La película de James Wan, estrenada en 2004, es otra de esas que siguen los pasos del sádico de turno, pero en este caso, y al contrario que en ‘Scream’ y compañía, el sádico es bastante original y meticuloso en sus planes. Eso es lo que hace de ‘Saw’ un filme tan desagradable de ver y, a la vez, tan superior al resto de su especie. Aunque no nos engañemos, ‘Saw’ también pisa algunos cebos, y algunos puestos por él mismo.
El “juego” comienza con dos hombres, Lawrence (Cary Elwes, ‘Lady Jane’, ‘La princesa prometida’) y Adam (Leigh Whannell), encerrados en los baños de un edificio abandonado. Ambos están atados con cadenas, el uno a un lado de la “estancia” y el otro en el contrario. Ambos no recuerdan cómo han llegado allí y ambos están acompañados de un cadáver. A juzgar por las cintas que han colocado en sus bolsillos y el juego que se les propone en ellas, Lawrence y Adam no parecen estar viviendo uno de sus mejores momentos: el primero debe matar al otro si quiere que su familia sobreviva. Tanto los dos hombres como la familia del primero de ellos están siendo cuidadosamente vigilados, y los datos con que cuenta Lawrence acerca del maníaco al que puede deberse ese pasatiempo macabro son desalentadores. Hay formas más claras, directas y completas de explicar el argumento, pero entonces habría que aconsejar leer con el estómago vacío.
Aunque tampoco hay que alarmarse demasiado, ‘Saw’ no es algo tan tremebundo como puede llegar a sonar sobre el papel. Llevada a imágenes, rara vez ha logrado una historia (o un guión) tomar una forma tan espeluznante como en el original escrito. Ésta no es una excepción. Al fin y al cabo ‘Saw’ fue bastante vista en los cines (casi medio millón de espectadores a su paso por las carteleras españolas), ha sido vista por aún más gente en televisión (8,3% de share y casi un millón y medio de espectadores en Cuatro) y seguramente se hinchará a recaudar en videoclubes.
‘Saw’ es desagradable pero todo está tan a la vista, tan al descubierto que desaprovecha esa baza inmensa que es la imaginación del espectador. Poco se deja a la fantasía, ya que por mucho que no veamos al criminal podemos ver a la perfección de qué es capaz, y eso no es del todo bueno. Como siempre, lo que se sugiere puede tomar una forma mucho más inquietante en la imaginación del espectador y en ‘Saw’, en cambio, todo se muestra. Aunque, eso sí, lo que nos muestran tampoco es un paseo lleno de pétalos de rosa.
Lo peor, de todos modos, es la cantidad de escenas violentas que hay en ese macabro paseo que es ‘Saw’. Por más que la imaginación sea capaz de más, una escena desagradable es una escena desagradable y sería falso decir que no impacta. Dos pueden impactar también pero, ¿y diez? ¿Y veinte? El filme pone el cebo y el filme cae en él. Tantas escenas macabras acaban por inmunizar al espectador ante la sangre y los alaridos, desgastan el argumento y también hacen que la función se haga larga, a pesar de contar con alrededor de 100 minutos de metraje (lo habitual, vamos).
Los continuos cambios de escenario y personajes en forma de flasback, flashback dentro del flasback y flashback a las andaduras anteriores del personaje que había dentro del flashback, tampoco ayudan demasiado. Hacen que la tensión sea más irregular, pues obligan al espectador a estar continuamente situándose y re-situándose ante el nuevo salto. Aunque hay que admitir de nuevo que ‘Saw’ está lejos de lo predecible del resto de la cosecha del cine de terror de los últimos años: la película de James Wan guarda escenas realmente impactantes (la de la mujer buscando la llave con la que abrir ese mecanismo que amenaza con desencajarle la mandíbula), las interpretaciones están por encima de la media del género (destaca Danny Glover junto a los raptados protagonistas) y el final no deja indiferente. Después llegarían ‘Saw II’ y ‘Saw III’ para, según dicen, acabar con el particular “encanto” de este juego.
viernes, 29 de diciembre de 2006
Crítica | SAW; "Que empiece el juego"
lunes, 25 de diciembre de 2006
Crítica | UN LOCO A DOMICILIO; Jim Carrey, tu peor enemigo
Las razones que llevaron a Diane Baker (‘El diario de Ana Frank’, ‘Marnie, la ladrona’) a participar en semejante papel en ‘Un loco a domicilio’ (ayer a las 14:25 en Cinemanía) serán un misterio hasta el día de su muerte. Aunque ninguno de los papeles que ofrecía el guión de Lou Holtz Jr. merecía realmente la pena: ni el de “hombre del cable” desequilibrado ni el de víctima atontada logran llevar por un camino más definido esta fallida... ¿comedia? ¿thriller? ¿comedia negra? En fin, esta fallida película.
viernes, 22 de diciembre de 2006
Crítica | LEÓN Y OLVIDO; Piezas de una existencia difícil
La película de Xabier Bermúdez (guionista de ‘Los pasos perdidos’) no recurre al cuento o la sensiblería como han hecho tantas y tantas veces otros filmes sobre personas con minusvalías psíquicas. En ‘León y olvido’ el propio protagonista es un joven con síndrome de Down (el estupendo Guillem Jiménez) y el tema es tratado de forma muy directa, por lo que a veces la película se hace incómoda o dolorosa de ver según la escena y la situación que se plasma en ella.
El filme de Bermúdez nos hace testigos de la complicada relación entre una chica llamada Olvido (Marta Larralde) y su hermano León (Jiménez), del que ella tiene que ocuparse sin la ayuda de nadie y con un sueldo insuficiente. Sin ningún pariente cercano que se haga cargo del cuidado del chaval, Olvido ha visto cómo varios centros se negaban a acoger a su hermano obligándola a enfrentarse sola a la carga que le supone vigilarlo. Tan sólo las horas que pasa en un centro de enseñanza especial apartan a León de su hermana, cuyo novio Iván (Mighello Blanco) tampoco parece dispuesto a prestar una verdadera ayuda. Así las cosas, Olvido no puede evitar ser cruel y hasta despiadada hacia León: “¿te acuerdas cuando decías que te ibas a poner a trabajar y que te ibas a comprar un coche? ¿No te das cuenta de que nunca vas a hacer ni una cosa ni la otra? ¿No te das cuenta por qué?”, “nadie va a querer cargar contigo”...
‘León y olvido’ tiene el acierto de no juzgar a sus protagonistas, por más que el comportamiento de los mismos sea en ocasiones terrible. La película va llevando a los personajes a un callejón sin salida donde están solos y desamparados, y narra las reacciones de los mismos a su desgracia de una forma neutral. No hace dramas de pañuelo ni mira a Olvido bajo una lupa “oscurecedora”, ni siquiera cuando ésta lleva a cabo uno de los muchos “atentados” contra su hermano (los abandonos, el momento en el que le pide a León que coja la flor que hay en el borde del acantilado...).
Lo malo de la película es que la vida de los protagonistas parece estar contada a trompicones. Da la impresión de que los acontecimientos que vemos son historias cortas que están pegadas la una a la otra, y en ocasiones parecen incluso situaciones inconexas que nos son mostradas una detrás de la otra como resultado de una selección previa de lo mejor (o, muchas veces, lo peor) de los protagonistas. La película no tiene un verdadero ritmo en algunos tramos y es por eso que toma la apariencia de zapping televisivo.
Tampoco logra ayudar del todo al relato la parte en la que Olvido encuentra un puesto de trabajo en la tienda de Damían (Gary Piquer, ‘El último viaje de Robert Rylands’), un desagradable vendedor que no es sino otra más de las muchas caras que ignoran las dificultades a las que deben enfrentarse esos hermanos. Este punto ya estaba lo bastante claro con las breves (pero suficientes) intervenciones de esos guardias civiles, psicólogos y médicos que le niegan la ayuda a Olvido, incluso cuando les queda claro a todos ellos que ésta maltrata a León, un chico que quiere a su hermana por encima de todas las cosas y que se siente curiosamente responsable de ella (“tengo que ayudar a mi hermana”).
A pesar de todo, ‘León y olvido’ es, en su conjunto, una película sensible e interesante, que no tiene miedo de presentar hechos que pueden resultar desagradables o incómodos y que nos pone cara a cara con algunos de nuestros prejuicios más escondidos.
La presencia de Guillem Jiménez influye enormemente en la capacidad que tiene la película para hacer de ese cara a cara algo tan real, directo y humano, pero también su compañera tiene mucho que ver en ello. Marta Larralde es una actriz que nunca parece lo suficientemente relajada como para sonar enfadada, desolada o feliz de verdad, y por eso su risa y su llanto suelen ser de lo más falsos. Pero hay que admitir que en esta ocasión la intérprete gallega ofreció una interpretación muy conseguida y además en un papel que en absoluto era sencillo. Larralde transmite a la perfección la frialdad y amor de Olvido hacia León, llegando a ser brusca y desagradable pero haciendo comprensible el personaje de cara al espectador.
‘León y Olvido’, que recibió en su día premios para su director y su protagonista femenina en los festivales de Ourense, Toulouse Cinespaña y Karlovy Vary, se emite de nuevo el miércoles 27 en cinemanía 2 a las 10:25.
‘León y olvido’ tiene el acierto de no juzgar a sus protagonistas, por más que el comportamiento de los mismos sea en ocasiones terrible. La película va llevando a los personajes a un callejón sin salida donde están solos y desamparados, y narra las reacciones de los mismos a su desgracia de una forma neutral. No hace dramas de pañuelo ni mira a Olvido bajo una lupa “oscurecedora”, ni siquiera cuando ésta lleva a cabo uno de los muchos “atentados” contra su hermano (los abandonos, el momento en el que le pide a León que coja la flor que hay en el borde del acantilado...).
martes, 19 de diciembre de 2006
Crítica | TERESA DE CALCUTA; La humilde monja, toda una estrella
sábado, 16 de diciembre de 2006
Crítica | LA MADRE DEL NOVIO; Jane Fonda regresa, pero en un vehículo destartalado
(Foto: póster español de 'La madre del novio')
martes, 12 de diciembre de 2006
Crítica | MUJERES; Combinación ganadora
A Chiqui Fernández puede que nunca le toque de nuevo otra como ‘Mujeres’, pero nadie le podrá quitar este triunfo de su currículum. Aunque a veces parece que le falta algo de entusiasmo a la hora de meterse en su personaje, la actriz interpreta a Irene con suficiente realismo. Como todo en ‘Mujeres’, Chiqui Fernández pone la balanza en el punto justo en lo que a los ingredientes de su personaje se refiere: hay algo de amargura en su Irene pero también un punto de alegría esperanzadora que siempre acaba saliendo.
(Foto: Carmen Ruiz en 'Mujeres')
lunes, 11 de diciembre de 2006
Crítica | HEROÍNA; El pulso inconcluso entre dos voces
Hay un tipo de historias que conllevan ciertos riesgos. Las historias policíacas, de acción o de terror tienen sus peligros, pero películas como ‘Heroína’ (mañana a las 15:30 en Canal +), aparentemente más sencillas, no se quedan atrás: se trata del riesgo de caer en lo lacrimógeno o incluso épico cuando lo que se pretende es hacer un drama de denuncia social. La película de Gerardo Herrero (‘El misterio Galíndez’, ‘Malena es un nombre de tango’) tiene virtudes indiscutibles, pero al verla no puede uno quitarse de encima esa molesta sensación de estar viendo una especie de combate.
Hay dos voces en ‘Heroína’, ambas hablan sobre la forma de contar una historia y ambas parecen tener dificultades para convivir en un mismo filme sin pisarse la una a la otra. Dicen lo siguiente: ¿les hacemos llorar o pensar? Si esto fuese un telefilme de sobremesa, casi con total seguridad los responsables hubiesen optado por lo primero, pero no lo es. Aunque si bien ‘Heroína’ se pudo ver en pantalla grande, no acaban de decantarse del todo por la segunda opción, y cuando lo hacen se pasan.
No es bueno “programar” la acción de una película para manipular al espectador y que rompa a llorar en determinado momento, sienta odio hacia el malo en otro y se limite a asentir en otro, todo exactamente cuando los realizadores quieren y exactamente como ellos quieren. Pero al presentar los hechos para que sea el espectador quien juzgue (que es lo que hace ‘Heroína’) también hay que tener cuidado de hacerlo como es debido, con la suficiente fuerza, con los momentos de emoción convenientemente distribuidos y con un orden en la exposición que impida el caos. Aunque, sobre todo, hay que impedir los extremos. Igual de malo es caer en el lloriqueo fácil y en el grandiosismo falso que hacer una película fría que pasa ante los ojos del espectador como un rápido aire helador, de esos que alcanzan hasta hacerte saber que han pasado pero que te dejan prácticamente igual. Esto último es lo que hace sobre todo la película de Gerardo Herrero, pero no contenta con eso también tiene momentos, digamos, de “sensiblería que cruzó la línea” y heroísmo exagerado.
Lo peor es que a ratos se nos deja ver lo que pudo ser y no fue: ‘Heroína’ a veces parece un telefilme al que le cuesta soltarse la melena y otras, en cambio, resulta una película contenida pero muy dolorosa de ver. Así es el caso real en el que se basa, enmarcado en una Galicia devastada por la droga en la que el paisaje desolador de las calles se mete en los hogares sin llamar. Ese drama se lo encuentra en casa Pilar (Adriana Ozores) cuando su hijo Fito (Javier Pereira, ‘Tu vida en 65'’) cae en las redes de las drogas, pero lejos de rendirse se decide a luchar con todas las consecuencias que ello pueda tener: forma una nueva asociación junto a otros padres de toxicómanos, se echa a la calle a protestar, soporta constantes amenazas e insultos, sacrifica el tiempo de estar con su marido (Carlos Blanco)... Todo por ese hijo al que sabe enfermo.
Es delicado hablar sobre lo real, falso o lacrimógeno que es un filme basado en una desgarradora historia real, pero no por ello se puede obviar que ‘Heroína’ no consigue ser un drama social del todo efectivo. No puede ser que alguien que no conoce los hechos reales en los que se basa sepa cuándo va a gritar esa madre, cuándo se sentirá avergonzada, humillada, amenazada, cuándo le dirá su marido que no le presta la suficiente atención... Si esta historia se parece demasiado (desgraciadamente) a otras que ya hemos visto/oído, correspondía al guión saber sacar partido al relato y moldearlo para que el drama fuese cortante, deprimente y duro contra viento y marea, nunca visto o mil veces visto. Era posible lograrlo. De todos modos, en un caso como éste las buenas intenciones cuentan y mucho: ‘Heroína’ no es en absoluto divertida (un acierto) y es bastante clara en lo que quiere contar (aunque el debate interno de cómo hacerlo siga ahí en todo momento) y eso es algo que no se les puede negar ni a la guionista (Ángeles González Sinde, directora de la estimable ‘La voz dormida’) ni al director.
Otra cosa que tampoco se le puede negar a la película es la eficacia interpretativa de sus protagonistas. Carlos Blanco, Javier Pereira y María Bouzas (sobre todo ésta última) hacen trabajos francamente buenos. Lo de Adriana Ozores, ganadora del premio a la mejor actriz en el Festival de Cine de Montreal en 2005, es un caso aparte. Quizás su acento gallego (ella es madrileña) suene algo forzado en ocasiones, pero la actriz, una especie de Meryl Streep española, puede con todo y en esta ocasión no iba a ser menos. En el papel de Pilar (papel inspirado en Carmen Avendaño, una de las madres que plantaron cara a los narcotraficantes en la Galicia de los 80), Ozores no parece encontrar ningún obstáculo en su camino a la hora de transmitir sentimientos tan dispares como fuerza, culpabilidad y amor. No necesita llorar, le basta con callar y mirar para hacer de la coraza de Pilar un drama inmenso y descorazonador. Ojalá ‘Heroína’ estuviese en todo momento a la altura de su protagonista.
Hay dos voces en ‘Heroína’, ambas hablan sobre la forma de contar una historia y ambas parecen tener dificultades para convivir en un mismo filme sin pisarse la una a la otra. Dicen lo siguiente: ¿les hacemos llorar o pensar? Si esto fuese un telefilme de sobremesa, casi con total seguridad los responsables hubiesen optado por lo primero, pero no lo es. Aunque si bien ‘Heroína’ se pudo ver en pantalla grande, no acaban de decantarse del todo por la segunda opción, y cuando lo hacen se pasan.
No es bueno “programar” la acción de una película para manipular al espectador y que rompa a llorar en determinado momento, sienta odio hacia el malo en otro y se limite a asentir en otro, todo exactamente cuando los realizadores quieren y exactamente como ellos quieren. Pero al presentar los hechos para que sea el espectador quien juzgue (que es lo que hace ‘Heroína’) también hay que tener cuidado de hacerlo como es debido, con la suficiente fuerza, con los momentos de emoción convenientemente distribuidos y con un orden en la exposición que impida el caos. Aunque, sobre todo, hay que impedir los extremos. Igual de malo es caer en el lloriqueo fácil y en el grandiosismo falso que hacer una película fría que pasa ante los ojos del espectador como un rápido aire helador, de esos que alcanzan hasta hacerte saber que han pasado pero que te dejan prácticamente igual. Esto último es lo que hace sobre todo la película de Gerardo Herrero, pero no contenta con eso también tiene momentos, digamos, de “sensiblería que cruzó la línea” y heroísmo exagerado.
Lo peor es que a ratos se nos deja ver lo que pudo ser y no fue: ‘Heroína’ a veces parece un telefilme al que le cuesta soltarse la melena y otras, en cambio, resulta una película contenida pero muy dolorosa de ver. Así es el caso real en el que se basa, enmarcado en una Galicia devastada por la droga en la que el paisaje desolador de las calles se mete en los hogares sin llamar. Ese drama se lo encuentra en casa Pilar (Adriana Ozores) cuando su hijo Fito (Javier Pereira, ‘Tu vida en 65'’) cae en las redes de las drogas, pero lejos de rendirse se decide a luchar con todas las consecuencias que ello pueda tener: forma una nueva asociación junto a otros padres de toxicómanos, se echa a la calle a protestar, soporta constantes amenazas e insultos, sacrifica el tiempo de estar con su marido (Carlos Blanco)... Todo por ese hijo al que sabe enfermo.
Es delicado hablar sobre lo real, falso o lacrimógeno que es un filme basado en una desgarradora historia real, pero no por ello se puede obviar que ‘Heroína’ no consigue ser un drama social del todo efectivo. No puede ser que alguien que no conoce los hechos reales en los que se basa sepa cuándo va a gritar esa madre, cuándo se sentirá avergonzada, humillada, amenazada, cuándo le dirá su marido que no le presta la suficiente atención... Si esta historia se parece demasiado (desgraciadamente) a otras que ya hemos visto/oído, correspondía al guión saber sacar partido al relato y moldearlo para que el drama fuese cortante, deprimente y duro contra viento y marea, nunca visto o mil veces visto. Era posible lograrlo. De todos modos, en un caso como éste las buenas intenciones cuentan y mucho: ‘Heroína’ no es en absoluto divertida (un acierto) y es bastante clara en lo que quiere contar (aunque el debate interno de cómo hacerlo siga ahí en todo momento) y eso es algo que no se les puede negar ni a la guionista (Ángeles González Sinde, directora de la estimable ‘La voz dormida’) ni al director.
Otra cosa que tampoco se le puede negar a la película es la eficacia interpretativa de sus protagonistas. Carlos Blanco, Javier Pereira y María Bouzas (sobre todo ésta última) hacen trabajos francamente buenos. Lo de Adriana Ozores, ganadora del premio a la mejor actriz en el Festival de Cine de Montreal en 2005, es un caso aparte. Quizás su acento gallego (ella es madrileña) suene algo forzado en ocasiones, pero la actriz, una especie de Meryl Streep española, puede con todo y en esta ocasión no iba a ser menos. En el papel de Pilar (papel inspirado en Carmen Avendaño, una de las madres que plantaron cara a los narcotraficantes en la Galicia de los 80), Ozores no parece encontrar ningún obstáculo en su camino a la hora de transmitir sentimientos tan dispares como fuerza, culpabilidad y amor. No necesita llorar, le basta con callar y mirar para hacer de la coraza de Pilar un drama inmenso y descorazonador. Ojalá ‘Heroína’ estuviese en todo momento a la altura de su protagonista.
(Foto: póster de 'Heroína')
jueves, 7 de diciembre de 2006
Crítica | DURMIENDO CON SU ENEMIGO; Cuando el enemigo es el guión
En una época en la que la violencia de género está tan desgraciadamente presente y de actualidad en nuestra sociedad, ‘Duermiendo con su enemigo’ (‘Sleeping with the Enemy’) está lejos de ser la mejor película para ilustrar este drama. Es bien cierto que tampoco es la peor idea que han tenido los programadores en una sobremesa, pero al guión le falta tensión y no acierta a crear ni terror ni un drama alejado de lo más rutinariamente telefílmico.
El director estadounidense Joseph Ruben (Briarcliff, Nueva York, 1951) ha firmado a lo largo de su carrera películas como ‘El buen hijo’ y ‘Misteriosa obsesión’, y ésta de ‘Durmiendo con su enemigo’ (ayer a las 17:55 en Cuatro) está en esa misma línea: es una película muy comercial, con un suspense de tipo doméstico, en la que lo visual es sospechosamente superior al desarrollo del argumento. Esto no hace del todo malo al filme, pero sí que juega en su contra: la película se hace muy llevadera (cabría decir que demasiado teniendo en cuenta el tema) y no hay problemas para enganchar al espectador (un 8,4% de la audiencia la siguió ayer, una cifra a tener en cuenta para un canal como Cuatro), pero el peso dramático y la capacidad de conmover o inquietar se ven enterradas bajo esa capa de belleza estética.
Si la trama fuese de corte sobrenatural (como en el caso de la ‘Misteriosa obsesión’ de Julianne Moore) o descabelladamente improbable de darse en la realidad (como en el caso de ‘El buen hijo’ que estaba hecho Macaulay Culkin) el error habitual de Ruben podría haber pasado una vez más como esa “asignatura pendiente” de siempre, que impide hacer del nuevo filme algo realmente bueno pero que tampoco molesta. El problema es que ‘Durmiendo con su enemigo’ tiene como protagonista a una mujer maltratada y este tema ya no es algo que se pueda maquillar bajo colores cautivadores. La historia merecía haber sido tratada con más cuidado, poniendo el énfasis en los acontecimientos y no en la fotografía, en la música o en la cara bonita de la protagonista.
Julia Roberts, que estaba en plena fiebre ‘Pretty Woman’ (Garry Marshall, 1990) en el momento de rodar este filme, interpreta a Laura, una mujer inteligente y atractiva que cometió el error de su vida al casarse con Martin Burney. Él, interpretado por Patrick Bergin, es un hombre claramente desequilibrado: salta a la vista desde los primeros minutos de la película que su afición a escuchar esa música tan tétrica, esas maneras amables que reprimen una ira incontrolable, esa obsesión enfermiza por el orden y esos celos patológicos no son simples “rarezas”. Ni siquiera unas rarezas, digamos, preocupantes. Martin está loco, y como una cabra además (no hay más que verle intentando sonar cariñoso con frases como “siempre estaremos juntos, nada podrá separarnos”).
En los primeros minutos de metraje Joseph Ruben se las apaña para que el tono sea al menos un tanto inquietante, malsano: la música de Jerry Goldsmith, aunque tenga algo de televisiva y romántica, tiene un aroma dramático que deja ciertamente intranquilo; la interpretación de Patrick Bergin es suficientemente turbadora; lo solitario del escenario resulta amenazador, y el guión se esfuerza en presentar la historia con un ritmo agobiante. Pero la película comienza una pronunciada cuesta abajo justo en el momento en el que menos debería: Laura escapa de su captor (porque no es otra cosa) y se dispone a comenzar una nueva vida. Pero el guión de ‘Durmiendo con su enemigo’ pretende entonces que creamos que la valiente heroína, esa que ha aprendido a nadar a espaldas de su marido y se las ha ingeniado para llegar en plena tormenta hasta la boya, es lo suficientemente estúpida como para arrojar su alianza al retrete, donde a buen seguro acabará apareciendo (esto es Hollywood, y no la parte alta). Para colmo Laura encuentra una acogedora casa en otro lugar en la que desordenar a gusto las toallas y comenzar una nueva relación con su vecino, un hombre de cuento. ¿Dónde queda el drama? ¿Y la tensión? ¿La seriedad?
La impactante (aunque no original) escena que pone fin a la película llega demasiado tarde, ya que para entonces hemos tenido que aguantar por demasiado tiempo un guión que parece pensar más en la recaudación que en hacer un retrato creíble sobre un problema social, como también hemos tenido que soportar la falta de encanto del príncipe azul encarnado por Kevin Anderson. Pero, sobre todo, llegado el final hemos tenido que soportar durante más de hora y media la multimillonaria sonrisa de una actriz que está francamente perdida en esta función. Julia Roberts no supo poner rostro a todas aquellas mujeres que se ven en la situación de su personaje en la vida real. Le faltó fuerza y le faltó, en especial, parecer más real que cinematográfica.
En una escena de la película, cuando comienza a poner en marcha su plan de escape, la protagonista rompe con una piedra una farola que hay junto a su casa haciendo estallar los cristales de la misma. Posteriormente, en la oscuridad de la noche, la mujer se guía por la ausencia de esa luz en el paseo marítimo para saber por dónde llegar al que ha sido su hogar. La incógnita de si se cortará o no con esos cristales es lo más inquietante y macabro de ‘Durmiendo con su enemigo’. Ya es decir mucho.
El director estadounidense Joseph Ruben (Briarcliff, Nueva York, 1951) ha firmado a lo largo de su carrera películas como ‘El buen hijo’ y ‘Misteriosa obsesión’, y ésta de ‘Durmiendo con su enemigo’ (ayer a las 17:55 en Cuatro) está en esa misma línea: es una película muy comercial, con un suspense de tipo doméstico, en la que lo visual es sospechosamente superior al desarrollo del argumento. Esto no hace del todo malo al filme, pero sí que juega en su contra: la película se hace muy llevadera (cabría decir que demasiado teniendo en cuenta el tema) y no hay problemas para enganchar al espectador (un 8,4% de la audiencia la siguió ayer, una cifra a tener en cuenta para un canal como Cuatro), pero el peso dramático y la capacidad de conmover o inquietar se ven enterradas bajo esa capa de belleza estética.
Si la trama fuese de corte sobrenatural (como en el caso de la ‘Misteriosa obsesión’ de Julianne Moore) o descabelladamente improbable de darse en la realidad (como en el caso de ‘El buen hijo’ que estaba hecho Macaulay Culkin) el error habitual de Ruben podría haber pasado una vez más como esa “asignatura pendiente” de siempre, que impide hacer del nuevo filme algo realmente bueno pero que tampoco molesta. El problema es que ‘Durmiendo con su enemigo’ tiene como protagonista a una mujer maltratada y este tema ya no es algo que se pueda maquillar bajo colores cautivadores. La historia merecía haber sido tratada con más cuidado, poniendo el énfasis en los acontecimientos y no en la fotografía, en la música o en la cara bonita de la protagonista.
(Foto: póster español de 'Durmiendo con su enemigo')
miércoles, 6 de diciembre de 2006
Crítica | IMPULSO SANGRIENTO; La digna adaptación de lo comercial
La escritora escocesa Val McDermid, a la que se deben novelas como ‘Asesino de sombras’ y ‘Un eco lejano’, es un valor seguro en el género de misterio, una especie de Mary Higgins Clark británica. Sus historias, aunque puede que no se conviertan en clásicos inmortales, son siempre interesantes y enganchan, y por eso se entiende a la perfección que el canal ITV decidiese adaptar algunas de ellas para llevarlas a la televisión. Podría haber salido mal (eso lo sabe bien Higgins Clark), pero no ha sido el caso: la ITV ha hecho justicia a dos de los personajes más célebres de McDermid.
La serie ‘Impulso sangriento’ (‘Wire in the blood’), que emite desde hace semanas Calle 13 los martes alrededor de las 23:00, sigue los casos del doctor Tony Hill (Robson Green) y la inspectora Carol Jordan (Hermione Norris). Ambos forman un equipo perfecto, siendo él un psicólogo clínico experto en dibujar perfiles de criminales y ella una inspectora consagrada a su profesión.
El doctor Hill parece trabajar al modo del científico-escritor; cada vez que se da un acontecimiento complejo (un crimen de lo más rebuscado) él comienza a escopetear posibles teorías, “inventando” los posibles caminos, motivos y oportunidades que han podido llevar a la mente enferma de turno a cometer el acto brutal. Digo lo del científico-escritor porque a veces no está claro si el doctor ata cabos, fantasea o ata cabos a base de fantasear. Hay momentos en los que sus palabras parecen pura literatura (“... o sufrió una crisis nerviosa, a veces las personas intentan dejar atrás su antigua vida [...] el fuego puede ser un intento por recuperar el poder o el éxito en una vida en la que todo se ha descontrolado”), pero con el tiempo se descubre que nada de lo que dice o piensa en alto el protagonista son hipótesis vacías o cuentos descabellados.
Carol Jordan no se parece demasiado a su compañero; ella parece más “normal”, una mujer de trato más cercano, amable y sonriente, aunque igual de eficiente en su trabajo. Ella es la que pregunta eso de “¿pero eso no es posible, no?” cuando él suelta su nueva teoría, pues sus métodos tienen más que ver con los hechos y las pruebas, con tener los pies en el suelo y no imaginar. Ella trabaja con lo que está a la vista mientras él siempre intenta ir más allá, poniéndose en la piel del criminal y tratando de adivinar su próximo paso. Es eso que los diferencia en los métodos lo que los une y convierte en un equipo tan bien conjuntado.
‘Impulso sangriento’, con su duración de hora y media, tiene la oportunidad de adaptar las historias de Val McDermid con más libertad de movimiento. Hasta la fecha la serie ha tomado como punto de partida las novelas de la escocesa en dos ocasiones: en el episodio ‘El canto de las sirenas’ (basado en ‘The Mermaids Singing’’, 1995) y ‘Crecen las sombras’ (basado en ‘The wire in the blood’, 1997). Ayer le tocó el turno a ‘Las sombras de la luz’ (‘The Darkness of Light’), un episodio escrito por Alan Whiting y dirigido por Nick Laughland que aunque no tenía su base en ninguna historia de McDermid estaba en la misma línea. En él, una periodista llamada Joanna Draper (la siempre apreciable Caroline O'Neill –‘Queer as folk’, ‘La chica del bus’–), investigaba un extraño crimen que parecía guardar relación con otros cadáveres encontrados en un perímetro muy concreto. Lo más inquietante del caso era el hecho de que junto a los cadáveres más recientes hubiese enterrados otros de 500 años de antigüedad. La desaparición de Joanna, el incendio en su hotel y la aparición de nuevas víctimas en lo que parecía una cadena de asesinatos rituales hacían del de ayer un claro caso para Carol Jordan y el doctor Hill.
En lo técnico, la factura de la serie no tiene demasiado que envidiar a las de las ficciones estadounidenses actuales, ya que está todo cuidado hasta la meticulosidad. Siendo de temática criminal, a día de hoy es inevitable la comparación con ‘CSI’, con la que guarda más de un punto en común, pero hay que decir que, a pesar de no llegar a tan alto nivel, ‘Impulso sangriento’ tiene su propia personalidad y no desmerece elogios. Lo mismo hay que decir sobre Robson Green y Hermione Norris, que no son William Petersen y Marg Helgenberger pero cumplen con nota, en especial en el caso de Green, cuyo Tony Hill parece un curioso Hércules Poirot moderno, nacionalizado británico y metido a psicólogo.
Es curioso como en Estados Unidos las historias originales propician los guiones más impactantes y conseguidos (series como ‘CSI’ son la prueba de ello) mientras algunas novelas de misterio comerciales no encuentran espacio más que en forma de bochornoso telefilme. Val McDermid, cuyas novelas son bastante comerciales, se topó con la ITV británica. Tuvo verdadera suerte. Por duración, los episodios de ‘Impulso sangriento’ se pueden denominar tv-movies, de hecho como tal se han anunciado en España, pero no tienen nada en común con esos subproductos de sobremesa que nacen de los libros de autores estadounidenses comerciales como Mary Higgins Clark.
La serie ‘Impulso sangriento’ (‘Wire in the blood’), que emite desde hace semanas Calle 13 los martes alrededor de las 23:00, sigue los casos del doctor Tony Hill (Robson Green) y la inspectora Carol Jordan (Hermione Norris). Ambos forman un equipo perfecto, siendo él un psicólogo clínico experto en dibujar perfiles de criminales y ella una inspectora consagrada a su profesión.
El doctor Hill parece trabajar al modo del científico-escritor; cada vez que se da un acontecimiento complejo (un crimen de lo más rebuscado) él comienza a escopetear posibles teorías, “inventando” los posibles caminos, motivos y oportunidades que han podido llevar a la mente enferma de turno a cometer el acto brutal. Digo lo del científico-escritor porque a veces no está claro si el doctor ata cabos, fantasea o ata cabos a base de fantasear. Hay momentos en los que sus palabras parecen pura literatura (“... o sufrió una crisis nerviosa, a veces las personas intentan dejar atrás su antigua vida [...] el fuego puede ser un intento por recuperar el poder o el éxito en una vida en la que todo se ha descontrolado”), pero con el tiempo se descubre que nada de lo que dice o piensa en alto el protagonista son hipótesis vacías o cuentos descabellados.
Carol Jordan no se parece demasiado a su compañero; ella parece más “normal”, una mujer de trato más cercano, amable y sonriente, aunque igual de eficiente en su trabajo. Ella es la que pregunta eso de “¿pero eso no es posible, no?” cuando él suelta su nueva teoría, pues sus métodos tienen más que ver con los hechos y las pruebas, con tener los pies en el suelo y no imaginar. Ella trabaja con lo que está a la vista mientras él siempre intenta ir más allá, poniéndose en la piel del criminal y tratando de adivinar su próximo paso. Es eso que los diferencia en los métodos lo que los une y convierte en un equipo tan bien conjuntado.
‘Impulso sangriento’, con su duración de hora y media, tiene la oportunidad de adaptar las historias de Val McDermid con más libertad de movimiento. Hasta la fecha la serie ha tomado como punto de partida las novelas de la escocesa en dos ocasiones: en el episodio ‘El canto de las sirenas’ (basado en ‘The Mermaids Singing’’, 1995) y ‘Crecen las sombras’ (basado en ‘The wire in the blood’, 1997). Ayer le tocó el turno a ‘Las sombras de la luz’ (‘The Darkness of Light’), un episodio escrito por Alan Whiting y dirigido por Nick Laughland que aunque no tenía su base en ninguna historia de McDermid estaba en la misma línea. En él, una periodista llamada Joanna Draper (la siempre apreciable Caroline O'Neill –‘Queer as folk’, ‘La chica del bus’–), investigaba un extraño crimen que parecía guardar relación con otros cadáveres encontrados en un perímetro muy concreto. Lo más inquietante del caso era el hecho de que junto a los cadáveres más recientes hubiese enterrados otros de 500 años de antigüedad. La desaparición de Joanna, el incendio en su hotel y la aparición de nuevas víctimas en lo que parecía una cadena de asesinatos rituales hacían del de ayer un claro caso para Carol Jordan y el doctor Hill.
En lo técnico, la factura de la serie no tiene demasiado que envidiar a las de las ficciones estadounidenses actuales, ya que está todo cuidado hasta la meticulosidad. Siendo de temática criminal, a día de hoy es inevitable la comparación con ‘CSI’, con la que guarda más de un punto en común, pero hay que decir que, a pesar de no llegar a tan alto nivel, ‘Impulso sangriento’ tiene su propia personalidad y no desmerece elogios. Lo mismo hay que decir sobre Robson Green y Hermione Norris, que no son William Petersen y Marg Helgenberger pero cumplen con nota, en especial en el caso de Green, cuyo Tony Hill parece un curioso Hércules Poirot moderno, nacionalizado británico y metido a psicólogo.
Es curioso como en Estados Unidos las historias originales propician los guiones más impactantes y conseguidos (series como ‘CSI’ son la prueba de ello) mientras algunas novelas de misterio comerciales no encuentran espacio más que en forma de bochornoso telefilme. Val McDermid, cuyas novelas son bastante comerciales, se topó con la ITV británica. Tuvo verdadera suerte. Por duración, los episodios de ‘Impulso sangriento’ se pueden denominar tv-movies, de hecho como tal se han anunciado en España, pero no tienen nada en común con esos subproductos de sobremesa que nacen de los libros de autores estadounidenses comerciales como Mary Higgins Clark.
(Foto: Robson Green y Hermione Norris)
lunes, 4 de diciembre de 2006
Crítica | COSAS QUE HACEN QUE LA VIDA VALGA LA PENA; Reír o llorar, o ninguna de las dos
En lo que parece un intento de mezclar drama y comedia, Manuel Gómez Pereira realizó ésta película, ‘Cosas que hacen que la vida valga la pena’, que se emitió ayer a las 22:00 en Cinemanía 2. No es un original descubrimiento, por mucha voz en off que tenga (de tono bastante apagado, por cierto), aunque sí se aleja en cierto modo de lo habitual en el cine español. Lo malo es que los elementos que forman el filme están mal combinados, y mientras algunos puntos no aparecen suficientemente desarrollados, otros están fuera de lugar.
Un día en la vida de dos personas cercanas a la mediana edad. Es básicamente lo que cuenta la película de Gómez Pereira. Jorge (Eduard Fernández) es un parado de los que, a pesar de cargar sobre su espalda con un drama importante, parece dispuesto a ver cambiar las cosas. Sólo así se explica su empeño en que un hecho sin importancia pueda significar un giro en su existencia. En la línea de la Audrey Tautou de ‘Largo domingo de noviazgo’ (Jean-Pierre Jeunet, 2004), Jorge dice cosas como ésta para sus adentros: “si encuentro una moneda antes de llegar a la esquina eso es que hoy va a cambiar mi suerte”. Por supuesto la encuentra, comienza a sonar 'Hoy puede ser un gran día' de Joan Manuel Serrat y en unos momentos se cruza en su camino Hortensia (Ana Belén).
Ella es otra mujer entrada en edad, divorciada y algo solitaria. Toma valerianas para dormir, organiza fiestas de cumpleaños como una madre ejemplar, dice creer en Dios a su manera y conduce a velocidad de mamá homicida. Hortensia es una mujer con no pocas contradicciones en su comportamiento, se pasa la vida manejando en su cabeza datos como que “un 70% de la gente sólo se enamora una vez en la vida” y, aunque dice de Jorge que es bajito y está en paro y no descarta la posibilidad de que se trate de “un sádico”, se duerme en su hombro en el cine a la primera ocasión. Más tarde vienen una comunión, un baile en el lujoso banquete de bodas, la parte trasera de un coche y otras cosas que los protagonistas parecen vivir como experiencias únicas pero que se terminan haciendo bastante pesadas para el espectador.
‘Cosas que hacen que la vida valga la pena’ se debate entre contarnos el drama de dos personas adultas que no tienen otra que ver a dónde les lleva su extraña relación y, por el contrario, hacer que nos tomemos el asunto como una comedia, poniendo el acento en cosas como un chino cantando en una boda (algo que parecen considerar que resultará divertido por sí solo) o los andares de borracho de un personaje. El problema es que no se nos deja tiempo para llegar a conectar con los protagonistas, con lo que no podemos identificarnos con la parte dramática, y tampoco nos ofrecen una base cómica demasiado sólida, dejando todo chiste en pura excepción. Al final, todo aparece mezclado de tal forma que el espectador ya no sabe muy bien si reír o llorar, y acaba no haciendo ninguna de las dos. Y es verdad que no es algo mil veces visto, no es el tipo de película que encontremos al doblar cada esquina, pero tampoco es lo suficientemente diferente o especial como para que deseemos hacerlo.
Ana Belén (que aparenta mucho menos de los 53 años que tiene en ésta película) y Eduard Fernández son dos actores que se hacen muy disfrutables de ver trabajando, pero en esta ocasión ella no parece lo suficientemente cómoda o preparada en escenas que le requieren romper el tono tranquilo que reina en la película, por lo que en momentos como el del “accidente” con los niños del bar la cosa parece írsele de las manos. Tal vez sea un cambio muy brusco el que tiene que hacer, pero esa no es excusa para bajar la guardia. En cualquier caso, ambos intérpretes se erigen con facilidad en lo más destacable de la función.
‘Cosas que hacen que la vida valga la pena’ funciona sólo hasta el nivel de modesto entretenimiento. Toda pretensión que fuese más allá de ese punto no se ha visto cumplida, ya que una comedia romántica o dramática como la que, suponemos, quisieron hacer, no puede permitirse tener momentos tan rematadamente poco acertados (más allá del mal gusto) como ese en el que uno de los personajes habla y ríe, borracho perdido, frente a un chico que permanece en coma en parte por su culpa. Tampoco hacen gran favor personajes como el de Rosario Pardo, haciendo de la típica amiga lanzada cuya mayor aportación a la película es la frase “hay que follar”, y las canciones de la banda sonora, aunque apreciables, no acaban de encajar. Es cierto que la película de Manuel Gómez Pereira tiene sus golpes (cualquiera de los momentos que implican a José Sacristán), pero el conjunto es una sosada de cuento, un filme con buenas intenciones y un resultado amable cuando mejor.
Ella es otra mujer entrada en edad, divorciada y algo solitaria. Toma valerianas para dormir, organiza fiestas de cumpleaños como una madre ejemplar, dice creer en Dios a su manera y conduce a velocidad de mamá homicida. Hortensia es una mujer con no pocas contradicciones en su comportamiento, se pasa la vida manejando en su cabeza datos como que “un 70% de la gente sólo se enamora una vez en la vida” y, aunque dice de Jorge que es bajito y está en paro y no descarta la posibilidad de que se trate de “un sádico”, se duerme en su hombro en el cine a la primera ocasión. Más tarde vienen una comunión, un baile en el lujoso banquete de bodas, la parte trasera de un coche y otras cosas que los protagonistas parecen vivir como experiencias únicas pero que se terminan haciendo bastante pesadas para el espectador.
‘Cosas que hacen que la vida valga la pena’ se debate entre contarnos el drama de dos personas adultas que no tienen otra que ver a dónde les lleva su extraña relación y, por el contrario, hacer que nos tomemos el asunto como una comedia, poniendo el acento en cosas como un chino cantando en una boda (algo que parecen considerar que resultará divertido por sí solo) o los andares de borracho de un personaje. El problema es que no se nos deja tiempo para llegar a conectar con los protagonistas, con lo que no podemos identificarnos con la parte dramática, y tampoco nos ofrecen una base cómica demasiado sólida, dejando todo chiste en pura excepción. Al final, todo aparece mezclado de tal forma que el espectador ya no sabe muy bien si reír o llorar, y acaba no haciendo ninguna de las dos. Y es verdad que no es algo mil veces visto, no es el tipo de película que encontremos al doblar cada esquina, pero tampoco es lo suficientemente diferente o especial como para que deseemos hacerlo.
Ana Belén (que aparenta mucho menos de los 53 años que tiene en ésta película) y Eduard Fernández son dos actores que se hacen muy disfrutables de ver trabajando, pero en esta ocasión ella no parece lo suficientemente cómoda o preparada en escenas que le requieren romper el tono tranquilo que reina en la película, por lo que en momentos como el del “accidente” con los niños del bar la cosa parece írsele de las manos. Tal vez sea un cambio muy brusco el que tiene que hacer, pero esa no es excusa para bajar la guardia. En cualquier caso, ambos intérpretes se erigen con facilidad en lo más destacable de la función.
‘Cosas que hacen que la vida valga la pena’ funciona sólo hasta el nivel de modesto entretenimiento. Toda pretensión que fuese más allá de ese punto no se ha visto cumplida, ya que una comedia romántica o dramática como la que, suponemos, quisieron hacer, no puede permitirse tener momentos tan rematadamente poco acertados (más allá del mal gusto) como ese en el que uno de los personajes habla y ríe, borracho perdido, frente a un chico que permanece en coma en parte por su culpa. Tampoco hacen gran favor personajes como el de Rosario Pardo, haciendo de la típica amiga lanzada cuya mayor aportación a la película es la frase “hay que follar”, y las canciones de la banda sonora, aunque apreciables, no acaban de encajar. Es cierto que la película de Manuel Gómez Pereira tiene sus golpes (cualquiera de los momentos que implican a José Sacristán), pero el conjunto es una sosada de cuento, un filme con buenas intenciones y un resultado amable cuando mejor.
sábado, 2 de diciembre de 2006
Crítica | MARTIN; Ficción en Euskera, ¡y no es 'Goenkale'!
No hay nada especial que decir sobre ‘Martin’, la teleserie que emite ETB1 cada viernes a las 21:45, aunque su simple existencia o, mejor dicho, el simple hecho de que haya en el primer canal de Euskal Telebista una ficción que no sea ‘Goenkale’, ya es de agradecer. Pero la serie de Tentazioa y Hostoil es una comedia bastante apagada y carente de interés.
Protagonizada por José Ramón Soroiz y Elena Irureta, ‘Martin’ gira entorno a las andanzas de un locutor radiofónico, cuyas aventuras no van más allá de la anécdota inofensiva. Martin Manterola vive con su mujer y sus hijas y, con sus maneras de padre de familia que nunca llega a estar curado de espanto, va de aquí para allá a ver lo que toca encontrarse en cada nuevo episodio, de su colorido piso a la ajetreada radio y de allí al bar de la serie, un lugar imprescindible en cualquier producción de estas características.
En el capítulo de ayer noche, ‘Xagu txiki, xagu maite’ (‘Pequeño ratón, querido ratón’), escrito por Arkaitz Kano y dirigido por Eneko Olasagasti (‘Sí, quiero...’), las tramas eran tan descafeinadas como de costumbre. Estaba el padre que intentaba en cierto modo impedir que su hija (Amaia Iraundegi) se alejara más de él, y para ello intentaba superar en conocimientos al amigo de ésta, Benito (Xabier Mitxelena), aunque para ello hubiese que robar y mentir.
Protagonizada por José Ramón Soroiz y Elena Irureta, ‘Martin’ gira entorno a las andanzas de un locutor radiofónico, cuyas aventuras no van más allá de la anécdota inofensiva. Martin Manterola vive con su mujer y sus hijas y, con sus maneras de padre de familia que nunca llega a estar curado de espanto, va de aquí para allá a ver lo que toca encontrarse en cada nuevo episodio, de su colorido piso a la ajetreada radio y de allí al bar de la serie, un lugar imprescindible en cualquier producción de estas características.
En el capítulo de ayer noche, ‘Xagu txiki, xagu maite’ (‘Pequeño ratón, querido ratón’), escrito por Arkaitz Kano y dirigido por Eneko Olasagasti (‘Sí, quiero...’), las tramas eran tan descafeinadas como de costumbre. Estaba el padre que intentaba en cierto modo impedir que su hija (Amaia Iraundegi) se alejara más de él, y para ello intentaba superar en conocimientos al amigo de ésta, Benito (Xabier Mitxelena), aunque para ello hubiese que robar y mentir.
Estaba el típico lío de ambiente laboral, sin ninguna chicha, en el que un ratón sembraba el terror entre los trabajadores de turno. Ni las reacciones de los involucrados (Mireia Gabilondo, Jon Elola) ni la visión del ridículo animalillo llegaban a crear el más mínimo interés.
Por otro lado, estaba la trama de la abuela de la familia (Itziar Aizpuru) que, con más picardía que malas intenciones, escondía lo benigno de su tumor para seguir sintiéndose “como una reina”. Las atenciones que le dedicaba el personaje de Elena Irureta a la supuesta moribunda eran lo más destacable del episodio de ayer. También esa canción que decía “xagu ttiki, xagu xume, xagu kabroi putakume...” (“pequeño ratón, humilde ratón, ratón cabrón e hijo de puta...”), tenía cierto encanto con Josu Martinez cantándola guitarra en mano, con aires de melodía de hoguera veraniega. No es que fuesen momentos demasiado plausibles sino simplemente mejores que el resto.
José Ramón Soroiz tiene suficientes tablas como para saber moverse en comedia sin problemas, pero su trabajo en ‘Martin’ se ve claramente limitado por lo intrascendente de su papel, eso teniendo el personaje que da nombre a la serie, con que sobre el resto ya se ha dicho bastante. Elena Irureta se las apaña mejor que el anterior a pesar de tener, en lo que al guión se refiere, una base peor, pero su naturalidad y buen hacer no son explotados hasta el punto en que debieran.
José Ramón Soroiz tiene suficientes tablas como para saber moverse en comedia sin problemas, pero su trabajo en ‘Martin’ se ve claramente limitado por lo intrascendente de su papel, eso teniendo el personaje que da nombre a la serie, con que sobre el resto ya se ha dicho bastante. Elena Irureta se las apaña mejor que el anterior a pesar de tener, en lo que al guión se refiere, una base peor, pero su naturalidad y buen hacer no son explotados hasta el punto en que debieran.
El resto del reparto queda varios escalones por debajo de la pareja protagonista. Jon Elola compone el típico y tópico papel de homosexual amanerado, exagerado hasta en su teñido y demasiado parecido a todos los que hemos visto hasta ahora. Nadie les reprochará el incluir a un gay entre los personajes, todo lo contrario, pero eso no quiere decir que con la inclusión se haya cumplido. Itziar Aizpuru e Isidoro Fernández salvan los muebles como buenamente pueden. Iban Garate parece más acelerado de lo que conviene.
Aunque hay que aclarar que los actores tienen la menor de las culpas. Cuando el guión es tan simplón que parece haberse escrito sobre un par de servilletas, la labor de aquellos que dependen de él no suele ser muy llevadera. La cosa se queda en un mero entretenimiento, que no roba demasiado tiempo pero que lo roba. Las insípidas aventuras de Martin y los suyos están por encima de las vividas por los telefílmicos personajes de ‘Goenkale’, pero no son excusas para dar por buena esta otra serie de la ETB.
Aunque hay que aclarar que los actores tienen la menor de las culpas. Cuando el guión es tan simplón que parece haberse escrito sobre un par de servilletas, la labor de aquellos que dependen de él no suele ser muy llevadera. La cosa se queda en un mero entretenimiento, que no roba demasiado tiempo pero que lo roba. Las insípidas aventuras de Martin y los suyos están por encima de las vividas por los telefílmicos personajes de ‘Goenkale’, pero no son excusas para dar por buena esta otra serie de la ETB.
(Foto: José Ramón Soroiz y Elena Irureta)
viernes, 1 de diciembre de 2006
Crítica | ARRESTED DEVELOPMENT; Una familia no muy ejemplar en un canal que lo es menos aún
Puedo entender que un canal público con una deuda de más de 7.000 millones de euros quiera deshacerse de una serie que no le es rentable (TVE-1 con ‘Perdidos’) y, para ello, se la ventile en tandas de 3 episodios. También puedo llegar a entender (que no compartir) la decisión por parte de un canal privado que sólo piensa en dinero, dinero y más dinero (Telecinco) de retirar a los cuatro capítulos otra serie que tampoco le es rentable (aunque ésta, ‘Vientos de agua’, sea de lo mejor que ha dado la ficción española en años). Lo que no puedo entender es que un canal digital, financiado por el dinero de sus abonados, emita la primera temporada de una serie y no haga lo mismo con las otras dos que la siguen. ¿Si pagamos no es también para que nos den lo que no encontraríamos en otro sitio?
‘Arrested development’, creada por Mitchell Hurwitz, no es una serie que emitirían Telecinco o Antena 3. Si acaso La 2, pero para eso tendrían que buscar un hueco entre Florecientas y demás tonterías. No, ‘Arrested development’ no es la típica comedia de 25 minutos que se ve con los ojos cerrados y con la mente en blanco. Es bastante arriesgada, y si ha sobrevivido en Estados Unidos por tres temporadas es por ser buena, de calidad. ¿Qué cosas, no? En la FOX estadounidense (un canal generalista como ABC, CBS, NBC...) aguantó más que en la FOX española (digital o de cable, en ambos casos no precisamente gratuito).
‘Arrested development’, uno de cuyos productores ejecutivos es el director Ron Howard (‘El código Da Vinci’), narra, como dicen en los créditos de la serie, “la historia de una familia acaudalada que lo perdió todo y de un hijo que no tuvo más remedio que mantenerlos unidos a todos”. Podríamos dejarlo en que antes que acaudalada es disfuncional, pero la familia Bluth merece un análisis más a fondo.
Todo comienza cuando George Bluth Senior (un estupendo Jeffrey Tambor, nominado al Emmy en 2004 y 2005 por este trabajo) es arrestado en el episodio piloto. Los trapos sucios de su trabajo como cabeza de la empresa familiar se irán revelando como bastante más gordos de lo que parecen en un principio. Encarcelado el patriarca, su hijo Michael (perfecto Jason Bateman) toma el mando de la empresa y pasa a ocuparse a su vez del resto de la familia. Y no es tarea fácil. Ningún miembro de la familia Bluth, a excepción del adorable, preocupado e irónicamente serio Michael, pasaría el examen de conducta más elemental.
La madre de Michael, Lucille (una insuperable Jessica Walter, recordada por ‘Escalofrío en la noche’ de Clint Eastwood), dista mucho de ser toda una señora. Es ácida cuando mejor, pero en la serie vemos en ella otras caras mucho menos amables: es racista, homófoba, cruel e hiriente, además de alcohólica e insultantemente clasista (“¡Luz, ese abrigo cuesta más que tu casa!” le propina a su asistenta en un capítulo, aunque acto seguido se vuelve hacia su hijo y rectifica con un “sólo es una broma, si ni siquiera tiene casa”). Lindsay (Portia de Rossi, que es más que una guapísima actriz), la hermana de Michael, es una inconsciente de campeonato y una “madre durmiente” que no sabe en qué curso está su hija (Alia Shawkat), aunque se ve superada por su marido, el “doctor” Tobias Fünke (David Cross), que parece luchar por el título al hombre más patético del mundo. El extraño y enfermizamente enmadrado Buster (Tony Hale) y el sinvergüenza Gob (Will Arnett), los otros dos hermanos de Michael, y el hijo de éste (Michael Cera), un adolescente que no tiene precisamente el don de la oportunidad, completan la galería de estrafalarios personajes de esta fantástica serie.
Los Bluth, residentes en un Orange County bastante más apasionante que el que se ve en ‘The O.C.’, no reportarán audiencias importantes a los canales de televisión, pero pueden presumir de no dejar indiferente a nadie que siga sus andaduras. ‘Arrested development’ es rápida (hay que tener los cinco sentidos a punto a la hora de ver un episodio de la serie), divertida, mordaz y tremendamente crítica, la típica producción que no sentaría demasiado bien a una familia burguesa norteamericana. Los guiones y el montaje son de los más ágiles que se hayan visto en televisión en mucho tiempo.
En la primera temporada aparecen en papeles episódicos actores como Liza Minnelli (divertidísima en la piel de Lucille Austero, amiga y eterna rival de Lucille Bluth), Judy Greer (la secretaria Kitty), Leonor Varela (que fue sustituida a mitad de temporada por la inferior Patricia Velasquez), Amy Poehler (la fugaz esposa de Gob), Julia Louis-Dreyfus (una peculiar abogada “ciega”) y Heather Graham (una profesora de ética que “adora a Saddam Hussein”). En la tercera entrega de la serie participa la oscarizada Charlize Theron, pero esto en España lo sabemos de oídas.
‘Arrested development’, uno de cuyos productores ejecutivos es el director Ron Howard (‘El código Da Vinci’), narra, como dicen en los créditos de la serie, “la historia de una familia acaudalada que lo perdió todo y de un hijo que no tuvo más remedio que mantenerlos unidos a todos”. Podríamos dejarlo en que antes que acaudalada es disfuncional, pero la familia Bluth merece un análisis más a fondo.
Todo comienza cuando George Bluth Senior (un estupendo Jeffrey Tambor, nominado al Emmy en 2004 y 2005 por este trabajo) es arrestado en el episodio piloto. Los trapos sucios de su trabajo como cabeza de la empresa familiar se irán revelando como bastante más gordos de lo que parecen en un principio. Encarcelado el patriarca, su hijo Michael (perfecto Jason Bateman) toma el mando de la empresa y pasa a ocuparse a su vez del resto de la familia. Y no es tarea fácil. Ningún miembro de la familia Bluth, a excepción del adorable, preocupado e irónicamente serio Michael, pasaría el examen de conducta más elemental.
La madre de Michael, Lucille (una insuperable Jessica Walter, recordada por ‘Escalofrío en la noche’ de Clint Eastwood), dista mucho de ser toda una señora. Es ácida cuando mejor, pero en la serie vemos en ella otras caras mucho menos amables: es racista, homófoba, cruel e hiriente, además de alcohólica e insultantemente clasista (“¡Luz, ese abrigo cuesta más que tu casa!” le propina a su asistenta en un capítulo, aunque acto seguido se vuelve hacia su hijo y rectifica con un “sólo es una broma, si ni siquiera tiene casa”). Lindsay (Portia de Rossi, que es más que una guapísima actriz), la hermana de Michael, es una inconsciente de campeonato y una “madre durmiente” que no sabe en qué curso está su hija (Alia Shawkat), aunque se ve superada por su marido, el “doctor” Tobias Fünke (David Cross), que parece luchar por el título al hombre más patético del mundo. El extraño y enfermizamente enmadrado Buster (Tony Hale) y el sinvergüenza Gob (Will Arnett), los otros dos hermanos de Michael, y el hijo de éste (Michael Cera), un adolescente que no tiene precisamente el don de la oportunidad, completan la galería de estrafalarios personajes de esta fantástica serie.
Los Bluth, residentes en un Orange County bastante más apasionante que el que se ve en ‘The O.C.’, no reportarán audiencias importantes a los canales de televisión, pero pueden presumir de no dejar indiferente a nadie que siga sus andaduras. ‘Arrested development’ es rápida (hay que tener los cinco sentidos a punto a la hora de ver un episodio de la serie), divertida, mordaz y tremendamente crítica, la típica producción que no sentaría demasiado bien a una familia burguesa norteamericana. Los guiones y el montaje son de los más ágiles que se hayan visto en televisión en mucho tiempo.
En la primera temporada aparecen en papeles episódicos actores como Liza Minnelli (divertidísima en la piel de Lucille Austero, amiga y eterna rival de Lucille Bluth), Judy Greer (la secretaria Kitty), Leonor Varela (que fue sustituida a mitad de temporada por la inferior Patricia Velasquez), Amy Poehler (la fugaz esposa de Gob), Julia Louis-Dreyfus (una peculiar abogada “ciega”) y Heather Graham (una profesora de ética que “adora a Saddam Hussein”). En la tercera entrega de la serie participa la oscarizada Charlize Theron, pero esto en España lo sabemos de oídas.
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