Puede que estemos ante un hecho histórico: por primera vez, que yo recuerde, un telefilme de la casa Lifetime no manipula al espectador ni insulta su inteligencia. “Esa tontería llamada asesinato” (“A Little Thing Called Murder”), que se emitió ayer a las 17:30 en Canal+, es una astuta mezcla de comedia negra y docudrama, un divertimento con ritmo y con una interpretación central (de Judy Davis) que pasará a la historia reciente de la ficción televisiva como una de las mejores y más premeditadamente sobreactuadas.
Judy Davis y Jonathan Jackson
caracterizados como Sante y Kenny Kimes El canal norteamericano Lifetime puso, por una vez, uno de sus proyectos en buenas manos. El director es el también actor Richard Benjamin (“Esta casa es una ruina”, “Sirenas”), que últimamente no andaba muy inspirado tras las cámaras pero del que no se puede negar que tiene experiencia y bastante buena mano. Los protagonistas son Judy Davis (ganadora de tres Emmys) y una joven promesa, Jonathan Jackson, salido de la cantera de la telenovela estadounidense “General Hospital”.
El resultado es un entretenidísimo telefilme que no depara retratos maniqueos de perfectas familias destruidas por depredadores sexuales, vecinos acosadores o niñeras psicópatas. Está basado en hechos reales, pero tiene el acierto de dosificar los lloros y dar protagonismo a la comedia. Trata sobre dos personas inmorales que cometieron toda clase de atrocidades, pero la comedia funciona de todos modos. Hay que ser bueno para lograr algo así.
Este caso real ya nos lo habían contado antes en “Maldad encubierta” (“Like Mother, Like Son: The Strange Story of Sante and Kenny Kimes”), que se emitió en el Multicine de Antena 3 (¿dónde si no?). Se trata de la carrera criminal de Sante Kimes y su hijo pequeño, Kenny, que fueron de estafa en estafa, de robo en robo y, una vez desmelenados, de asesinato en asesinato, recorriendo Estados Unidos de punta a punta.
En “Maldad encubierta”, el director Arthur Allan Seidelman convirtió a Mary Tyler Moore en una Sante Kimes bastante elegante en un telefilme bastante más dramático y que se centraba, sobre todo, en el asesinato de la multimillonaria neoyorquina Irene Silverman (interpretada entonces por Jean Stapleton).
Es curioso ver cómo una misma historia puede dar pie a retratos tan dispares. Lo que en “Maldad encubierta” era misterio de medio pelo e interpretaciones (cuando mejor) esforzadas, en “Esa tontería llamada asesinato” es un festival de meditada sobreactuación e ironía desmadrada y maliciosa. Son los que menos gravedad le imprimen al tono de la historia (que no a los actos criminales en sí) los que mejor han sabido retratar la falta de moralidad de este peculiar equipo de delincuentes.
Judy Davis interpreta a Sante como una diva de pega, una mujer excesiva en todos los aspectos. Se la compara en el telefilme con Elizabeth Taylor, con sus pelucas y ropas extravagantes, pero es vulgar y rastrera como ella sola. Es una madre que nada tiene que ver con las típicas y aburridas heroínas Lifetime, es una esposa agresiva y una educadora nefasta.
Nunca queda claro hasta qué punto es lo que es a causa de los traumas de su infancia o si es parte natural de su retorcida personalidad. Es una estafadora, una asesina y una antisocial de mucho cuidado, en cualquiera de los casos. Todo en lo que se ve envuelta son, a sus ojos, pequeños asuntos y malentendidos, tonterías, pero el espectador presencia robos en restaurantes, incendios provocados, vejaciones y, por supuesto, violentos asesinatos.
A su hijo menor, Kenny (Jonathan Jackson), el más fácilmente manipulable, le ha educado de tal forma que ha ido quedando anulada su capacidad de distinguir el bien del mal. Ya de niño, cuando su profesora particular le lee una versión de “Pedro y el lobo” y Kenny, habiendo entendido la moraleja, dice que no volverá a mentir nunca más, Sante monta en cólera y se dirige a una aterrorizada profesora con estos argumentos: “Hay un momento para mentir y otro momento para no hacerlo. Pero seré yo quien se lo enseñe”.
Más tarde, tras acostarlo, Sante intenta poner orden a su manera en la cabeza de Kenny: “Las personas siempre creen a tu madre. Mamá es tan lista que puede convencer a la gente de que no hay ningún lobo incluso cuando está aullando en la puerta”. “Pero, ¿y si el lobo entra por la puerta y quiere morderme?, pregunta Kenny. “Oh, tranquilo, le pegaremos un tiro”. Lecciones de una madre. Lecciones que llevan a la práctica.
El trato que dispensa a sus asistentas merece capítulo a parte. Se dice en el telefilme que Sante Kimes fue la segunda persona en el siglo XX en ser condenada por trata de esclavos. Y ella misma, para despejar dudas, y delante de su joven asistenta Lydia (Maria Dimou), dice de ella que “es mi pequeña esclava y la adoro”.
Después de pasar una temporada en prisión (que se nos presenta en el telefilme como la época de mayor felicidad e independencia para Kenny), Sante vuelve a casa y sus lecciones empiezan a ganar en intensidad. Cuando su marido Ken (Chelcie Ross) muere, ya no hay nada que detenga a esta madre sin par.
Todo en “Esa tontería llamada asesinato” está una nota por encima, en especial la interpretación de Judy Davis, y es en buena parte por eso por lo que resulta tan divertido de ver. La estupenda actriz australiana construye un personaje que, al contrario que la aceptable creación de Mary Tyle Moore en “Maldad encubierta”, hace reír y transmite perfectamente el mensaje de que ese ser no tiene límites.
Y sus víctimas se van amontonando, aunque se las ingenie para que no se encuentren los cuerpos. Pero ahí está su propio hijo, todo un ejemplo de las consecuencias de ese huracán delictivo que tiene por madre.
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