No les faltó valor a los responsables de “Fago” al decidirse a poner en marcha una miniserie inspirada en hechos reales que vería la luz en una cadena española. Primero, porque parece que los espectadores españoles sólo estamos acostumbrados a la producción nacional en forma de serie televisiva; segundo, porque no sería la primera vez que un juez levanta la emisión de un producto basado/inspirado en hechos reales (ahí está el caso “Sin hogar”, telefilme protagonizado por Mar Regueras que cayó en manos de un juez que vio en él peligrar su reputación y del que nunca más se supo), y tercero, porque este hecho en particular no era precisamente terreno llano.
Joaquín Notario y Jordi Rebellón
en la miniserie "Fago" Pero se tiraron a la piscina, y el resultado es la miniserie que emite La 1 los lunes a las 22:00. Es un producto que ronda la media de calidad técnica de la mayoría de ficciones españolas, aunque quizás sea algo más modesta. El tratamiento de la historia, por otro lado, es más cuidadoso y respetuoso de lo que cabía esperar, aunque no llegue a enganchar ni sorprender.
La historia que cuenta “Fago” es la misma que saltó a los medios en invierno de 2007. Un hombre fue encontrado muerto en las inmediaciones del pueblo del que era alcalde, en el Pirineo de Huesca. Había recibido múltiples disparos en lo que parecía una emboscada. Pronto se dieron a conocer los detalles de su relación con parte de la población del municipio, un festival de rencillas y odios que apuntaban a una venganza. Un guarda forestal (y declarado enemigo del alcalde) fue detenido tras confesar el crimen. Después se detractó. El caso está aún pendiente de juicio.
Es un caso desagradable, que nos viene a recordar hasta qué punto podemos llegar a ser primitivos los humanos, en este primer mundo tan desarrollado. Si la miniserie ofrece un retrato completamente fidedigno de las figuras de los dos principales implicados es algo que dará pie a distintas interpretaciones, pero a mi juicio, el alcalde interpretado por Jordi Rebellón y el guarda forestal de Joaquín Notario (“El comisario”) son al menos personajes creíbles y mundanos.
El primero se nos presenta como alguien quizás demasiado apasionado a la hora de defender sus posturas, un alcalde que ha fracasado en su intento de ser el representante del conjunto de un pueblo. Tras “Hospital Central”, Rebellón se mete de nuevo en la piel de un hombre en medio del respeto de algunos y el odio descarnado de otros muchos.
El segundo en cuestión, que lleva el nombre de Eugenio Riaza en la ficción, es una figura bastante más enigmática. Intenta camuflarse entre la gente que frecuenta el bar del pueblo (que se ha convertido en el cuartel de ese bando) para pasar como otro adversario más del alcalde, pero el juego de miradas hostiles y los diferentes flashbacks pronto colocan a Eugenio en el centro de nuestras miradas. Para cuando nos queremos dar cuenta, estamos buscándolo a cada instante entre la multitud, en el paisaje...
En cualquier caso, la miniserie no apunta maneras de ser el típico relato maniqueo en el que el bueno es todo sonrisas y buenas intenciones, de entrada un sufridor cuyas acciones no discutiremos en ningún momento, y el malo, por el contrario, el compendio de todas las maldades. El guión no llega tan lejos a la hora de dibujar a los personajes. Hubiese sido un error hacerlo.
Todo es más sutil y complejo, lo que no quiere decir que el asesinato no se intente narrar como la calculada salvajada que fue en la realidad. En el primer episodio, cada una de las pesadas piedras que el asesino había colocado en medio de la carretera (con el fin de hacer parar y salir de su coche a la víctima) significaba un plus de frialdad y falta de perspectiva, un paso más lejos de la razón.
No es de buenos y malos ni de colores políticos (por más que las siglas del partido al que pertenecía el alcalde –en la ficción y en la realidad– aparezcan en pantalla en algún momento) de lo que viene a hablarnos “Fago”. Es más bien un relato sobre la convivencia y una especie de aislamiento psicológico que puede llegar a convertir un círculo de rencores y odios en un universo en sí mismo fuera del cual los personajes se vuelven incapaces de ver nada.
“Fago” debería haber acentuado más el sentimiento de aislamiento que el propio escenario podía llegar a sugerir, con el intermitente temporal y las montañas rodeándolo en todo momento. Al final, las vistas aéreas del pueblo y demás exteriores donde se ha rodado la serie tienen demasiado de bucólico y la bonita partitura de Francesc Gener no hace sino empeorar las cosas en este sentido.
La dirección del veterano Roberto Bodegas, que se presta a continuos y llamativos exámenes a lo largo de la miniserie (como en la mal coreografiada escena de pelea tras el frustrado minuto de silencio del primer episodio), no tiene demasiado de destacable. El equipo formado por Antonio Onetti (guionista que ha demostrado su buen hacer en productos como “Diario de un skin” o “Amar en tiempos revueltos”) y Sergio Espí Rubio (que tiene un currículum con menos brillo en el que caben cosas como “Círculo rojo”), por su parte, ha quedado más descompensado de lo que cabría haber esperado.
La pregunta de tantos y tantos fans de “Hospital Central” y del doctor Vilches será si “Fago” pertenece a Jordi Rebellón, por así decirlo. La respuesta es no. El actor catalán no logra destacar ni dotar de la fuerza suficiente a su personaje, como tampoco lo hacen Joaquín Notario ni la mayor parte de los secundarios (Ivan Hermés, Octavi Pujades, Ana Goya, Jacobo Dicenta –hace poco en “Desaparecida”– y Manolo Caro son algunas de las caras más conocidas). Tan sólo la sincera interpretación de Mar Sodupe como la mujer del alcalde merece algo más de atención.
El bien y el mal absolutos, por tanto, no tienen en “Fago” su enésima cita, como les hubiese gustado a algunos, pero tampoco es éste un suspense de demasiados quilates.
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