domingo, 18 de mayo de 2008

Crítica | EXPEDIENTE CAMMERMEYER; Lucha contra la discriminación en clave patriótica

“Expediente Cammermeyer” puede sorprender a muchos aún hoy. Parte de la sociedad parece tener problemas todavía para entender la homosexualidad como algo que no es consecuencia de ninguna ideología, ni es sinónimo de enfermedad, ni supone impedimento para desempeñar bien un trabajo o ser buen vecino. En la película, cuando la protagonista, una militar patriótica donde las haya, se confiesa lesbiana, el castillo de naipes que ha ido levantado durante décadas con tanto esfuerzo amenaza con derrumbarse.
Glenn Close y Judy Davis en "Expediente Cammermeyer"
Años antes de que la homosexualidad se convirtiese en el ejército estadounidense en oscuro secreto sobre el que no debería preguntarse ni mencionarse nada, el caso de Margarethe Cammermeyer hizo correr ríos de tinta. La mujer, noruega de nacimiento, llegó en su día a coronel pero las cosas se torcieron cuando un agente del servicio de investigación interna le preguntó por su condición sexual directamente. Se vio incapaz de mentir.

En la película, estrenada en la NBC en 1995 y protagonizada por Glenn Close –que brilla ahora de nuevo en televisión con “Daños y perjuicios (Damages)”–, somos testigos de la historia de Cammermeyer desde que, ya en la cuarentena, y todavía en pleno ascenso en su carrera, conoce a una artista llamada Diane (Judy Davis). Se siente interesada por ella desde el principio. Cuando tras una cena Diane se refiere a su encuentro como “nuestra primera cita”, Margarethe, divorciada y con cuatro hijos, se sorprende sólo a medias.

“Expediente Cammermeyer” (“Serving in Silence: The Margarethe Cammermeyer Story”) se centra entonces en los esfuerzos de la protagonista por seguir haciendo su vida con la mayor normalidad posible. El rechazo de su padre (Jan Rubes, “Único testigo”) y el recelo inicial de uno de sus hijos (Lance Robinson) pasan a un segundo plano cuando llega la pregunta en el trabajo: “¿Ha practicado alguna vez actos inmorales?”.

El ejército, “una institución razonable” a ojos de Margarethe, considera la homosexualidad razón de más para retirarle el reconocimiento oficial. Comienza entonces para ella una ardua batalla legal para tratar de cambiar las normas.

Lesbiana, militar y a buen seguro conservadora, un cóctel imposible para aquellos que no entiendan lo que es la sexualidad de las personas. Pero el telefilme es muy claro al respecto: nos presentan a la protagonista como la misma persona en todo momento, sólo que más fuerte si cabe en el tramo final, aun con todo lo que se le viene encima. Es tan eficiente en su trabajo al principio, como respetada militar y madre, como después de iniciar su relación con Diane.

Tanto la dirección de Jeff Bleckner como el guión de Alison Cross son bastante estimables. Sólo en ocasiones se le puede achacar a la película alguna arritmia, con escenas cortas y atropelladas, que parecen estar sacrificando algo de autenticidad en favor de un ritmo más vivo. En lo demás, su capacidad para acercarse al espectador depende del apego o desapego que pueda sentir uno hacia el ejército norteamericano.

“Expediente Cammermeyer” se beneficia enormemente de esas dos grandes damas de la interpretación que son Glenn Close y Judy Davis. El trabajo de Close es de una naturalidad infinita, sabe fundir en una a la Margarethe que lleva con el máximo orgullo su uniforme y a la Margarethe madre y atenta compañera. Resulta imposible pensar en ella como Glenn Close, la actriz, cuando está metida en su personaje. La entusiasta y sincera interpretación de Davis, en un personaje abierto y alegre por fuera pero con sus contradicciones, es otro acierto redondo.

Recibieron sendos Emmys por este sólido y necesario telefilme que no deja de ser actual.

viernes, 16 de mayo de 2008

Crítica | OCTOBER ROAD; Más que un recuerdo

Otra historia sobre el regreso a los orígenes, esta vez en clave dramática. Eso sí, muy pero que muy light. Enfrentarse al pasado, que implica a familiares en declive, amigos rencorosos y amores traicionados, es para el protagonista de esta nueva serie (los lunes a las 21:30 en Cosmopolitan) un camino de espinas, pero el espectador que no se enamore de este guaperas no podrá dejar de pensar que se merece todo lo que le pasa.
Laura Prepon y Bryan Greenberg en "October Road"
La historia se abre en el verano del 97 en Knights Ridge, un pueblo ficticio de Massachusetts. Asistimos a la singular despedida que le ofrecen a Nick (Bryan Greenberg, “One Tree Hill”) sus amigos y su novia. Pero no hay por qué hacer tanto el idiota, se va a Europa sólo por seis semanas, según él.

El caso es que no vuelve hasta pasados diez años. En ese intervalo de tiempo ha escrito una novela, en la que, por cierto, despelleja a la mayoría de sus antiguos amigos, a su ex-novia... Pero en la actualidad está en plena crisis creativa, por lo que cuando su editor le ofrece dar “un seminario intensivo de un día sobre el arte de la novela” en su pueblo natal, decide que es la excusa perfecta para volver.

Y todo va mal, por supuesto. Se encuentra a un padre (Tom Berenger) a medio devorar por una rutina destructiva y deprimente; a una ex-novia (Laura Prepon) que por lo visto no esperó mucho tiempo el regreso de su amado (tiene un hijo de diez años); un ex mejor amigo (Geoff Stults) que parece dispuesto a vengarse (todo muy light, insisto), otro amigo (Jay Paulson) que permanece encerrado en casa desde el 11 de septiembre de 2001 (este se supone que debía ser el personaje adorable de turno, pero es en realidad una de las meteduras de pata más graves de la serie) y compañía.

Uno de los problemas de “October Road” es que se trata de un producto bastante blandito. Otro es que por muchos asuntos pendientes que nos digan que hay por resolver, la serie no parece tener tanto que contar, y si lo tiene, los guionistas no consiguen convencernos de ello. Esas canciones pop a las que tanto recurren parecen estar ahí para llenar un vacío irreversible.

Por otro lado, la falta de originalidad en la trama no se compensa con el perfil que han trazado para el protagonista, y es un problema, porque la mayor parte del peso de la serie recae sobre él: Nick es básicamente un traidor, alguien que se marchó no se sabe muy bien por qué, que decidió no volver y que lejos de olvidar a los suyos los utilizó en su propio beneficio y encima de forma que estos lo supiesen y pudiesen sentirse heridos.

A su vuelta, ¿se supone que deberían tratarle mejor? Y al no ser así, ¿deberíamos identificarnos con alguien como él? Hay que tener muchas ganas para entenderle y Bryan Greenberg, con ese toque de víctima romántica que le da al personaje, tampoco ayuda. El guión, ya por rematar, lo tuerce todo de tal forma que tampoco puedes olvidarte de él y ponerte del lado de sus “adversarios”. No tienes a nadie más que a él: ¿lo tomas o lo dejas?

Todo se reduce, pues, a un constante regreso al pasado que sólo puede llevar al protagonista al callejón sin salida del “hice mal, ahora me doy cuenta, y lo siento”. Demasiado simple para toda una serie. Y, de nuevo, demasiado blandito.

En uno de los primeros episodios un personaje dejaba caer que “el pasado sólo es un recuerdo”. Para “October Road” está claro que no es así. Es su razón de ser, más allá de eso seguramente no habrá nada.