Uno de los mayores peligros a la hora de presentar un hecho real como argumento para una ficción es implicarse demasiado y convertir la acción en una lucha entre “buenos” y “malos”. Otro de los peligros es no implicarse en absoluto y narrar los hechos desde tal distancia que el argumento se antoje frío y los personajes lejanos. “El caso Wanninkhof”, que se emitió en La 1 de TVE los días 19 de junio y 3 de julio, no lograba el equilibrio entre ambos extremos.
Luisa Martín en "El caso Wanninkhof" El argumento será conocido por la mayoría: el sumario contra Dolores Vázquez por el asesinato de Rocío Wanninkhof, una joven de Mijas que desapareció en 1999. El caso provocó un enorme impacto social, saltando de las páginas de sucesos a las portadas de todos los periódicos. Pero a parte de la gravedad de los hechos, lo que hizo tristemente famoso el caso fue el tratamiento frívolo que obtuvo por parte de la mayoría de los medios, sobre todo televisivos, que dejó al descubierto los prejuicios de una sociedad más inclinada a culpar sin pruebas a una mujer difícil, seria y lesbiana, que a esperar una investigación en condiciones. Con el tiempo, también sacaría a la luz la vergonzosa negligencia de los cuerpos de seguridad que se encargaron del caso, más interesados en dar carpetazo cuanto antes a un suceso que había obtenido demasiado seguimiento que a cumplir con su deber de forma eficiente e imparcial.
Un caso difícil de digerir en la vida real. Qué decir, pues, de lo espinoso de aceptarlo como ficción seria de prime time. A los directores, Fernando Cámara y Pedro Costa, y a los guionistas, Juan Cavestany y Antonio Ojeda (el propio Costa también colabora en el guión), no se les puede culpar de haber descuidado de entrada y por completo el tratamiento que le iban a dar al caso o de convertir la miniserie en vehículo para el morbo. Pero las cosas han salido mal.
Cuando el relato no guarda sorpresas (porque no se nos ofrecen datos hasta ahora desconocidos, excepto para aquellos que aún piensen que Dolores Vázquez sigue entre rejas) toda la atención recae sobre la forma de narrar los hechos y, tanto o más, sobre los encargados de poner rostro a los implicados. En estos dos últimos puntos los responsables de la miniserie se han visto absoluta e imperdonablemente incapaces de dotar a la narración del pulso necesario y de elegir a un elenco adecuado para dar vida a los protagonistas.
Basta poner como ejemplo las secuencias de juicio, que son buena parte de la duración total de esta ficción, para ver que la acción transcurre a trompicones en demasiados puntos de la historia. Unos y otros testimonios están mal enlazados. Unas escenas quedan cortas, otras se detienen en cosas que no deberían.
El guión tiene agujeros aquí y allá, lo que pasaría desapercibido si no se diesen en momentos tan señalados. Los diálogos flaquean en los momentos cumbre, como cuando vemos por primera vez al verdadero asesino (Robin James Jones se llama en la ficción), que no podía tener frase mejor y más original que un teatral “invita la casa” para celebrar que han enjuiciado a otra por lo que él ha hecho. Las cosas que sabemos desgraciadamente verídicas, como esa prueba de la malsana expectación de la gente por entrar en el juzgado y presenciar el linchamiento, quedan desenfocadas e incluso risibles: “audiencia pública”, grita una voz en el primer episodio, y acto seguido vemos a un montón de extras precipitándose al interior de la sala de la forma más falsa.
En el reparto, Juanjo Puigcorbé se estrella con todos los trastos en su papel de abogado angelical y perfecto, comprensivo hasta el último músculo de su cuerpo. Es un personaje bueno hasta el ridículo, con sus lágrimas y con ese tono de voz conciliador. Su interpretación es un desastre sin paliativos, y de algo así no sólo se puede culpar a un guión. En contraposición, el actor belga Frank Feys es empujado a construir un malo de manual que de tan asqueroso pasa a ser más una caricatura, lo que no podía ser más insultante en este caso.
Más grave es, de todos modos, ver a Belén Constenla (que interpreta a la madre de Rocío) convertida no en otra víctima sino prácticamente en villana, ciega ante las inocencia de su ex pareja. Y es que el relato debería haberse centrado casi por igual en ambas víctimas de este “caso Wanninkhof”. De hacer protagonista a una de las dos se debería de haber tenido más cuidado.
La que sí acierta, y menos mal, es Luisa Martín, que interpreta a Victoria Álvarez (o sea, Dolores Vázquez) de forma intachable, lo que unido a sus últimos trabajos dramáticos la convierte, ya oficialmente, en una gran actriz.
Pero para que el juicio general sobre “El caso Wanninkhof” sea justo hay que destacar dos datos, que tienen que ver con decisiones de TVE: por un lado, las prisas con las que, según los responsables de la miniserie, trabajó el equipo para finalizar a tiempo el proyecto y, por otro lado, el espacio de tiempo que se dejó entre el primer y el segundo episodio (dos semanas). De un día para otro o, a lo sumo, de una semana a la siguiente es la distancia ideal para separar los capítulos que componen una miniserie, pero la Eurocopa se interpuso y por mucho que repitas el primer episodio, que programes un documental en relación con el caso y que cuelgues el primer episodio íntegro en la web, la distancia hace el olvido y hasta el más interesado puede desistir. Y cuánto más si no se trata de un trabajo brillante.