viernes, 24 de noviembre de 2006

Crítica | PRISON BREAK; Que no se abran las rejas

Es lo peor que te pueden hacer, atarte a esa silla así” decía uno de los personajes de ‘Prison Break’ en el capítulo que se emitió ayer en La Sexta. Se refería por supuesto a la silla eléctrica, ese aparato con el que hacen justicia en Estados Unidos, el aparato que lo arregla todo: limpia el país de criminales, convierte el mundo en un lugar mejor y supone un triunfo para la justicia en ese “gran país”. Es broma. ‘Prison Break’ narra la historia de Michael Scofield, un chico decidido a salvar a su hermano Lincoln de una muerte horrible y terriblemente injusta para cualquier ser humano, sea éste inocente o culpable.

En el primer episodio Michael (Wentworth Miller) roba un banco y es llevado a la penitenciaría estatal de Fox River, donde “casualmente” también está su hermano, Lincoln (Dominic Purcell), que espera en el corredor de la muerte. Lincoln está pasando por algo más que una mala racha, condenado por el asesinato del hermano del vicepresidente y atrapado en esa espiral de injusticia y muerte que es el sistema legal estadounidense. Es una especie de ‘El expreso de medianoche’ (Alan Parker, 1978) en tono menor pero, también hay que decirlo, sin el maniqueísmo de la película escrita por Oliver Stone y con una intriga más elaborada. Es lo que tiene partir de la pura ficción, los límites se ensanchan y no hay tanto peligro de caer en los relatos partidistas que propician algunas historias basadas en hechos reales.

Desde que al principio del episodio de ayer el protagonista dijo “nos vamos” hasta que al final rectificó con un “no vamos a salir de aquí” la serie nos proporcionó un entretenimiento muy notable, como lo hace siempre. Es cierto que ‘Prison Break’ tiene una estructura bastante circular, con esos planes perfectos que prometen libertad para el final del episodio pero que siempre se tuercen en el último momento, aunque a la serie no puede llamársele repetitiva pues cada capítulo se las ingenia para innovar de una manera u otra: más acción, una tensión diferente, toques dramáticos (ayer con ese padre al que el “trabajo” impedía estar en casa pero que prometía a su hija que volverían a verse esa misma semana), nuevas piezas del rompecabezas de la conspiración... En este último punto es de agradecer que la trama se pueda seguir con bastante facilidad aunque no se sea muy amigo de las intrigas conspirativas, no en vano estamos ante una serie creada para el gran público.

Wentworth Miller, un joven actor que fue nominado al Globo de Oro por este trabajo en la última edición de los premios, interpreta al tatuado protagonista, que fue uno de los que ayudaron a diseñar la prisión en la que se encuentra. A Miller no le faltan ganas ni atractivo para su papel, pero sí un punto más de preocupación para hacer realmente creíble la extrema situación en la que se encuentra. Su interpretación es demasiado fría. Dominic Purcell, que protagonizó hace no mucho ‘John Doe’, aquella serie sobre el hombre que lo sabía todo a la hora de resolver crímenes pero que desconocía cualquier dato sobre sí mismo, está en una situación parecida: quiere pero no sabe. Un condenado a muerte sufriría más, parecería más desesperado y no tan sereno y preocupado por los demás. El personaje de Purcell debería inspirar un sentimiento de impotencia que el actor no logra ilustrar.

‘Prison Break’ es en cierto modo (o, al menos, así la entiendo o quiero entenderla yo) el retrato de una sociedad enferma, una sociedad que se cree con derecho a matar a otro ser humano, una sociedad que no cree en la reinserción ni en el tiempo para pensar, recapitular, arrepentirse, aprender... Una sociedad que cree en el castigo. Aunque la serie creada por Paul Scheuring hace soportable el retrato, de hecho lo hace entretenido de veras, pero sin despojarle del dramatismo preciso.

En el fondo no queremos que logren escapar. O al menos no a corto plazo.

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