viernes, 31 de agosto de 2007

Crítica | C.L.A. NO SOMOS ÁNGELES; Ni médicos, ni enfermeras...

En principio siempre será mejor un culebrón autóctono que una telenovela sudamericana, pero respecto a ‘C.L.A. No somos ángeles’ no hay mucho más que resaltar que la cantidad de actores locales a los que se puede dar trabajo, entre fijos y episódicos, al tratarse de una serie médica. Pero los asiduos a series como ‘Hospital Central’ o ‘MIR’, y cuánto más si lo son de sus versiones norteamericanas, se las verán mal para encontrarle alicientes a este serial.

Claudia Bassols, Alejandro Buzzoni, Ana Gracia y Verónika Moral
en 'C.L.A. No somos ángeles'

La nueva serie de Europroducciones para las tardes de Antena 3 parece haber tomado lo de la clínica más como pretexto que como estricta base física para sus historias. Hay pocas cosas que ocurren en ella que no ocurriesen ya en la empresa de elementos de energía eólica de ‘Obsesión’, de TVE-1, o entre las paredes de la empresa de perfumes de ‘Esencia de poder’, de Telecinco. Son los típicos líos de pasillo, engaños y tragedias, pero ahora los sujetos llevan batas blancas o uniformes azules y, supuestamente, tienen los sentimientos más a flor de piel.

Es una historia de profesionales de la medicina, pero bien diferente a las series de prime time. ¿Por qué? Pues porque a parte de no transcurrir en urgencias (olvidémonos de un ritmo rápido en la narración) los personajes que cogen el timón son ahora las enfermeras. Y esto, en una serie española, en Antena 3 y justo antes de ‘El diario de Patricia’, significa que los bisturís y la sangre dejan paso al constante lloriqueo y a uniformes indisimuladamente ajustados. No es high drama precisamente.

Así, las enfermeras, en especial las interpretadas por Verónika Moral y Claudia Bassols, parecen ser modelos que, en un intento por abrirse paso en el mundo de la interpretación, hayan enviado por error su curriculum a una clínica y hayan sido admitidas. Sólo Ana Gracia (‘Motivos personales’) parece hacer algún esfuerzo por creerse su papel de enfermera y hacer que otros se lo crean.

Los médicos, por su parte, no están mucho más metidos en sus batas. Mariano Alameda y William Miller siguen tan carilindos como siempre, pero en sus papeles de neurocirujano y ginecólogo, respectivamente, no parecen haber visto jamás un muerto. Ni ninguna otra cosa. Pilar Punzano y Héctor Colomé están más centrados, pero les falta vida, como a la propia serie.

La recepcionista dicharachera (Ángela Fuente), la luchadora chica de la limpieza (Lorena Vindel) y el manitas de turno (Daniel Fuster) ya son demasiados maniquíes para un mismo escaparate.

Al igual que personajes, problemas tampoco faltan. El guión y las aptitudes del reparto no parecen casar del todo bien. Por un lado nos quieren vender la historia de unas enfermeras que se implican demasiado en su trabajo y, por otro, vemos cómo esas mismas enfermeras dan la espalda a la cámara a la hora de llorar. La fluidez no se ve ni en los diálogos más convencionales, la tensión no ha hecho aún acto de presencia y los escenarios son de un colorista que a ratos la historia parece trasladarse a una galería de pintura contemporánea.

Esta aburrida deformación de la realidad de las enfermeras y médicos españoles tiene lugar en Antena 3 de lunes a viernes a las 18:15.

jueves, 30 de agosto de 2007

Crítica | ESCENAS DE MATRIMONIO; Otra vuelta de tuerca

Ninguna producción en la televisión española actual tiene tan poco que decir y, al mismo tiempo, tanta repercusión. Algo parecido ocurre con ‘Yo soy Bea’, ese culebrón cuyo final todos conocemos pero que tiene enganchados a millones de espectadores desde hace meses. Pero los que están detrás de la fea tienen más espacio sobre el que dar vueltas, es decir, más duración en sus episodios, más decorados, más actores, exteriores...

‘Escenas de matrimonio’ entretiene, pero nada más. Puede servir como pasatiempo, pero hay que tener en cuenta que nunca llegará a darnos más de lo que nos dio aquel primer día en que lo vimos.

Es el mismo tiovivo que nació en ‘Matrimoniadas’ (la tira cómica de José Luis Moreno en ‘Noche de fiesta’, de TVE-1), el mismo que servía de relleno en ‘La sopa boba’ de Antena 3. Ahora hay nuevos decorados, más sofisticados y completos, y algunos nuevos intérpretes, todos llevando un vestuario más variado y caro, pero en la base sigue habiendo igual de poco.

Los seis actores que protagonizan ‘Escenas de matrimonio’ dan vida a personajes sin fondo. Son como grifos que se abren con el comienzo de cada episodio y se cierran cuando empiezan a correr los créditos. En el intervalo se sueltan mutuamente todo tipo de burradas, algunas ingeniosas y otras sacadas del más viejo manual de la guerra de sexos. Pero el resultado siempre es el mismo: los personajes nunca evolucionan, siempre acaban llegando al sitio exacto en el que estaban antes del pistoletazo de salida del capítulo.

Es todo muy esquemático y simplón. Tres parejas, tres generaciones diferentes. Primero está la pareja joven (Dani Muriel y Miren Ibarguren), ilusionada y vital, que no tarda en descubrir sus primeras diferencias. La sonrisa de idiota ya no es marca de fábrica, como ocurría en la versión anterior del producto, pero el espectador sigue esperando la llegada de las parejas veteranas para que haya más furia, resentimiento y violencia verbal.

En ese sentido ‘Escenas de matrimonio’ no defrauda. Los insultos y humillaciones que se dedican los cuarentones Marina y Roberto están a la altura de lo que se espera de ellos. Además, Soledad Mallol (una de Las Virtudes y protagonista en solitario de ‘Ketty no para’, de Millán Salcedo) y David Venancio Muro (‘Los 80’) son mejores que los actores que daban vida a la pareja de mediana edad en la anterior etapa. No es humor inteligente lo que nos traen, ni mucho menos, pero se pasa el rato.

El desahogo mayor de ‘Escenas de matrimonio’ llega de la mano de los veteranos Marisa Porcel y Pepe Ruiz, que serán tristemente recordados como Pepa y Avelino por los televidentes cuando ya no estén entre nosotros. Es una crueldad para ambos, sobre todo para ella, perteneciente a una de las sagas de actores más longevas del país. En su favor hay que decir que son, con diferencia, lo más parecido a la solidez en esta pseudo-simpática pérdida de tiempo.

(Foto: Marisa Porcel y Pepe Ruiz en 'Escenas de matrimonio')

viernes, 24 de agosto de 2007

Crítica | DIARIO DE UN SKIN; En la jaula de los leones, fingiendo ser uno más

Entrar a discutir sobre los inconvenientes y ventajas que ofrece la cámara oculta en el periodismo de investigación es como meterse en un jardín de espinas. No seré yo quien defienda su uso en principio, pero hay que admitir que el telefilme ‘Diario de un skin’, que estrena Telecinco esta noche a las 00:00, hace un uso honesto de lo descubierto por Antonio Salas en el tiempo que pasó infiltrado en una banda de skinheads.

Tristán Ulloa en 'Diario de un skin' (Jacobo Rispa, 2005)

‘Diario de un skin’ se estrena, inexplicablemente, tres años después del fin de su rodaje y dos después de su estreno en DVD. Además lo hace en un horario intempestivo, detrás del estreno de una cinta comercial estadounidense cuyo público poco parece que vaya a tener en común con ese al que podría interesar esta tv-movie. Luego Telecinco dirá que en materia de audiencias estos telefilmes de producción propia no son rentables.

Tristán Ulloa, en una impactante interpretación, da vida a Antonio Salas, un periodista que, tras perder a su compañero de trabajo Víctor (Frank Spano) a manos de un grupo de neonazis, decide hacerse pasar por uno de ellos para encontrar a los culpables y llevarlos ante la justicia.

Además de un compañero y amigo, Víctor era también el hermano de su novia Mónica (interpretada por una estupenda Juana Acosta), lo que provoca que la implicación de Antonio en su búsqueda sea mayor en todo momento. Primero intenta introducirse en el universo de los cabezas rapadas a través de chats de internet, lo que no le resulta nada fácil a pesar de su habilidad para escribir. Pero para enfrentarse cara a cara con los verdugos de Víctor, Antonio se verá obligado a moldear su aspecto y su forma de expresarse de una forma más radical. Horrorizada, Mónica es testigo de los intentos de su novio por convertirse en un monstruo que pasaría desapercibido entre los asesinos que acabaron con su hermano.

Pedro Casablanc y Macarena Gómez ayudan a hacer creíbles algunos de los personajes más extremos y odiosos de ‘Diario de un skin’, cuyo guión firman Ramón Campos y Antonio Onetti, basándose en el libro de Salas ‘Diario de un skin, un topo en el movimiento neonazi español’.

Los guionistas tratan de no ofrecer un retrato truncado (se hace mención a los problemas emocionales que llevan a muchos skins a convertirse en tales) pero tampoco intentan dulcificar los actos de estos violentos, ni mucho menos justificarlos. En ningún momento tiene uno la sensación de estar siendo manipulado al visionar la película.

El buen hacer del equipo técnico de la cinta y la esmerada labor del director Jacobo Rispa (del que pronto veremos la serie ‘Quart’) no consiguen elevar ‘Diario de un skin’ al nivel de la factura que presentaba ‘Lobo’, el film de Miguel Courtois protagonizado por Eduardo Noriega, otra película sobre infiltrados, pero el esfuerzo se nota y se agradece. La tensión que se crea en algunas escenas, sin ir más lejos, es innegable, como en esa en la que el protagonista, ya infiltrado y armado con su cámara, es cacheado por la policía delante de una marabunta de skinheads.

Merecería un mejor estreno en televisión.

martes, 7 de agosto de 2007

Crítica | MÁS QUE HERMANOS; Historia de un accidente

El telefilme ‘Más que hermanos’ (que ha sido emitido en diferentes ocasiones en algunas de las autonómicas de la FORTA y en el Canal Internacional de TVE) puede parecer, por su trama, un intento de nuestras televisiones de competir en morbosidad con los subproductos estadounidenses y británicos que pueblan las sobremesas. Pero, en lo que se refiere a la ficción, parece que la televisión española todavía no ha perdido la vergüenza hasta tal punto. En ficción, repito.
Bea Segura y Félix Gómez
en 'Más que hermanos' (Ramón Costafreda, 2005)

‘Más que hermanos’ está inspirada en la historia real de una pareja gallega que a finales de los ochenta llegó a formar una familia sin saber que eran hermanos. En la película, Rosa (Bea Segura, ‘Hospital Central’) es una joven que se ha criado en un orfanato, que lamenta no haber conocido a su madre pero que no parece guardarle rencor alguno, convencida de que “tuvo que tener un motivo muy poderoso” para haberla abandonado.

Un día, en una de esas casualidades que no creeríamos si no hubiese un caso real detrás, Rosa conoce a un chico llamado Dani (Félix Gómez, ‘Amar en tiempos revueltos’) en una discoteca, ambos se enamoran y ella se queda embarazada. Todo sin ser conscientes de que tienen en común a una madre (interpretada por Mabel Rivera, ‘Mar adentro’) que quedará destrozada al conocer la verdad.

El telefilme se centra más en los acontecimientos que siguen al descubrimiento que en los que le preceden. A la joven e insólita pareja no tarda en llegarles toda una avalancha de problemas legales, familiares y sociales. Y es ante estos acontecimientos (más incluso que ante las escenas de cama de los primeros minutos) cuando se pone realmente a prueba nuestra tolerancia: Rosa y Dani han llegado a esa situación por accidente y han decidido, como adultos con capacidad de decidir por sí mismos, seguir adelante juntos.

Las cosas son complicadas, pero a la hora de la verdad uno ve difícil juzgar a esos personajes. ¿Cómo juzgar a Rosa, que ha crecido sin el amor de su madre y que al encontrarla por fin es cuando se sabe embarazada de su propio hermano? ¿Cómo juzgar a Dani, que después de saber la verdad se ve incapaz de dar la espalda a su hija y a la mujer de la que se enamoró? ¿Y cómo juzgar a Remedios, una mujer que se vio obligada a abandonar a su segunda hija para no morir de hambre y que años después descubre el cruel resultado de su decisión? Del mismo modo, también resulta difícil juzgar a Lola (Nuria Gago, ‘MIR’), la amiga de Rosa que, horrorizada ante el descubrimiento, corre la voz y precipita la alarma social.

Si bien las decisiones de algunos de los personajes se hacen difíciles de comprender, ‘Más que hermanos’ deja claro que no estamos ante una historia de buenos y malos. Ese es, seguramente, el mayor triunfo de esta producción.

A pesar de algunas arritmias (las escenas se siguen unas a otras un poco a trompicones) y una cierta falta de tensión, el telefilme de Ramón Costafreda (‘Abrígate’) está bien llevado, ya que mantiene la distancia correcta con los acontecimientos, sin caer en el melodrama ni mucho menos en la indiferencia. Del lado del director y la guionista Rosa Castro están las convincentes interpretaciones de Bea Segura (que tiene una de las pocas escenas de llanto creíbles en las que la hemos visto), Félix Gómez (con un conseguido acento gallego) y, sobre todo, de Mabel Rivera.

‘Más que hermanos’ es la historia de un accidente, narrada de forma respetuosa y nunca morbosa. Es un telefilme hecho con tacto y es por eso que recibe los frutos del (buen) camino elegido para su realización: su visionado no se hace desagradable y se advierte que se trata de un trabajo modesto pero más que correcto.