miércoles, 23 de abril de 2008

Crítica | CIBERSEDUCCIÓN: SU VIDA SECRETA; Otra pesadilla familiar a toda pantalla

¡Peligro! Lifetime quiere enseñarnos algo. Y ya sabemos cómo va esto: entre lo que intuimos que querían contarnos y lo que finalmente vemos en pantalla media un abismo. Y es que para decirnos, entre otras cosas, que la pornografía no va en la estantería de “Educación sexual” no había que orquestar un desaguisado como el que es “Ciberseducción: su vida secreta” (“Cyber Seduction: His Secret Life”).
Jeremy Sumpter y Kelly Lynch
en "Ciberseducción: su vida secreta" (Tom McLoughlin, 2005)
En su imparable trayectoria como creadora de bochornosas pesadillas familiares a toda pantalla, el canal estadounidense Lifetime se decantó esta vez por la historia de un adolescente que se engancha al porno virtual y comienza a destruir así su vida familiar, social y educativa. Y canales autonómicos como ETB y Televisión Canaria, con la eterna excusa de que no es suya toda la basura que emiten, nos la trajeron a casa.

El telefilme comienza con el intento de suicidio de un chaval en una piscina. La maquinaria Lifetime ya se ha puesto en marcha y el primer mensaje dice: imagina si será grave e importante lo que venimos a contar cuando un adolescente ha llegado al extremo de querer acabar con su vida.

Acto seguido, aparece en la pantalla el inevitable rótulo de “tres meses antes” y la piscina se convierte en un escenario muy distinto. Es día de competición y uno de los nadadores que han ganado es nuestro protagonista, Justin (Jeremy Sumpter, el Peter Pan de la versión cinematográfica de P.J. Hogan). Pronto conoceremos también a su familia (esta vez les toca a los Petersen), que será la que sufra todo lo imaginable en los próximos 90 minutos.

El patriarca familiar, Richard (John Robinson), como es costumbre en estos telefilmes, es un hombre demasiado permisivo, tirando a memo, con lo que todo el peso de la educación del hijo recae sobre la madre, Diane (una histriónica Kelly Lynch, “Drugstore Cowboy”).

Esta madre no es de las que se toman las cosas con calma: la primera vez que descubre a Justin viendo pornografía en su ordenador su reacción le lleva a correr a despertar a su marido en mitad de la noche. Más creíble hubiese sido, en todo caso, llamarle la atención al chaval, esperar a la mañana siguiente y echar unas risas en el desayuno, con el chaval sonrojado etc. Pero esta es una familia americana de bien, con auténticos valores y madres coraje que ven la muerte acechar la primera vez que sus niños se caen del triciclo.

Tampoco la reacción del protagonista es la más lógica: una vez su madre le ha descubierto, espera algo así como dos minutos y vuelve al ordenador. Quizás es el único momento de la función en el que los guionistas logran que pensemos seriamente que lo de este niñato va más allá del típico comportamiento adolescente.

Pero el espectáculo no ha hecho más que comenzar. Después de descender a lo que se nos da a entender son los infiernos del porno virtual, Justin empieza a empeorar en natación, comienza a observar entre lujurioso e hipnotizado a sus compañeras de instituto y, para colmo, coge la fea costumbre de cerrar la puerta de su cuarto para estar a solas con la pantalla de su ordenador (la primera vez que lo hace se supone que debía ser la escena más escalofriante del telefilme, insisto, se supone).

Pronto empieza a rondar a Monica (Nicole Dicker, actriz que no ha vuelto a ponerse delante de la cámara después de este telefilme, lo que no es de extrañar), la chica más lanzadita del instituto, y cuando su madre se arma de programas de control paterno para blindar el ordenador, Justin, adicto ahora también a las bebidas energéticas, comienza su corrompida búsqueda fuera de casa. Como es de esperar, no tarda en echar a perder su relación con su novia Amy (Lyndsy Fonseca, “Mujeres desesperadas) y en ganarse una paliza por parte de algunos compañeros de instituto.

Coincidiremos en que la pornografía no es en absoluto un documental y en que puede llegar a distorsionar la imagen del sexo que tienen los adolescentes al dibujar las relaciones sexuales como actos gimnásticos genitalizados. Pero aquí lo que empieza como una especie de recordatorio demasiado conservador evoluciona hasta acabar convertido en el caso límite más exagerado para provocar las reacciones más desproporcionadas, por parte de la madre del telefilme y por parte del espectador poco o nada formado.

La Conferencia Episcopal Española tendrá en su particular videoteca “Ciberseducción: Su vida secreta” entre las piezas del séptimo arte más recomendadas para jovencitos descarriados, depravados, pervertidos, depredadores sexuales en potencia y semejantes. A mí, personalmente, no se me ocurre peor ejemplo de telefilme con pretensiones educativas.

sábado, 5 de abril de 2008

Crítica | JURAMENTO HIPOCRÁTICO; Una carrera contrarreloj frente a una doctora inflexible

Pocas cosas resultan tan escalofriantes, por realistas y cercanas, como las historias sobre médicos que parecen olvidarse de que las enfermedades que tratan las padecen pacientes de carne y hueso y que hay junto a ellos familiares en la más interminable de las esperas. “Juramento hipocrático” (“...First Do No Harm”) se infiltra en la vida de una familia destrozada por la enfermedad de su miembro más joven y enfrentada a una doctora de dudosos principios.
Meryl Streep, Fred Ward y Seth Adkins
en "Juramento hipocrático" (Jim Abrahams, 1997)

El juramento hipocrático es el compromiso que hacen público los futuros médicos ante su comunidad una vez acabada la carrera. Entre las promesas que hacen está, lógicamente, la de ejercer la profesión con miras a la recuperación de los enfermos sin causarles daño alguno. Con parte del texto que conforma el juramento se abre este telefilme dirigido por Jim Abrahams en 1997 para la ABC estadounidense.

De ese juramento pasamos a conocer a Lori Reimuller (Meryl Streep), que lee junto a su hijo Robbie (Seth Adkins) el cuento de “El traje nuevo del emperador”. Las escenas que siguen nos presentan al resto de la familia: la hermana mayor, Lynne (Mairon Bennett); el hermano mediano, Mark (Michael Yarmush), y el padre, Dave (Fred Ward), que llega a casa trayendo consigo un caballo (no en vano viven en una pequeña granja). Una estampa perfecta.

Pero esto es un telefilme dramático y sabemos que es precisamente en el momento en que la idílica foto de familia queda plasmada cuando las amenazas acechan con más fuerza. En “Juramento hipocrático” la protagonista no tarda en recibir una llamada desde la escuela de Robbie diciéndole que el niño ha sufrido una aparatosa e inexplicable caída.

Más tarde, ya en casa, y ante la mirada de su madre y sus hermanos, Robbie sufre un ataque epiléptico. El niño es ingresado en el hospital y empieza para él y para sus padres un sufrimiento que se prolongará durante prácticamente todo el metraje.

El espectador tampoco lo tiene nada fácil. A pesar del cuidado con que está hecho “Juramento hipocrático”, éste no es un telefilme fácil de ver. Son innumerables los ataques que sufre el personaje de Seth Adkins a lo largo de la película y el maquillaje y la propia interpretación del joven actor recrean de forma bastante real el empeoramiento de la salud de Robbie.

En la historia, la progresiva degeneración del niño va acompañada de numerosos problemas económicos para los Reimuller, de una crisis en las relaciones familiares (Lynne y Mark pasan a ser casi invisibles para sus padres) y de un agotamiento físico y emocional que sobre todo afecta a Lori.

Las cosas empeoran por momentos y la entrada en acción de la doctora Abbasac (Allison Janney, “El ala oeste de la casa blanca”) no hace sino hundir aún más a Lori. La doctora trabaja con el desapego de quien ha visto tanto sufrimiento que nada puede ya sorprenderle. Contempla el estado de Robbie, sus ataques, y las reacciones de su madre como si fuesen capítulos de un serial que ya hubiese visto cientos de veces. En ocasiones su cara expresa casi esfuerzo por mostrar interés hacia las dudas y quejas de la protagonista.

Pero no es prudente emitir un juicio sobre una profesional de la medicina sólo por su lenguaje corporal. Lo que convierte a la doctora Abbasac en declarada amenaza para los intereses de los Reimuller es su extrema firmeza (rayana en la intolerancia) ante lo que ella considera decisiones médicas acertadas. De no conseguir que los ataques del niño remitan, es cuestión de tiempo que se quede en estado vegetativo, de modo que hay que actuar ya. Pero los métodos de la doctora implican siempre agresivos fármacos con terribles efectos secundarios para Robbie.

Una de las escenas más impactantes nos muestra a Lori presenciando el intento de los médicos de frenar uno de los ataques más violentos de su hijo. La doctora Abbasac pide un medicamento en una dosis concreta y para cuando le entregan el vaso de plástico que lo contiene, éste se está deshaciendo como si portase ácido sulfúrico. El rostro de Meryl Streep en esta escena dice más que todos los diálogos de la película juntos.

Todas las alarmas se encienden en Lori y la protagonista decide empezar a investigar por su cuenta. En su búsqueda encuentra un tratamiento alternativo para reducir la intensidad de los ataques epilépticos denominado “dieta ketogénica”, que en algunos casos incluso ha conseguido mantener a personas epilépticas libres de ataques durante años.

Pero cuando Lori intenta proponerle a la doctora la exploración de esa otra vía de tratamiento, se encuentra con el equivalente médico al muro de Berlín.

Queda claro desde un principio que no es el objetivo de “Juramento hipocrático” convertir esto en la cruzada de una madre-heroína contra los matasanos del demonio. Esa madre no se nos presenta perfecta de ningún modo en la película (como se ve cuando intenta sacar a su hijo del hospital sin consentimiento y con todos los peligros que podría conllevar en el estado del niño), pero defiende con la necesaria dureza que algunos médicos pueden poner en peligro a sus pacientes por ir continuamente a contracorriente y hacer oídos sordos a las segundas opiniones.

Satanizar en exceso a la doctora Abbasac hubiese sido convertir “Juramento hipocrático” en un telefilme mucho más entretenido, pero también hubiese supuesto lanzar un mensaje peligrosamente borroso. La película de Jim Abrahams es todo prudencia y hace bien al presentar a personajes que ejercen la profesión médica (como los interpretados por Oni Faida Lampley y Tom Butler) y que se revelan como personas abiertas y comprensivas.

En una interpretación convenientemente fría, Allison Janney, que tiene infinitamente menos tiempo en pantalla que Jordi Rebellón en “Hospital Central” y ni una sola de las ingeniosas frases de Hugh Laurie en “House”, consigue que su personaje cree en el espectador un sentimiento de impotencia que resulta de lo más incómodo.

La impotencia que tan bien transmite la propia Meryl Streep en su enérgica interpretación debería haber estado ayudada por una banda sonora más fuerte y envolvente que la que firma Hummie Mann. Por lo demás, los técnicos acreditados en la película cumplen bien con sus respectivos cometidos.

Admito un desconocimiento absoluto de todos los términos médicos, fármacos y tratamientos que se mencionan en la película, pero “Juramento hipocrático” consigue transmitir su mensaje sin ningún problema. Es en buena medida un drama de pañuelos, eso no puede negarse, y no tiene la fuerza de “El aceite de la vida” (George Miller, 1992) ni mucho menos, pero es un telefilme digno y sincero donde los haya.

martes, 1 de abril de 2008

Crítica | ESA TONTERÍA LLAMADA ASESINATO; Maldad evidente y extrema

Puede que estemos ante un hecho histórico: por primera vez, que yo recuerde, un telefilme de la casa Lifetime no manipula al espectador ni insulta su inteligencia. “Esa tontería llamada asesinato” (“A Little Thing Called Murder”), que se emitió ayer a las 17:30 en Canal+, es una astuta mezcla de comedia negra y docudrama, un divertimento con ritmo y con una interpretación central (de Judy Davis) que pasará a la historia reciente de la ficción televisiva como una de las mejores y más premeditadamente sobreactuadas.
Judy Davis y Jonathan Jackson
caracterizados como Sante y Kenny Kimes

El canal norteamericano Lifetime puso, por una vez, uno de sus proyectos en buenas manos. El director es el también actor Richard Benjamin (“Esta casa es una ruina”, “Sirenas”), que últimamente no andaba muy inspirado tras las cámaras pero del que no se puede negar que tiene experiencia y bastante buena mano. Los protagonistas son Judy Davis (ganadora de tres Emmys) y una joven promesa, Jonathan Jackson, salido de la cantera de la telenovela estadounidense “General Hospital”.

El resultado es un entretenidísimo telefilme que no depara retratos maniqueos de perfectas familias destruidas por depredadores sexuales, vecinos acosadores o niñeras psicópatas. Está basado en hechos reales, pero tiene el acierto de dosificar los lloros y dar protagonismo a la comedia. Trata sobre dos personas inmorales que cometieron toda clase de atrocidades, pero la comedia funciona de todos modos. Hay que ser bueno para lograr algo así.

Este caso real ya nos lo habían contado antes en “Maldad encubierta” (“Like Mother, Like Son: The Strange Story of Sante and Kenny Kimes”), que se emitió en el Multicine de Antena 3 (¿dónde si no?). Se trata de la carrera criminal de Sante Kimes y su hijo pequeño, Kenny, que fueron de estafa en estafa, de robo en robo y, una vez desmelenados, de asesinato en asesinato, recorriendo Estados Unidos de punta a punta.

En “Maldad encubierta”, el director Arthur Allan Seidelman convirtió a Mary Tyler Moore en una Sante Kimes bastante elegante en un telefilme bastante más dramático y que se centraba, sobre todo, en el asesinato de la multimillonaria neoyorquina Irene Silverman (interpretada entonces por Jean Stapleton).

Es curioso ver cómo una misma historia puede dar pie a retratos tan dispares. Lo que en “Maldad encubierta” era misterio de medio pelo e interpretaciones (cuando mejor) esforzadas, en “Esa tontería llamada asesinato” es un festival de meditada sobreactuación e ironía desmadrada y maliciosa. Son los que menos gravedad le imprimen al tono de la historia (que no a los actos criminales en sí) los que mejor han sabido retratar la falta de moralidad de este peculiar equipo de delincuentes.

Judy Davis interpreta a Sante como una diva de pega, una mujer excesiva en todos los aspectos. Se la compara en el telefilme con Elizabeth Taylor, con sus pelucas y ropas extravagantes, pero es vulgar y rastrera como ella sola. Es una madre que nada tiene que ver con las típicas y aburridas heroínas Lifetime, es una esposa agresiva y una educadora nefasta.

Nunca queda claro hasta qué punto es lo que es a causa de los traumas de su infancia o si es parte natural de su retorcida personalidad. Es una estafadora, una asesina y una antisocial de mucho cuidado, en cualquiera de los casos. Todo en lo que se ve envuelta son, a sus ojos, pequeños asuntos y malentendidos, tonterías, pero el espectador presencia robos en restaurantes, incendios provocados, vejaciones y, por supuesto, violentos asesinatos.

A su hijo menor, Kenny (Jonathan Jackson), el más fácilmente manipulable, le ha educado de tal forma que ha ido quedando anulada su capacidad de distinguir el bien del mal. Ya de niño, cuando su profesora particular le lee una versión de “Pedro y el lobo” y Kenny, habiendo entendido la moraleja, dice que no volverá a mentir nunca más, Sante monta en cólera y se dirige a una aterrorizada profesora con estos argumentos: “Hay un momento para mentir y otro momento para no hacerlo. Pero seré yo quien se lo enseñe”.

Más tarde, tras acostarlo, Sante intenta poner orden a su manera en la cabeza de Kenny: “Las personas siempre creen a tu madre. Mamá es tan lista que puede convencer a la gente de que no hay ningún lobo incluso cuando está aullando en la puerta”. “Pero, ¿y si el lobo entra por la puerta y quiere morderme?, pregunta Kenny. “Oh, tranquilo, le pegaremos un tiro”. Lecciones de una madre. Lecciones que llevan a la práctica.

El trato que dispensa a sus asistentas merece capítulo a parte. Se dice en el telefilme que Sante Kimes fue la segunda persona en el siglo XX en ser condenada por trata de esclavos. Y ella misma, para despejar dudas, y delante de su joven asistenta Lydia (Maria Dimou), dice de ella que “es mi pequeña esclava y la adoro”.

Después de pasar una temporada en prisión (que se nos presenta en el telefilme como la época de mayor felicidad e independencia para Kenny), Sante vuelve a casa y sus lecciones empiezan a ganar en intensidad. Cuando su marido Ken (Chelcie Ross) muere, ya no hay nada que detenga a esta madre sin par.

Todo en “Esa tontería llamada asesinato” está una nota por encima, en especial la interpretación de Judy Davis, y es en buena parte por eso por lo que resulta tan divertido de ver. La estupenda actriz australiana construye un personaje que, al contrario que la aceptable creación de Mary Tyle Moore en “Maldad encubierta”, hace reír y transmite perfectamente el mensaje de que ese ser no tiene límites.

Y sus víctimas se van amontonando, aunque se las ingenie para que no se encuentren los cuerpos. Pero ahí está su propio hijo, todo un ejemplo de las consecuencias de ese huracán delictivo que tiene por madre.