manera y conduce a velocidad de mamá homicida. Hortensia es una mujer con no pocas contradicciones en su comportamiento, se pasa la vida manejando en su cabeza datos como que “un 70% de la gente sólo se enamora una vez en la vida” y, aunque dice de Jorge que es bajito y está en paro y no descarta la posibilidad de que se trate de “un sádico”, se duerme en su hombro en el cine a la primera ocasión. Más tarde vienen una comunión, un baile en el lujoso banquete de bodas, la parte trasera de un coche y otras cosas que los protagonistas parecen vivir como experiencias únicas pero que se terminan haciendo bastante pesadas para el espectador.

‘Cosas que hacen que la vida valga la pena’ se debate entre contarnos el drama de dos personas adultas que no tienen otra que ver a dónde les lleva su extraña relación y, por el contrario, hacer que nos tomemos el asunto como una comedia, poniendo el acento en cosas como un chino cantando en una boda (algo que parecen considerar que resultará divertido por sí solo) o los andares de borracho de un personaje. El problema es que no se nos deja tiempo para llegar a conectar con los protagonistas, con lo que no podemos identificarnos con la parte dramática, y tampoco nos ofrecen una base cómica demasiado sólida, dejando todo chiste en pura excepción. Al final, todo aparece mezclado de tal forma que el espectador ya no sabe muy bien si reír o llorar, y acaba no haciendo ninguna de las dos. Y es verdad que no es algo mil veces visto, no es el tipo de película que encontremos al doblar cada esquina, pero tampoco es lo suficientemente diferente o especial como para que deseemos hacerlo.

Ana Belén (que aparenta mucho menos de los 53 años que tiene en ésta película) y Eduard Fernández son dos actores que se hacen muy disfrutables de ver trabajando, pero en esta ocasión ella no parece lo suficientemente cómoda o preparada en escenas que le requieren romper el tono tranquilo que reina en la película, por lo que en momentos como el del “accidente” con los niños del bar la cosa parece írsele de las manos. Tal vez sea un cambio muy brusco el que tiene que hacer, pero esa no es excusa para bajar la guardia. En cualquier caso, ambos intérpretes se erigen con facilidad en lo más destacable de la función.

‘Cosas que hacen que la vida valga la pena’ funciona sólo hasta el nivel de modesto entretenimiento. Toda pretensión que fuese más allá de ese punto no se ha visto cumplida, ya que una comedia romántica o dramática como la que, suponemos, quisieron hacer, no puede permitirse tener momentos tan rematadamente poco acertados (más allá del mal gusto) como ese en el que uno de los personajes habla y ríe, borracho perdido, frente a un chico que permanece en coma en parte por su culpa. Tampoco hacen gran favor personajes como el de Rosario Pardo, haciendo de la típica amiga lanzada cuya mayor aportación a la película es la frase “hay que follar”, y las canciones de la banda sonora, aunque apreciables, no acaban de encajar. Es cierto que la película de Manuel Gómez Pereira tiene sus golpes (cualquiera de los momentos que implican a José Sacristán), pero el conjunto es una sosada de cuento, un filme con buenas intenciones y un resultado amable cuando mejor.

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